Compartir a Lo.Li.Ta.

En el Rastro de esta desordenada ciudad que es Santa Cruz de Tenerife he encontrado algunos de los mejores libros que ocupan hoy mi también desordenada biblioteca.

Ir al Mercadillo se ha convertido así en una tradición, y en un oasis con el que pertrecharme de libros usados a precios de crisis. Crisis que se multiplica en los últimos tiempos por la demora en el pago de algunos servicios que presto cuando alguien requiere el concurso de mis modestos esfuerzos.

Cada mañana de domingo, al visitar el Rastro, se enciende la llama de una emoción ante lo que voy a descubrir que no se apaga con el paso de los años.

Es verdad que en ocasiones regreso a casa con las manos vacías, pero en otras aguanto por las asas una bolsa de plástico repleta de volúmenes que pasarán a ocupar ese lado de la mesa de noche donde esperan con paciencia y extrema generosidad a que los lea.

O al menos que los abra por la primera página.

Son estos momentos, quizás, los más intensos. Los más atrevidos. Los más, ya se ha dicho, emocionantes.

No solo, como le explicaba esta misma mañana a una amiga que me abrió los ojos y es responsable de este post, por la expectación que siempre supone buscar refugio, sino también por las cosas que a veces me encuentro dentro de ellos.

No me refiero a postales o a cartas olvidadas.

Ni siquiera a calendarios pasados de fecha que sirvieron alguna vez de marcadores, sino a palabras subrayadas a lápiz, imagino que marcadas con la misma pretensión que cuando lo hago yo.

El domingo pasado, en el Rastro, encontré en uno de los puestos títulos que procedían de una biblioteca bien surtida y armada.

Curiosamente, y mientras pensaba en Ezequiel Pérez Plasencia que suele acompañarme en estos paseos domingueros, me hago con Un niño, del apreciado Thomas Bernhard y oculto entre tratados de psicología una edición en bolsillo de Lolita, de Vladimir Nabokov, ejemplar que tengo ya en casa en una vieja edición de 1959 publicada por la editorial argentina Sur, pero que ahora me llama la atención cuando lo abro y leo frases subrayadas por quien tuvo que ser su anterior propietario.

Alguien al que no pongo sexo y que puede estar vivo o puede estar muerto.

Comparto Lolita.

Y me hago –también procedente de la biblioteca de esa misma persona desconocida– con unos cuentos de Cesare Pavese. Un autor, Pavese, que de tanto en tanto está conmigo cuando más lo necesito.

Ojeo el ejemplar de Lolita.

Y leo, entre otras frases subrayadas por esa mano a la que no quiero poner rostro: “Lo ‘ofensivo’ no suele ser más que un sinónimo de lo ‘insólito’; que una obra de arte es, desde luego, siempre original, por lo cual, su naturaleza misma hace que se presente como una sorpresa más o menos alarmante.”

Y más adelante: “Escribí otros poemas. Me sumergí en la poesía de los demás. Pero no olvidé por un segundo el peso de la venganza.”

Y apenas unas nueve líneas por debajo esta frase que me conmueve e inquieta, marcada por ese lector desconocido con lápiz pero dos o tres veces, supongo que con la intención de que dejara huella en la página: “nunca volvió a hundir mi imaginación sus colmillos”.

Paseo los ojos por esta edición usada de Lolita y me detengo en medio de la calle para leer: “Las aptitudes artísticas no son caracteres sexuales secundarios, como han dicho algunos farsantes y curanderos; y muy al contrario, el sexo no está sino supeditado al arte.”

Y como se tratara de una consigna, o una manera de materializar la desesperación que siente su antiguo propietario: “Lloraba de nuevo, borracho de pasado imposible.”

Hay más frases subrayadas, y páginas con la esquina superior doblada. Una costumbre que detesto pero que decidido respetar en esta Lolita que, siento caprichosamente, comparto con alguien al que, reitero, no quiero imaginar.

Digamos que lo dibujo con un rostro borroso, que una nube oculta sus rasgos.

En unos días en los que busco emociones que lleguen directas al corazón –ese frío trozo de hielo azul, escribe Nabokov– descubrir esta edición de Lolita arrugada, maleada, leída, es de las pocas experiencias agradablemente desconcertantes con las que me he encontrado en los últimos meses.

El sábado, antes de ir al Rastro, pensaba tirar la toalla. Mandarlo todo a paseo, asqueado de esta siniestra realidad que quiere mancharlo todo.

Que loa el sálvese quien pueda.

Que humilla al tonto el último.

Pero tengo sosiego. Y aún respiro aire que refresca mis castigados pulmones.

Y me duermo pensando que mañana es domingo.

Y toca Rastro.

Afortunadamente todavía tengo ánimo para levantarme y bajar a los alrededores del Mercado de Nuestra Señora de África donde me encuentro con una leyenda hecha pedazos a la que últimamente suelo ver por ahí.

Saludo también a otro que deambula.

Y a un tercero que parece querer camuflarse entre el gentío porque, probablemente, “preferiría no hacerlo…”

Subo una de esas cuestas de la desordenada ciudad y tropiezo con aficionados del Tenerife que celebran el ascenso a segunda división de su equipo.

Uno incluso me da un manotazo amistoso en la espalda, no sé ahora si para que me una a la fiesta. Imagino de todas formas que al verme la cara decide alejarse mientras salta como una rana por la calle y se confunde entre el gentío que enarbola banderas tricolores y otras que son la misma que la de Escocia.

¿Por qué tiemblo?

A la altura del cine Víctor me persigno y rezo.

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: La punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.” 

Lo.Li.Ta.

(*) En la imagen James Mason y Sue Lyon en la versión cinematográfica de la novela de Nabokov dirigida por Stantely Kubrick.

Saludos, habla, memoria, desde este lado del ordenador.

4 Responses to “Compartir a Lo.Li.Ta.”

  1. Bartolo Says:

    La niña y el viejo. Pecaminoso asunto. Acaba mal. Un amor que no sale bien, pero ¿cuándo sale bien esa comedia que se llama amor? Amor no platónico. Ay, Dios mío, cuánto ardor.
    Y gracias por recordarnos a este enemigo de Dostoieski, y el próximo domingo ¿encontrarás a Balthus, amigo Eduardo? Un antídoto a las lúgubres ceremonias culturales

  2. admin Says:

    Eleve su corazón, amigo Bartolo, que la aventura sí que es cotidiana…

  3. iván Says:

    Hombre, Humbert Humbert aún no es tan “viejo” ni Lolita tan niña, además ella se enamora perdidamente de Quilty, otro viejo, por cuestiones de refinamiento y ese halo romántico y pertubador que envuelve al caótico y frenético dramaturgo (Peter Sellers en la peli de Kubrick). En cualquier caso, Lolita es una de las novelas que más veces he leído y sé que hoy la volvería a leer con inmenso placer, como otras cosas de Nabokov: “Pálido fuego”, “Ada o el ardor” y, precisamente, sus memorias rusas: “Habla, memoria”.

  4. admin Says:

    Señor Ojo

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