Yo soy fulanito de tal…

“Podéis quitarme la hacienda, mis tierras, mi riqueza, incluso podéis quitarme, como vais a hacer, la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar… y es el miedo que tengo.”  (Últimas palabras –cuenta la leyenda– que pronunció Pedro Muñoz Seca antes de ser fusilado el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama)

Este post está escrito por sugerencia de un amigo. Me comentó socarrón mientras tomábamos café: “A ti que te gustan tanto lo escritores de caza menor ¿cómo es que todavía no les ha dedicado ningún post a Álvaro de Laiglesia?”

Y ahí va, hermano lobo.

El humor no debería de tener ideología pero literariamente hablando y es probable que por razones varias, entre otras las de vivir una existencia en la que no hay preocupación por buscarse los garbanzos, digamos que las derechas ganan en este país y por aplastante goleada a las izquierdas.

España cuenta con una extraordinaria galería de grandes escritores de derechas que cultivaron el humor como género literario y que a mi, personalmente, me han hecho muy feliz la existencia.

Nombres hay muchos pero cito, y de memoria, al genial Edgar Neville, quien además de ser un excelente escritor fue un excelente cineasta; el inclasificable Wenceslao Fernández Florez; Miguel Mihura, un grande como fueron grandes los toros bravos de Mihura; esa maestro del humor absurdo que es Enrique Jardiel Poncela y Álvaro de Laiglesia, de quien se cumple el próximo 9 de septiembre el noventa aniversario de su nacimiento.

De Laiglesia, que fue primero redactor jefe y más tarde director de una de las mejores revistas de Humor que jamás se hayan editado en este país como fue La Codorniz, nació en una familia acomodada y marchó como tantos otros jóvenes iluminados de su generación a combatir como un soldado más en la División Azul respondiendo al grito de ¡Rusia es culpable! mientras su país intentaba recuperarse de una guerra fraticida de cuyo coste en sangre, sudor y lágrimas todavía no nos hemos recuperado.

No sé si fue por su experiencia bélica en los arrabales de Leningrado lo que provocó que de Laiglesia observara a partir de entonces el mundo que le rodeaba con mordaz y vitriólico sentido del humor, pero es muy de agradecer que volcara su talento en retratar las imperfecciones de la sociedad de su tiempo en una serie de novelas que van más allá de la cómplice sonrisa.

En este sentido, el mejor Álvaro de Laiglesia es el Álvaro de Laiglesia que describe el golferío. En demoler las apariencias de un sistema en el que quien no llevara sombrero podía ser sospechoso de rojo.

Por sus títulos más conocidos, y éxitos de venta en aquella España que volvía a colocarse en el mundo como fue la de los sesenta y setenta lo conocerán: Tú también naciste desnudito, Yo soy fulana de tal, Fulanita y sus menganos, El sexy Mandamiento, Una larga y cálida meada y Los hijos de Pu.

El escritor, socarrón e irónico, políticamente incorrecto en la España de aquel tiempo y en la que España de este tiempo, tiene mucho más libros.

Una formidable producción literaria que hoy injustamente ha caído en el olvido quiero pensar que por razones idiotamente ideológicas.

Casi como si diera miedo reivindicar el trabajo de un hombre que vio desde el prisma del humor inteligente y de derechas –que son dos términos que no tienen que ir necesariamente unidos– la realidad de un país que no ha evolucionado desde aquella España del siglo XVI.

No quiero decir con esto que la obra de Álvaro de Laiglesia sea heredera de la novela picaresca pero casi.

Es decir, que el hombre que pasó miedo, hambre y frío a orillas del Voljov cuando regresó a su tierra se percató que ya no era lo mismo, y que los demonios que lo devoraban por dentro –una mezcla, quiero pensar de frustración y sacrificio por una causa irremediablemente perdida por poética– solo podía llevarlo a levantarse la tapa de los sesos o a actuar, cual sospechoso jesuita, desde dentro para erosionarlo con el arma de la burla descarnada.

