Amor loco

He oído decir a personas muy bienintencionadas que mi abuela se murió de melancolía después de la muerte de mi abuelo, y eso a pesar de que alguien con muy buenas intenciones vino a ponérselo todo patas arriba. Así que cojo la tacha que encuentro en un cajón del armario y escribo en la pared con letras bien grandes: OJO CON LOS BUENOS, QUE NO TE JODAN LA VIDA con su caridad. Y luego firmo con las iniciales de mi abuela. Con suerte creerán que su fantasma habita la casa y se quedará sin alquilar. Tiro la tacha por una ventana, para que crean que mi abuela lo ha escrito con sus propias uñas.”

(El futbolista asesino, Nicolás Melini)

He vuelto a leer El futbolista asesino con una mirada distinta a como lo hice la primera vez y mis conclusiones continúan siendo más o menos las mismas. A mi juicio, El futbolista asesino, pese a sus tics, continúa siendo una de las mejores novelas de la literatura escrita en Canarias de los últimos tiempos. Un título, además, que pese a su equilibrado y nunca identificado localismo, nació con ganas de trascender fronteras.

En esta nueva lectura de El futbolista asesino me ha interesado, sin embargo, mucho más que el personaje, el loco romance loco que se derrama en algunas de las mejores páginas de este el libro. Circunstancia que ha hecho que deseche los materiales que en el pasado me llamaron, por una u otra razón, la atención.

Es decir, que si ayer me descolocaba el retorcido humor con que su autor, Nicolás Melini, presentaba a su personaje: una estrella del fútbol de Tercera División demasiado huraño porque percibe resignado su condición de ídolo regional; lo que más me ha atraído ahora de la novela es su poderosísima y transgresora historia de amor.

Un amor loco y envenenado. Un amor en el que Silvia, la novia –probable víctima de la furia de la que se alimenta su protagonista– se transforma en descarnado igual e incluso verdugo de un hombre sin contradicciones, atrapado por un furor asesino con el que el lector solo puede mantener una discreta distancia.

Pero me arrastro hasta tu cuerpo, lentamente, me desplazo hasta ti y de pronto este se me antoja un trayecto interminable, como si tú fueras el horizonte y yo te persiguiera en vano.”

Y todo ello pese a que El futbolista asesino está narrado en una primera persona donde, supuestamente, se nos desnuda lo que piensa y desea su protagonista.

Lo mejor así de esta novela, recientemente editada por Casa de Cartón, es la relación que ata y sobre todo se desata en esta pareja, muy bien narrada por Nicolás Melini en las últimas e intensas páginas del libro y repletas de un romanticismo que no cae en lo banal ni en lo cursi por su delicada y hermosa crueldad.

Y he aquí, en ese amor loco y desesperado, donde se encuentra, reitero, algunos de los mejores pasajes de una novela a la que el paso del tiempo apenas araña y por lo tanto  que continúa transpirando la misma frescura que la primera vez que cayó en mis manos, hace ahora exactamente doce años en la cuidada y reivindicable colección La Caja Literaria.

Escribo que no pasa el tiempo para El futbolista asesino porque, entre otras cosas, resulta una novela arriesgada y también un enfermizo relato sobre la frustración, el amor entendido a la octava potencia y, ya ven que cosas, la redención. Y todo ello localizado en una geografía –un barranco, un estanque, una plaza, la casa donde reside,  el piso vacío de sus abuelos, el estadio y siempre el mar– que sin ser identificada en ningún momento remite a una pequeña y asfixiante capital de provincias donde aparentemente no pasa nada y en la que todos nos conocemos.

La primera novela de Melini reúne así, en apenas un centenar de páginas, una serie de alertas que no dejan descansar la atención de lector. Alambica además situaciones que, como espectador, se viven con desconcertante sorpresa.

Nada más arrancar la historia, el autor ya nos pone sobre aviso de por donde irán los derroteros de su relato al describir con la precisión de un cirujano el primer crimen del futbolista, conocido con el apodo de Falo (un apodo, por otro lado, a tener muy en cuenta porque no parece gratuito) al ejecutar más que con sangre fría con asombro y una pervertida curiosidad a un taxista con unas extrañas protuberancias en la cabeza. Este crimen, que se describe con puntillosa laboriosidad y hasta descarnado sentido del humor, será el responsable de abrir la caja de Pandora que, hasta ese momento, había mantenido cerrada su protagonista. Un deportista leído, un deportista frustrado, un deportista que, se intuye, quiere llevar hasta las últimas consecuencias su vida antes que transformarse en una persona mediocre, que acepta su fracaso.

Falo es así un rabioso individualista que, curiosamente, trata de ganarse la vida en un deporte de equipo y que, hasta ese momento, llevó una existencia como se esperaba.

Entre los momentos más desarmantes, destaco el segundo crimen que comete el futbolista a una joven en un callejón estrecho y oscuro y que tiene como único testigo a un invidente. O la fabulosa e irónica descripción que hace el protagonista mientras intenta despistar a una pareja de  policías que lo persigue entre una multitud de fanáticos religiosos.

Hay más momentos en esta novela repleta de escenas redondas cuyo andamiaje se sustenta en las aparentemente despreocupadas e irónicas –nunca frías, nunca cínicas por mucho que esfuerce– reflexiones de su protagonista. También, un sobresaliente interés por sacar a la luz las mediocres miserias que lo corroen por dentro. Sus ganas de matar siguiendo el dictado de sus impulsos más primitivos. Impulsos que al final se tambalean cuando el depredador se encuentra con una víctima que tiene un narcisismo mucho más profundo y menos hipócrita que el suyo.

Y todo ello narrado con un estilo sencillo, que va directo al grano y sin borracheras barrocas.

Melini apunta que en El futbolista asesino planea la sombra de Charles Bukowski –la novela, de hecho, se inicia con una frase del escritor norteamericano y de La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela– pero también detecto destellos de Brett Easton Ellis y su fallida American Psycho. Solo que Nicolás Melini tuvo la inteligencia de aligerar su historia de las tonterías con la que el escritor norteamericano engordó el título que más fama le dio en su carrera tras la curiosa –solo curiosa– Menos que cero.

No, a mi juicio lo que a Nicolás Melini le interesa es el personaje y mostrarnos a través de sus ojos la rebeldía de un asesino impetuoso, algo cobarde y moral que al llegarle la hora final pone fin a lo que más detesta: él mismo.

Saludos, ha sido una agradable reencuentro, desde este lado del ordenador.

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