‘El cuarto mandamiento’ según Welles

Descubrí a Booth Tarkington gracias a Orson Welles.

Soy un pibe y probablemente esté en pijama con los ojos atentos al aparato del televisor. Emiten la segunda película que rodó Welles tras el escándalo que provocó Ciudadano Kane. Su título es The Magnificent Ambersons aunque en español la conocemos con el bíblico El cuarto mandamiento, una denominación que marca distancia y respeto.

El clásico de Welles cumple ahora setenta años, y pese a que a la cinta se la laminaron en la mesa de montaje –el más que notable cineasta Rober Wise fue uno de los que cogió la tijera y la mutiló de metraje–  a mi me sigue pareciendo una de las mejores películas de ese genio desorbitado y desmesurado que fue Welles porque deja entrever hacia donde se hubiera escorado su cine si logra zafarse de la maldición de Kane/Hearst.

Pese a que Welles terminara renegando de ella, El cuarto mandamiento –apostemos por su título en español– respira el cine de Orson Welles y mi memoria la registra como una de sus más memorables obras maestras. Una obra maestra gótica y decadente, que disecciona la descomposición de una familia bien avenida que entra en la ciénaga de la pobreza con ecos, tiro la casa por la ventana, a La caída de la Casa Usher de Edgar Allan Poe.

El cuarto mandamiento es una película perfecta sobre la enfermedad. De hecho es una película enferma y terrorífica, donde las relaciones de familia y otros parentescos se estudian con afinada inteligencia.

No pasa el tiempo para este largometraje lastrado en la mesa de montaje.

El filme sirvió, además, para que Bernard Hermann compusiera una de sus mejores bandas sonoras y para que Joseph Cotten demostrara en pantalla el gran actor que siempre fue. Digamos lo mismo con la estupenda Agnes Moorehead, de Dolores Costello, incluso de los jovencísimos Tim Holt y Anne Baxter.

Recordemos El cuarto mandamiento como la gran película que es. Incluso perdonándole la blasfemia de un final con el que Orson Welles nunca estuvo de acuerdo…

Hablemos ahora de Booth Tarkington. Y de algunas de las grandes novelas de este prodigioso y aún desconocido escritor norteamericano en este país de patanes que es España.

El primer libro que cayó en mis manos del señor Tarkington fue De la piel del diablo y no es una novela oscura sino luminosa. Un extraordinario relato sobre un niño, Penrod Shofield, y su manera de ver y entender el mundo.

Son un puñado de aventuras divertidas, en la que Penrod, un muchacho de buenas intenciones, acomete una serie de empresas que la mayor parte de las veces no resultan como esperaba. La novela debe de leerse con la fina ironía con la que está escrita, y saborear la andazas de un personaje –es más que probable que Tarkington se inspirara en sus recuerdos infantiles en el medio oeste–  del que tomaría modelo años más tarde Richmal Crompton para su popular Guillermo el travieso.

Las deliciosas aventuras de Penrod se pueden encontrar en español, tocando madera, en la ya desaparecida editorial Miñón, en su colección Rumbos. Y entre otros momentos, hay uno muy especial en el que el joven protagonista pasea por una feria ambulante en la que se ofrecen, entre otras atracciones, la siguiente que corea a voz en grito su gancho: “Recuerden, señoras y caballeros, que están ustedes mirando a Roderick Magsworth Junior, el único sobrino vivo de la gran Rena Magsworth, la que echó arsénico en la leche de ocho personas distintas para que lo tomaran con el café, y todas ellas murieron. Es la gran envenenadora por arsénico, Rena Masgworth, caballeros y señoras, y Roddie su único sobrino. Ella es parienta de toda la familia Bitts, pero Roddie es su único sobrino vivo. No lo olviden. La van a ahorcar en junio que viene , y todos ustedes están viendo…”

La popularidad de Booth Tarkington fue creciendo a raíz de esta novela, tanto que en 1919 y 1921 obtiene el premio Pulitzer por The Magnificent Ambersons y Alice Adams, respectivamente, dos grandes historias a las que el lector español puede acercarse si se topa en cualquier librería de viejo o de ocasión con los tomos Los Premios Pulitzer que editó Plaza y Janés en los años ochenta.

