Confesiones de un hippie: ¡Indignado pero con casco de acero!

Entre mis libros de cabecera se encuentra Las aventuras del valeroso soldado Svejk, del escritor checho Jaroslav Hasek. El personaje, todo un icono en la República Checa post comunista, desarma la rígida disciplina militar no sabe uno si porque es demasiado idiota o, por el contrario, demasiado inteligente.

El caso es que el valeroso soldado Svejk siempre se sale con la suya, lo que lo convierte en una especie de héroe de nuestro tiempo. O así quiero verlo.

Las aventuras del soldado Svejk han inspirado de una u otra forma otras literaturas que con mejor o peor fortuna presentan también a hombres sencillos y tremendamente individualistas enfrentados a una implacable maquinaria de la Historia que ha terminado por vestirlos de uniforme.

En esta línea, una novela muy recomendable que sigue la estela Svejk es Las aventuras de Wesley Jackson, de William Saroyan. Un inteligente y cómico relato de la vida militar de un soldado del ejército de los Estados Unidos en plena II Guerra Mundial cuyo aprendizaje para hacerse hombre resulta aún hoy desarmante.

Y desternillante.

Arthur Conan Doyle, que es uno de los grandes escritores británicos del último XIX y principios del XX, también ofreció un divertido retrato de un caballero arrogante, vividor, mujeriego y por lo tanto majadero, en su reivindicable Las hazañas del brigadier Gerard, historias que quizá inspiraron al inclasificable George MacDonald Fraser para una de las creaciones más atrevidas y felices de la literatura de humor de todos los tiempos como es Harry Flashman. Un personaje, el tal Flashman, que describe en unas supuestas memorias como siendo un cobarde y repugnante arribista se convirtió por golpe de la fortuna y su don de lenguas y atractivo, en sir del Imperio Británico. Un Imperio, cuenta Fraser con notable sentido del humor y rigor histórico, construido por brillantes y necios desalmados.

En esta amplia galería de excelentes y también mediocres narradores destaca el escritor de origen prusiano Hans Hellmut Kirst. Quien en los años posteriores a la II Guerra Mundial pretendió con una serie de novelas mostrar con notable sentido del humor el otro lado del ejército alemán en ese periodo nefasto de la Historia de esta hoy nuestra Europa que se nos pierde por estar construida por mercaderes.

Excelente escritor de novelas policíacas de temática militar como La noche de los generales, su obra maestra es, a mi juicio, la serie de historia que escribió sobre el primero cabo, más tarde sargento y después teniente Asch.

Estos libros, que afortunadamente la Editorial Berenice está recuperando en castellano, son literatura más que recomendada para los que quieran entender cómo funcionó aquella maquinaria que fue capaz de merendarse media Europa a través de un personaje, Asch, que en el primer título de la entrega viste uniforme y sirve a un sistema, el nacionalsocialista, al que detesta.

La serie Asch, que se publicó en España por primera vez en Ediciones Destino en los años cincuenta, comienza con la desconcertante La original rebelión del cabo Asch, libro que se desarrolla a finales de los años treinta, justo antes del inicio de la II Guerra Mundial.

Se trata La rebelión del cabo Asch del entretenido retrato de un hombre que solo quiere vivir y que lo dejen vivir en paz. Su vida como militar resulta así una divertida e inteligente lección de cómo minar el sistema actuando desde dentro aprovechando las debilidades que tiene ese mismo sistema. Un sistema aferrado a normas rígidas pero muy endeble y absurdo. Que no tolera reinterpretaciones.   

La original rebelión del cabo Asch cuenta más cosas, claro está, pero lo interesante, la grasa que alimenta y anima a continuar leyendo otras novelas que Kirst dedicó a Asch es observar cómo se lo monta un individualista para continuar siendo él mismo dentro de una cadena que no quiere gente pensante sino engranajes que hagan funcionar la maquinaria de la estupidez.

O disciplina.

Las novelas que Kirst dedicó a Asch, y en contra de lo que pudiera parecer, son historias de personajes. Personaje que si bien pueden resultar de una pieza y de una dignidad e indignidad digamos que tópica, sirven para desmontar todo una mecanaria que nos quiere uniformes, iguales. Y éste, precisamente éste, es uno de los mayores hallazgos de estas novelitas presuntamente escritas para entretener.

El segundo volumen de la serie, Las aventuras bélicas del sargento Asch no es, como promete su título, un relato bélico de nuestro héroe de casco de acero. Y ello pese a que Asch se encuentra en el frente ruso sirviendo en una batería artillera.

La guerra, en esta extraordinaria novela, es solo el telón de fondo de una historia en la que Asch pasa a un ligero segundo plano para dar más protagonismo a secundarios de la primera entrega.

El autor no descuida por ello su peculiar y contenido sentido del humor. Humor que sin llegar a vitriólico derrama sobre arribistas, militares con ganas de ganar medallas y soldados que buenamente intentan pasar desapercibidos para llegar sanos y salvos a la patria. Al Fatherland.  

Kirst continuó explotando la serie Asch, muy popular en la República Federal Alemana entre los cincuenta y sesenta del siglo XX, en La original rebelión del teniente Asch y Qué fue del soldado Asch.

Y yo, que solo he leído las tres primeras, espero que Berenice cierre la tetralogía para irme con una extraña, y si quieren inquietante sonrisa a la tumba.

Asch no es Svejk, cierto.

Pero Asch respira el mismo aire que Svejk.

Y solo con eso, ya ven, me basta.

(*) En la imagen John Lennon y Yoko Ono dando la ¿nota? ¡Haz el amor y no la guerra, machango!

Saludos, en la trinchera, desde este lado del ordenador.

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