Porque la sangre es vida: Carmilla

Mucho tiempo antes de que Bram Stoker nos revelara que la existencia del vampiro radica en que nadie cree en sus existencia, un oscuro y también escritor irlandés de nombre Joseph Sheridan Le Fanu escribió la que, a mi juicio, continúa siendo uno de los mejores relatos de no muertos en su no muerta historia: Carmilla.

Carmilla, que influyó notablemente en la pesadilla stokeriana (la mejor novela de todos los tiempos según Oscar Wilde), cumple 130 años y continúa, como su personaje protagonista, viva en el sueño de la muerte porque además de estar excelentemente escrita, ambientada en ese delicioso tenebrismo gótico que los que amamos los clásicos del género releemos con insólita devoción, se anticipó a su tiempo con una elegancia en la que la se combina una delicada capacidad para crear atmósferas con sugestiva y refinada elegancia decimonónico tantear los territorios del erotismo en unos tiempos donde esa palabra, erotismo, resultaba tabú.

Carmilla es así, entre otras muchas cosas, una obra maestra del relato vampírico, en el que el su autor, además, sentó muchas de las constantes que, a partir de ese entonces, iba a distinguir a tan inquietantes criaturas de la noche. También se trata Carmilla de un ingenioso canto al despertar sexual, en este caso el que comienza a sentir una delicada jovencita hacia quien se le aparece primero como fantasma y más tarde como una espléndida mujer con la que mantendrá una fascinante historia de amor a la que intenta poner freno los protagonistas masculinos, que actúan así como fuerzas represoras ante la amenaza de un mal que por una vez solo encarna violento desenfreno.

“No debía tener yo más de seis años cuando, cierta noche, me desperté y, mirando en torno a la habitación desde mi lecho, no vi a la doncella. No me asusté, porque era una de esas niñas afortunadas  a las que deliberadamente se había mantenido en la ignorancia con respecto a los cuentos de fantasmas y de hadas, y todas esas consejas que nos hacen esconder la cabeza cuando la puerta cruje súbitamente, o el parpadeo de una vela a punto de extinguirse hace bailar sobre la pared, cerca de nuestros rostros, la sombra de uno de los pilares de la cama. Me sentía molesta y ofendida al imaginarme abandonada y empecé a gimotear, antes de que me asaltara un enérgico estallido de bramidos. Entonces, con gran sorpresa por mi parte, vi un rostro solemne, pero muy hermoso, que me miraba desde uno de los costados de la cama. Era el rostro de una joven dama que estaba de rodillas, con las manos bajo mi colcha. La miré con una especie de asombro complacido, y dejé de gimotear. Ella me acarició con sus manos, se tendió a mi lado de la cama, y me atrajo hacia sí, sonriendo. De inmediato me sentí deliciosamente apaciguada y me quedé dormida otra vez. Me desperté con una sensación como si me clavaran profundamente en el pecho dos alfileres al mismo tiempo, y lancé un grito. La dama retrocedió, sin dejar de mirarme, luego se dejó caer al suelo y me pareció que se escondía debajo de la cama.”

El relato de Sheridan Le Fanu, que se puede encontrar en español en, entre otras, la inolvidable edición de Nostromo, así como en las recomendables antologías Vampiros entre nosotro (Plaza y Janés, 1965) al cuidado del cineasta y esteta Roger Vadim, y Vampiros (Ediciones Siruela, 1992), a cargo de Jacobo Siruela, narra así y desde la perspectiva de un escritor que logra transformarse en mujer, la relación alimentada de sentimientos y deseos que mantienen sus dos protagonistas.

“Solía rodearme el cuello con sus hermosos brazos, atraerme hacia ella, y, apoyando su mejilla en la mía, susurrarme al oído:

- Querida mía, tu corazón está herido. No me juzgues cruel por acatar la ley irresistible de mi fuerza y mi debilidad. Si tu corazón está sinceramente herido, el mío sufre espantosamente con el tuyo. En el éxtasis de mi enorme humillación, vivo en tu cálida vida, y tú morirás… morirás, dulcemente morirás… en la mía. No puedo evitarlo. Así como yo me acerco a tí, a su vez, tú te acercarás a otros, y conocerás el éxtasis de esa crueldad, que, sin embargo, es una forma de amor.”

El relato continúa, hasta que se descubre la verdadera naturaleza de Carmilla, o la condesa Millarca, un demonio sediento de sangre. Pero es que incluso después de su ejecución, Joseph Sheridan Le Fanu tiene la portentosa elegancia de dejar un inquietante interrogante en la imaginación del lector. 

Escribe la protagonista: “Aún ahora, la imagen de Carmilla retorna a mi memoria con ambigua alternancia: unas veces es la muchacha retozona, lánguida y bella; otras, el torturado demonio que vi en la iglesia en ruinas. Y con frecuencia, en medio de mis ensoñaciones, me he sobresaltado al imaginar que oía los pasos ligeros de Carmilla junto a la puerta del salón.”

El relato de Sheridan Le Fanu, un por otra parte fantástico escritor de relatos de misterio, ha sido llevado al cine en varias ocasiones pero en versiones que no rinden justicia a la obra original. La mejor de todas ellas es Vampyr, la bruja vampiro (Carl Theodor Dreyer, 1932), una adaptación muy libre de Carmilla, y en un discreto segundo puesto la cinta que protagonizó la actriz Ingrid Pitt en el primer título de la trilogía de los Karnstein, The vampire lovers (Roy Ward Baker, 1970), bajo el sello de la Hammer Productions.

Saludos, porque la sangre es vida, desde este lado del ordenador.

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