Primero Landa, luego Alfredo

A casi todo el mundo se le anegan los ojos al recordar al actor Alfredo Landa, ausente desde el día de hoy de este planeta que llamamos Tierra, por sus excelentes trabajos en Los santos inocentes, El bosque animado, La vaquilla e incluso, arruguemos el ceño, El crack, ese intento por hacer cine negro imitando todos las claves del género que hizo grande el cine norteamericano.

Si se bebía whiskie en El Crack, el whiskie tenía que ser ahora segoviano.

Si se jugaba a las cartas en El Crack, la partida tenía que ser ahora una de mus.

Y si aparecía un detective, éste tenía que ser bajito, moreno, algo barrigón y con bigote. Y en ese caso, respondiendo a estas características solo un actor podía hacer de detective: Alfredo Landa.

Pero es una injusticia dejar de lado el pasado del actor. De hecho, el apellido del actor dio origen a todo un subgénero del cine español que, visto ahora desde la distancia, no deja de carecer de un insólito valor sociológico.

Ese cine de españolito que vienes al mundo con una sola y obsesiva idea en la cabeza: cazar suecas antes de que las suecas se nos volvieran escritoras de novelas policíacas, se conoce como landismo y tiene en No desearás al vecino del Quinto, Manolo la nuit o ¡Vente para Alemania, Pepe!, solo tres de sus títulos más representativos siempre y cuando se quiera estudiar unos tiempos en los que este país acariciaba la idea de reírse de sí mismo.

¿De sí mismo? Pssss, nó sé yo. 

Y es que nos cuesta a los españoles –que no conocen el significado de la palabra huir, expresa con convicción militar Alfredo Mayo en 55 días en Pekín– reírnos de nosotros mismos.

Otra cosa es cuando nos reímos de los demás. 

Y Alfredo Landa y todas las películas que forman el landismo con o sin Landa sí que supieron explotar ese espíritu celtibérico que se entendía como comedia en unos años en los que este país comenzaba a acostumbrarse a recibir extranjeros y a rendir culto a las suecas y a la descacharrate y patética capacidad de seducción del macho español.

Macho español que mostraba solo la pezuña de su pata negra con aquello de la aún tímida apertura.

Pero todo un talento, oigan, para seducir a esas rubias del norte, así como para sobrevivir sin hacer nada. Claro que al final –y aquí está el mensaje de ese cine que tiene notable valor antropológico– se casaba con su novia de toda la vida, una española que cuando besa, besa de verdad.

Alfredo Landa fue un hombre inteligente porque nunca renegó de ese subgénero que lo hizo tan popular en este país. En él se encarnan las virtudes del mesetario, del españolito que ya estás en el mundo y que se transforma en el perro de Paulov cuando veranea en la Costa del Sol y pasan por su lado las famosas suecas en biquini…

De hecho, y ahora que escribo sobre su figura, pienso que lo recuerdo más como ese tipo echado pa’lante y babeante que por los trabajos que lo recuperaron años más tarde a una industria ya acostumbrada a la servidumbre de las subvenciones.

En este aspecto, Landa es igual a landismo y Alfredo a ese cine que iba de serio por la vida y en el que explotó una variedad de registros que lo ubicaron entre los grandes actores del cine español.

Un cine, recuerdo que dijo en cierta ocasión el cineasta Luis García Berlanga, que disfrutó en su momento de una extraordinaria galería de actores de reparto. Tan extraordinaria, que algunos recordamos aún los nombres de José Isbert, Manolo Morán y José Luis López Vázquez, entre otros ausentes comediantes.

No sé si esto explica que prefiera entonces recordar primero a Landa y luego a Alfredo. Pero entiendan que gran parte de mi niñez y adolescencia me tragué por televisión la mayoría de sus éxitos dentro del landismo. Un subgénero, ya digo, del cine español.

Tan español que solo entendemos los que aún nos consideramos ciudadanos de este país…

Alfredo Landa muere con 80 años pero yo quiero imaginarlo, mientras espera en esa hipotética cola que decide quién irá al cielo o al infierno, tocando insistentemente en el hombro de Ray Harryhausen.

- What?- pregunta alarmado Harryhausen al tropezarse con un señor bajito con el pecho descubierto y la vista desencajada que le señala a una sueca –no podía ser de otra manera– que se encuentra justo delante de los dos…

- What?

- ¿Guat?, ¿qué Guat?… ¡Cordera!, ¡Cordera eso es lo que es!- grita Landa que ha dejado de ser Alfredo.

- ¡Cogdega!- repite entusiasmado Harryhausen.

Saludos, España es diferente, desde este lado del ordenador.

One Response to “Primero Landa, luego Alfredo”

  1. iván Says:

    También en “La marrana” está muy bien Landa; aunque si tuviera que quedarme con una de sus interpretaciones, me quedo con el Paco el bajo, de Los santos inocentes, raro caso en que me parece mejor la película que el libro.

Escribe una respuesta