El régimen franquista, con el que tuvo sus desencuentros, lo asimiló a regañadientes. De Laiglesia, al fin y al cabo, era uno de los suyos.

Y es que a las derechas, siempre y cuando se le saque los colores dentro de un cavernario y tabernario sentido del orden, le encanta reírse de sí misma.

Esto los diferencias de las izquierdas.

Que no saben reírse de sí mismas. Aunque la cosa quede en familia.

Álvaro de Laiglesia colaboró también en varias piezas de teatro. Destaco Los sombreros de dos picos que firmó junto al grancanario Claudio de la Torre.

Buena lectura.

Saludos, recordad a Álvaro de Laiglesia, cabestros, en estos tiempos oscuros que vivimos, desde este lado del ordenador.

4 Responses to “Yo soy fulanito de tal…”

  1. Un lector Says:

    Bravo por su valiente defensa de la prosa del señor de Laiglesia, un escritor que como bien dice usted hoy ha caído en el olvido por su pasado de derechas… Ellos se lo pierden…

  2. admin Says:

    Gracias por sus palabras de aliento. Y que quede entre nosotros, el otro día alguien a quien aprecio (ya ve), me recriminó precisamente que reivindicara a de La Iglesia por su pasado… En fin, no hizo alusión a sus libros sino a su pasado… Como entenderá, me lo tomé a risa.

  3. Alfonso González Jerez Says:

    Gracias por el recuerdo, Eduardo. Álvaro de La Iglesia es un escritor menor, por supuesto, pero a) Creó La Codorniz y ahí se arremolinó lo mejor del humor español durante cuarenta años, b) Sus libros eran ágiles, divertidos, eficaces y algunos todavía merecen la relectura. Hace poco Féliz de Azúa reivindicaba lleno de admiración a La Codorniz y sus figuras e incluía unas palabras espléndidas sobre De Laiglesia:

    “La fabulosa originalidad de Tono, Mihura y Herreros (hay dibujos de Tono que deberían exponerse en el Reina Sofía), la grandeza de artistas como Chumy (que tenía el brochazo de Franz Kline) o El Roto, un dibujante que podría tomar café con Daumier, son solo cimas en una cordillera de cumbres. En buena medida todo ello fue obra de Álvaro de Laiglesia, uno de los personajes destacados de la época y uno de los escasos escritores cuyas novelas se han vendido por millones. Hombre difícil, arisco, frívolo, de una vitalidad envidiable, representante magnífico de aquella España que vivía con Franco, pero le detestaba. Su hija Beatriz de Laiglesia hace de él un retrato espléndido, tan bueno como el de Joaquín Calvo Sotelo, escritor muy sobresaliente, por cierto.

    Según cuenta Bea, su padre tenía una voz campanuda y engolada, como de barítono, y también el tipo. Cantaba en ruso mientras se arreglaba por las mañanas y pasaba mucho rato peinándose hasta conseguir un rizado de aspecto natural, pero despeinado. No usaba gomina, pero sí Floïd después de afeitarse aplicándoselo a implacables tortazos. Fumaba mucho, bebía mucho, trasnochaba mucho, trabajaba mucho… de todo mucho. Y no soportaba que en su presencia se contasen chistes. Era un solitario disfrazado.

    Como padre fue un desastre. Abandonó a la familia cuando la niña tenía 10 años y ya no regresó nunca más. Eso no impidió que tanto su mujer como su hija le vieran con frecuencia (en bares), con más simpatía que amor. Cuenta Bea aquella ocasión en la que Paco Rabal entró en el local y tras saludar a Álvaro, quien la presentó al actor muy caballerosamente, se sentó en una mesa a espaldas del escritor. Desde allí se timaba con Bea de la manera más seductora: alzando repetidas veces el peluquín que gastaba (llevaba la calva cruzada de esparadrapos) y guiñándole un ojo. El humor de La Codorniz, en este país, a veces no es surrealismo, es realismo socialista.”

  4. admin Says:

    Gracias Alfonso por tus generosas palabras y por compartir con los escobilloneros ese puñado de anécdotas de Laiglesia. Un abrazo desde este lado del ordenador.

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