The Magnificent Ambersons es, tal y como lo refleja Welles en su respetuosa adaptación cinematográfica, el lento pero feroz retrato de una familia bien venida a menos. Hurga con elegancia en la extraña relación que une a madre e hijo. Un hijo caprichoso y mimado que es inconsciente de los cambios que se están produciendo a su alrededor.

La novela apenas llega a las trescientas páginas, pero son páginas que se leen sin apenas darse cuenta mientras notas que la historia se va metiendo dentro de ti. Tiene gancho, tiene personajes y ofrece una mirada teñida de nostalgia pero también rabiosa hacia lo que fue y ya no será. The Magnificent Ambersons es también una historia de amor. Una historia de amor a cuatro bandas que protagoniza un nuevo rico y la esposa de quien fue hasta ese momento el hombre más acaudalado de la ciudad, como de la hija del primero, Lucy, con el hijo del segundo, George.

Cuando hablaba la gente de Lucy, solía describirla como “una chiquita preciosa”, definición inepta. “Chiquita” y “preciosa” era; pero no bastan esas dos palabras para describir la sensación que daba ni la esencia de su naturaleza: era enérgica, independiente y americana típica; la azarosa y algo bohemia vida de su padre cuando ella aún era una niña había tenido el efecto de madurarla tempranamente y de convertirla en mujer cuando solo contaba quince años. Pero, aunque era indiscutiblemente de sí misma y no esclava de ninguna lámpara, excepto la de su propia conciencia, tenía una debilidad: se había enamorado de George Amberson Minafer en cuanto le vio, y no obstante sus muchos esfuerzos, nunca había podido sobreponerse a esto. La cosa no parecía tener remedio.”

Y más adelante escribe: “Lo que para Lucy resultó fatal fue que, una vez enamorada, no logró matar su amor. Por muchas y por muy desagradables cosas que descubrió en George, no pudo rescatarse a sí misma.”

Alice Adams, que fue llevada al cine en 1935 por George Stevens con Katharine Hepburn como protagonista, incide más o menos en los mismos temas que en The Magnificent Ambersons, solo que en esta ocasión el relato se centra en una joven hermosa que desea pertenecer a la buena sociedad, en parte para satisfacer su propia vanidad y en parte porque parece que eso es lo que la gente que la rodea, especialmente su madre, espera de ella.

La novela describe también un mundo en pleno proceso de transformación. La pequeña ciudad donde vive Alice comienza a poblarse de fábricas que visualizan una delgada línea roja entre quienes la dirigen y quienes trabajan en sus entrañas. En esta sociedad cambiante solo se valora el dinero y quien no lo tiene es un fracasado. Un perdedor, tema tan grato en la literatura y el cine estadounidense.

Siendo una novela interesante, Alice Adams carece de la grandeza que encierra The Magnificent Ambersons quizá porque a medida que se avanza en el relato el lector intuye por donde irá su derrotero final y, si bien sorpresa no resulta tan obvio como en un principio se esperaba, la redención de Adams no sabe al sacrificio social que, a mi juicio, reclamaba la historia.

Con todo, es una buena novela para olvidarse de las tonterías que te envuelven ya que consigue tocarte la fibra mientras no dejas de preguntarte cómo diablos un escritor que fabricó entretenimiento con mucha grasa –un pata negra los llaman ahora–  continúa siendo aún hoy un gran desconocido entre los aficionados confesos a la buena literatura.

Booth Tarkington es un escritor que hace honor al cuarto mandamiento: honrarás a tu padre y a tu madre.

Saludos, dicho sea, desde este lado del ordenador.

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