Historias de un barrio

“Le pido a mi hermano mayor algún libro sobre la Guerra Civil y me entrega Zalacaín el aventurero. “Se lo prometí a papá”, se disculpa. A Alberto, Ernesto y Rafa sus hermanos también han debido de prometerlo, pues les entregan El principito, Viaje al centro de la tierra y Los cinco en la caravana. Subo a la azotea y limpio las casetas, cambio el agua, pongo ración en los comederos y leo un rato mientras mi buchón azul  compite en bajar del cielo el mayor número de mensajeras de Gran Canaria que no encontraron el camino de vuelta a su palomar. Desde mi azotea los veo; ellos también leen.” (Extraído del relato La banda de los cuatro, del volumen Pequeños homenajes, Gregorio Duque).

El paisaje urbano comienza a ser territorio habitual en las novelas y cuentos que se están escribiendo en Canarias. Gracias a estos textos, se está sugiriendo al lector una interesante mirada sobre la ciudad cuya multiplicidad de discursos engrandece de alguna manera las calles y plazas que en ellas se describen. Las dotan de historias posibles, las convierten en geografías necesitadas de identidad.

Podría apuntarse, en este sentido, que hay un gusto por recuperar sus espacios y una intención, también, por recrearlas como escenario de relatos negro criminales (Alexis Ravelo, José Luis Correa, Javier Hernández Velázquez); como geografía de encuentros y desencuentros (Pablo Martín Carbajal) o desde la vida en el barrio, microcosmos de una ciudad y testigo mudo de una infancia y adolescencia cuyas raíces reivindica Ezequiel Pérez Plasencia y ahora Gregorio Duque con su libro de relatos Pequeños homenajes (Ediciones Aguere/Idea).

Estos cuentos, postales, retratos, se desarrollan en uno de los barrios con más solera de la capital tinerfeña, El Toscal, y recogen con una mirada que afortunadamente no cae en la nostalgia sino desde una irónica distancia una serie de momentos que el autor describe con pulso regular y en ocasiones sorprendentemente ejemplar.

Pequeños homenajes compila así piezas que forman parte de un mismo órgano, aunque recomiendo su lectura sin comenzar por un principio que no es principio sino saltando sin orden ni concierto de un relato a otro. No es mala idea en este sentido, comenzar por los que se encuentran en medio para continuar con los que están colocados al final y terminar con los de su inicio.

El orden de lectura no alterará el contenido de un libro que apenas llega al centenar de páginas. Páginas algunas de ellas de gratísima lectura.

Citaría, en este sentido, los relatos que llevan por título Visita guiada, Tiempo al tiempo y Revenge.

El primero porque propone un imaginario y divertidísimo encuentro histórico que pudo haber sido real entre un chicharrero y un viajero británico empeñado en ver las banderas de Nelson en un Santa Cruz de Tenerife de 1840.

El segundo porque explora con feroz ironía el seguimiento policial que se emprende contra el arquitecto Alberto Sartoris y el grupo de sospechosos habituales (Eduardo Westerdhal, Domingo Pérez Minik, Pedro García Cabrera) que le sirvieron de guía durante su estancia en la isla para comenzar unos trabajos en torno a una Residencia de Cultura Internacional que nunca llegó a hacerse realidad y, finalmente, Revenge, porque sin perder ese extraño sentido del humor que salpica todas estas historias –nueve en total, como nueve fueron los relatos que en su día publicó J. D. Salinger– resulta el más crudo de todos ellos. Un cuento que, tal y como ya anuncia el título, es una venganza con tintes más que de El conde de Montecristo con ecos a un género policíaco en el que nadie, en absoluto nadie, es inocente.

Pequeños homenajes es un librito que se lee con agrado e interés. Y si bien se trata de un volumen con cierto hermetismo para no iniciados, entre los que me encuentro, pasando por alto esos guiños es un excelente y pequeño fresco sobre un barrio de Santa Cruz de Tenerife que, como avisa Duque en las palabras preliminares al texto, es “un territorio literario, una zona donde el común de la gente profesa el hábito y el amor a la aventura y a la palabra hablada.”

Estamos pues frente a un libro cuya mayor virtud es que está escrito sin acento nostálgico sino como tributo a la vida en el barrio. A esa extraña hermandad, con todo lo bueno y malo que tiene esa hermandad, que une los que se han hecho persona viviendo en barrios.

Quizá sea éste el motivo que explique el extraño sabor de boca que me ha dejado la lectura de este libro singular.

Un texto escrito con estilo y mirada. En la que el autor da un discreto paso atrás.

Y es aquí, en los relatos donde el protagonista forma parte del paisaje, en los que se encuentra una de las claves de que estas historias se lean sin adornos mitificadotes y se entiendan y asuman por su aplastante y desarmante sinceridad.

La sinceridad de un escritor que  rinde pequeños homenajes a una isla, una ciudad, un barrio con una agradecida e insólita vocación universalista.

Claro que las grandes historias se encuentran en las pequeñas grandes historias cotidianas con independencia del acento con que se hablen y se escriban.

Pequeños homenajes se convierte así en una de las más deliciosas sorpresas que he leído en los últimos tiempos de cuanto se está escribiendo en este archipiélago abandonado de la mano de los dioses.

Saludos, gracias Javier por insistir en: ¡vuelve a leerlo!, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “Historias de un barrio”

  1. JAVIER HERNÁNDEZ VELÁZQUEZ Says:

    Esta obra de Goyo Duque es lo que los americanos de mi generación X denominaban “bocados de realidad”. Una obra que se lee a solas y que nos traslada a un tiempo en blanco y negro en que (quizá) fuimos felices. Me alegro de haber acudido a la presentación en el Ateneo Miraflores de la obra, porque la exposición de Daniel Duque fue magistral y desmenuzó (como hacía mi madre con el pescado de pequeño) la obra. Felicidades Goyo…

  2. Gregorio Says:

    Tremendamente agradecido por tu lectura y por tu crítica.
    Un abrazo

Escribe una respuesta