¿Ónde vas, James Bond? ¿Ónde vas triste de ti?

Veo Skyfall y lo primero que pienso es ¿por qué me tomas el pelo James Bond?

Leo críticas elogiosas en torno a la cinta que firma el autista de Sam Mendes, un director de los que dicen serios, y pienso ¿por qué me tomas el pelo Sam Mendes?

Voy un poco más lejos, y lo escribe un bondmaníano confeso, ¿ónde vas 007? ¿Ónde vas triste de ti?

Salgo de esta historia interminable con ganas de matar a alguien.

Mientras, y me consta porque el fantasma de Ian Fleming está a mi lado atiborrándose de anfetaminas, licor del bueno y cigarrillos turcos para olvidar la memez a la que han reducido a su criatura, tan pop y resultona, sacudiendo escandalizado la cabeza.

¿Ónde estás, James Bond?

¿Ónde está tu espíritu cool?

Algo me da en la nariz que la serie –probablemente la franquicia más longeva de la historia del cine–  está anunciando su reconversión no al espíritu máquina de matar que prometía en Casino Royale, la primera de las tres que protagoniza ese peaso carne con ojos que es Daniel Craig, sino las que definió el universo en las que participó Roger Moore.

En especial a partir de Moonraker.

Pura parodia festiva sobre el agente secreto con licencia para matar que elevó al cubo en clave payasa la reivindicable Octopussy.

Ian Fleming asiente con la cabeza mientras escribo estas líneas apresuradas.

También el reivindicable Terence Young, que fue el director de las tres películas que, a mi juicio, son las mejores de Bond: Doctor No, Desde Rusia con amor y Operación Trueno… Que me disculpe Guy Hamilton, pero Goldfinger, salvo Sean Connery, Gert Fröbe y el extraordinario tema musical que interpreta Shirley Basey, no es santo de mi devoción bondmaníaca

Skyfall anuncia, en todo caso, el ocaso de Bond en el cine. Aunque continuarán rodándose películas Bond porque el bondmaníaco como todo maníaco es un inocente.

Tan inocente que espera encontrar en cada nueva entrega del agente secreto al servicio de su graciosa majestad ese cosquilleo que sintió la primera vez…

… La primera vez que me encontré con el personaje fue en el cine La Paz, en la capital tinerfeña.

Una sala que ya no existe y que terminó proyectando sesiones dobles en en sus últimos años de vida. Sesiones en las que dejaban entrar a toda clase de público porque no tenía derecho de admisión. Entre ellos un chaval indocumentado como quien ahora les escribe.

Tuve la suerte de empezar con Bond en el cine La Paz con Desde Rusia con amor, y tuve la suerte y creo que también el buen gusto de enamorarme para siempre de la primera chica Bond que conocí, la italiana Daniela Bianchi

O Tatiana Romanova en la que, posiblemente, sea la mejor novela de Bond. En eso coincido, como en su peculiar gusto por la mujeres con JFK.

Sin embargo, el primer Bond oficial de estreno que vi por primera vez (¡cómo recuerda uno la primera vez!) fue La espía que me amó, en la que Roger Moore además de seducir a Barbara Bach, que hacía de otra rusa, la agente Anya Amasova –yo y mi manía por el deshielo…. Cosas de la Guerra Fría– derrotaba al mal (siempre un multimillonario al que se le había ido la pinza) con la forma de un Curd Jürgens con problemas de sobrepeso…

Y Javier Bardem, ay, Javier Bardem no, no es lo mismo…

No es un malo, malísimo versus Bond.

Y no porque sea Javier Bardem, sino por una película en la que por su insistencia en deconstruir a Bond para llevarlo a sus esencias originales olvida lo básico, lo elemental en toda película Bond que se precie: entretenimiento con clase.

Y Skyfall, e Ian Fleming me da toda la razón del mundo, no entretiene con clase sino que aburre por manida y previsible.

Por rutinaria y simplona pese al discurso presuntamente intelectual con el que se quiere despiezar al mito.

Y sí, estando completamente de acuerdo en que Bond, James Bond es un dinosaurio, un viejo que está pidiendo a gritos la jubilación en la pantalla grande, la leyenda no merecía esta aparatosa y, seamos sinceros, ridícula y forzada ¿vuelta a sus orígenes?

Lo único que hace es volver más rancio un producto cuya nostalgia apenas dinamita los guiños nihilistas con los que se pretende destruir su iconografía.

Como el Aston Martin liquidado a balazos, o un nuevo Q que ahora asume la forma de un jovenzuelo antipático pero experto en ordenadores. O el regreso de Bond a Escocia para, literalmente, volar por lo aires su casa natal calcando –pero muy mal–  lo que tan bien hizo Sam Peckimpah en Perros de paja.

Todo esto y más contribuye a que cualquier aficionado a 007 se pregunte con el sabor amargo de la nostalgia ¿ónde vas James Bond?

¿ónde vas triste de ti?

Mientras, Ian Fleming desaparece de mi lado en una noche lluviosa que es incapaz de disolver el calor….

Saludos, kiss, kiss, bang, bang, desde este lado del ordenador.

Escribe una respuesta