La legión de los condenados

La corta producción literaria de Edward Bunker está siendo publicada y traducida muy bien al español gracias a la labor que está desarrollando la editorial Sajalín. A la espera de Little Boy Blue, los lectores pueden leer ahora La fábrica de animales, segunda novela de este escritor de pasado siniestro y probablemente el mejor de sus títulos junto a No hay bestia tan feroz, curiosamente su primera novela.

La fábrica de animales es un relato estrictamente carcelario, un tema que ya cuenta con una abultada bibliografía en la que se mezcla memoria y ficción que solo un autor como Bunker era capaz de contar con autenticidad, sin imposturas ni roñosos moralismos.

Lo más desconcertante en la literatura de este maestro que trasciende fronteras genéricas es que sabe de lo que cuenta y lo refleja con una sinceridad que desarma. Arroja de paso bastante luz para conocer las entrañas de un mundo que convive con el nuestro pero del que no queremos saber nada.

Su territorio es el de los condenados, el de los hombres que se han encallecido porque solo han recibido golpes a lo largo de su vida.

También es un mundo en el que se forman extrañas familias. Sucedáneos de familias conformadas por una legión de desesperados encerrados como bestias en prisiones que, supuestamente, tienen la misión de reinsertarlos en una sociedad que no reparte las mismas oportunidades para todos.

La fábrica de animales, llevada al cine por Steve Buscemi en una irregular adaptación que apenas araña la grandeza de la obra escrita original, es así el relato de un chico de clase media alta que dedicado al negocio del tráfico de marihuana da con sus huesos en San Quintín, un espacio, escribe Bunker, “donde ser guapo era una desgracia”.

Y Ron Decker, su protagonista, lo es.

Novela en la que se narra la rutina del presidio, donde todos los días se apuñala a cualquiera por cualquier cosa y en la que blancos y negros mantienen una soterrada guerra racial alimentada por los propios funcionarios de la cárcel, La fábrica de animales es además de una magnífica novela de supervivencia también un impecable relato de iniciación.

Decker logra esquivar la presión del entorno cuando conoce a un veterano, Earl Cooper, que lo apadrina porque ve en él cómo puede ser la vida fuera de las cuatros paredes donde ha pasado casi toda su existencia.

Como todas las novelas de Bunker, La fábrica de animales está repleta de una violencia soterrada que cuando estalla golpea con crudeza al rostro del lector.

También se trata de uno de esos textos incómodos que te obligan a seguir adelante, enganchado para intentar comprender cómo se puede sobrevivir en el infierno sin perder eso que llamamos dignidad.

También es un canto emocionado a los libros. A la lectura como vía de escape a través de la cual reconciliarse con el género humano.

En tres meses, Ron leyó más que en toda su vida. Notaba que su mente se ensanchaba y que percibía la realidad con mayor nitidez, puesto que cada libro era un prisma que reflejaba las verdades infinitas y variadas de la experiencia. Algunos eran telescopios; otros, microscopios.”

“-Tengo un buen libro que igual te gusta –dijo Paul– Jugando en los campos del señor.

¿De quién es?

-  De un tal Matthiessen. No lo conozco de nada, pero no está nada mal.

-  Tráetelo a la película.

-  Y también tengo otro que a ti te puede gustar… Pero yo no tengo paciencia, se me hace muy pesado. El hombre unidimensional de Marcuse.

-  Pues lo empezaré también. Llevo como un año oyendo ese nombre, pero no he leído nada de él.”

En mi ya larga vida como lector apenas he encontrado líneas tan emocionadas, precisamente por su contención, dedicadas a la literatura como válvula liberadora a través de la cual evitar la sombría existencia en la que estás envuelto.

Una lección que quita de piojos intelectuales un ejercicio tan sano como leer.

Leer para evadirte.

Leer para ser persona.

Leer para quitarte el disfraz de fiera al que el sistema carcelario (el de dentro y el de fuera) te condiciona.

Un caso extraño el de Ed Bunker.

Su literatura me sabe a telescópica y microscópica.

Saludos, con la extraña sensación de que tengo las manos manchadas de sangre al ver mesmerizado a Gadafi reclamar inútilmente clemencia antes de ser ejecutado, desde este lado del ordenador.

Escribe una respuesta