“Philip Marlowe”, dijo Robert Mitchum

La culpa la tuvo una mala adaptación al cine de El Sueño eterno, Detective privado (Michael Winner, 1978), cinta que entre otras irreverencia trasplantaba el universo de Los Ángeles al gélido escenario londinense aunque su protagonista, el actor que encarnaba a Philip Marlowe, se convirtió desde ese día en el verdadero, en el único, en el insustituible detective privado amante de las causas perdidas.

¿Su nombre? Robert Mitchum, ya con bastantes años encima, y que en esta película repetía el mismo papel tras el relativo éxito alcanzado por Adiós, muñeca (Dick Richards, 1975), pulcra adaptación de una de las mejores novelas que Raymond Chandler dedicó al investigador aficionado a los gimlet y los cigarrillos Chesterfield.

Pero esta versión de Adiós, muñeca llegó tiempo después que viera en el cine –Cine Numancia, aún lo recuerdo numantinamente y como si fuera ayer– Detective privado con un Bob Mitchum al que todavía le faltaba tiempo para el sueño eterno. En el filme de Winner, mientras tanto, reparte justicia por las neblinosas (¿o son nebulosas?) calles, mansiones de Londres…

Después fue cuando leí a Chandler.

Cuando leí sus novelas y relatos protagonizados por Marlowe.

Y en todas, El largo adiós, La hermana pequeña, La ventana siniestra, Adiós muñeca, El sueño eterno, Playback e incluso la inconclusa Poodle Springs, que terminaría Robert B. Parker, todo un purasangre del género y que fue llevada al cine con James Caan como el detective privado que nunca probó el sabor de la gloria, Marlowe era Mitchum.

¿Hace falta que lo mastique?

En todas esas novelas, y en los relatos Marlowe, Robert Mitchum fue su encarnación perfecta en mi imaginario, en mi construcción de las historias que narraba con lirismo de perdedor Raymond Chandler. Un escritor, Chandler, al que todos los que leíamos citábamos en unos años de instituto que ya se han ido por el sumidero de la historia y del que conseguí en esa misma época de entusiasmos febriles y probablemente guiado por los fantasmas del mismo Chandler y de Mitchum, La vida de Raymond Chandler, de Frank MacShane (colección Libro Amigo, editorial Burguesa 1977, en una excelente traducción de Pilar Giralt) donde el propio escritor describe a su ¿héroe? como: “Tiene un sentido del carácter, o no conocería su trabajo. No acepta el dinero de otro deshonestamente ni soporta la insolencia de nadie sin una venganza debida y desapasionada. Es un hombre solitario, y su orgullo quiere que le traten como a un hombre orgulloso, o lamentarán haberle conocido. Habla como un hombre de su edad, es decir, con rudo ingenio, un gran sentido de lo grotesco, repugnancia por el fingimiento y desprecio por la mezquindad.”

Bob Mitchum, que es junto a Kirk Douglas un actor de hoyuelo en la barbilla, encaja a la perfección en esta descripción chandleariana sobre su criatura más famosa.

Y no es que ubique en segundo lugar el trabajo de Bogart, ni el de Robert Montgomery en su todavía desconcertante La dama del lago, filme que cuenta la historia a través de cámara subjetiva, lo mismo que deseaba hacer Orson Welles con su frustrada adaptación de El corazón de las tinieblas, relato conradiano donde, curiosamente, su protagonista se llama Marlow. Un Marlow al que solo le falta una e para ser Marlowe que es como reconocemos a Philip. Philip Marlowe.

Ese mismo Marlowe, con e, fue interpretado también por James Garner y Elliott Gould. Pero Gould, a mi juicio, no resultó un buen Philip Marlowe, tampoco una película para recordar El largo adiós, que dirigió Robert Altman en 1974 con entusiasmo renovador. Interés por ubicar al detective privado en la época en la que se rodó este filme que adapta la que considero la mejor novela de Chandler con Marlowe como protagonista.

El largo adiós, la novela, contagia su pesimismo.

Su tristeza eriza la piel.

Y todo porque, ya saben, la traición no es una de las bellas artes.

Me encuentro estos días releyendo precisamente El largo adiós.

Una novela que redescubro tras la tercera lectura que le dedico.

Es como si empezara de nuevo, como si me reencontrara otra vez con Marlowe.

El personaje crece en mi cabeza pero siempre como Robert Mitchum.

Un Mitchum que lleva gabardina. También sombrero y las manos metidas en los bolsillos mientras observa con mirada de no-me-creo-nada la telaraña de mentiras que debe de desenredar.

Cuenta la leyenda que para Chandler Marlowe era Cary Grant.

No sé así que habría pensado de Mitchum encarnando a su personaje.

Quiero imaginar, no obstante, que le habría gustado.

Ese hombretón destila tras su físico una ternura que lo convirtió en estrella.

Y esa misma estrella aún fulguraba cuando llegó a encarnar al detective privado en el otoño alimenticio de su carrera.

Así que dicho esto es mi mejor Philip Marlowe.

Ni Bogart, Ni Caan, ni Montgomery, ni Gould, ni Garner…

Cuando leo las novelas que Raymond Chandler le dedicó a su caballero sin espada no hay otro Marlowe que no sea Mitchum.

Un hombre que parece triste, solitario y final.

Saludos, decir adiós es morir un poco, desde este lado del ordenador.

4 Responses to ““Philip Marlowe”, dijo Robert Mitchum”

  1. Daniel León Lacave Says:

    ¿No hubo un Marlowe interpretado por Dick Powell en “Murder my sweet” (historia de un detective) con Claire Trevor?

  2. JAVIER HERNÁNDEZ VELÁZQUEZ Says:

    Fantástico. No puedo decir más. De hecho lo he compartido.

  3. admin Says:

    Pues es probable, Daniel, que Powell interpretara al legendario Marlowe. Pero ninguno como Mitchum… ¿eh? Ninguno como Bob Mitchum.

  4. admin Says:

    Gracias, Javier, un Chesterfield cuelga de mis labios.

Escribe una respuesta