Aflicción

Mucha gente no se acuerda ahora pero los vídeo clubes fueron durante mucho tiempo algo así como oasis en los que podías ver todas aquellas películas que por una u otra razón no se estrenaban o no te dejaban ver en los cines.

Cuando estos establecimientos irrumpieron con atronadora fuerza en los ochenta más de un vocero se atrevió entonces a afirmar que su implantación suponía la muerte del Cine. Pero el Cine lleva muriéndose desde su traumático tránsito silente al sonoro y desde su coqueto y personal blanco y negro al color…

Eso hace que no preste demasiada atención a quienes continúan pontificando que el Cine agoniza.

Otra cosa distinta es observar cómo está afectando sus continuos cambios a la industria y también al extrarradio que hay montado en torno suyo. Extrarradio en el que incluyo a los vídeo clubes, espacios ya he dicho que durante un tiempo fueron algo así como un oasis en los que saciarme…

Todavía soy socio de tres de estos establecimientos en la capital de provincias en la que vivo. Soy un cliente veterano que aún se refugia para alquilar una o dos películas en los vídeo clubes que permanecen numantinamente abiertos. Últimamente llevándome bajo el brazo megatrónicas producciones que por razones estrictamente económicas he renunciado a disfrutar en un Cine.

En este sentido, podría pasarme las horas divagando sobre lo diferente que resulta ver una película en una sala a oscura, rodeado de desconocidos que devoran cotufas y sorben refrescos, que en la soledad acogedora de tu casa… Aunque durante unos años defendía todo lo contrario.

Es decir, lo maravilloso que era ver una película en un Cine y no en tu casa.

No sé así si este cambio de percepción se debe a una cuestión provocada por la edad. Aunque más que de edad, se trate de comodidad.

Solo sé que numerosas han sido las películas que descubrí gracias a los videos clubes. Recuerdo en concreto un título que se ningunea en la filmografía de John Milius, Adiós al rey.

La vi dos veces seguidas en aquel televisor de pantalla de bolsillo. Así que si la han visto sabrán porque escribo ahora lo de ¡suerte, inglés!

A esta película, como me pasa con muchas versiones cinematográfica, llegué primero por la novela del mismo título de Pierre Schoendoerffer, un libro de cabecera si tienes debilidad por el género de la aventura. Claro que me pasó algo con su versión cinematográfica. La versión de Milius se hizo mía. Tanto, que la vi dos veces seguidas. Y esas dos miradas resultaron diferentes. Fue como si viera dos películas distintas que solo resultaban semejantes en las partes que me emocionaban.

Gracias a los vídeos club malgasté una gran parte de mi última adolescencia y primera juventud metiéndome en la cabeza y en el corazón películas que se decían de terror, y que se producían como chorizos en aquella época de esplendores gore, sangre y tripas a gusto de consumidores con ganas de hacer afición y culto, así como de otros títulos que me conmovieron profundamente.

Un amigo al que no veo hace ya mucho, se convirtió por ejemplo en un experto en la obra de Tinto Brass.

Intentó en su labor de hacer prosélitos en convencerme de las bondades del cine de Brass. Pero yo me quedé con esas dos extravagantes fantasías eróticas que son Salón Kitty y Calígula. Ambas cintas ocupan de hecho un espacio en mi deuvedeteca. No así Portero de noche (Liliani Cavani, 1974) para escándalo de algunos.

Lo mejor de aquel despertar resultaba, sin embargo, alquilar películas con un grupo de amigos que solíamos reunirnos en el kiosco de la Paz, siempre la Paz, para hacer una vaquita con la que alquilar una o dos películas así como comprar en el súper –en esos tiempos era súper, no supermercado– arguito para beber y comer.

No era raro por eso que entre tantas películas que alquilábamos se colase alguna realmente buena antes de que se pusiera de moda entre nosotros hacer lo mismo pero con una porno.

Vi así Pandora y el holandés errante.

Una película que no he vuelto a ver pero de la que sí recuerdo a sus dos actores protagonistas.

Una actriz y un actor que en mi imaginario están más allá del bien y del mal.

Ella se llamaba Ava y él James.

Una se apellidaba Gadner por Grande y el otro Mason, que no es lo mismo –o sí– que hermano masón.

En cuanto a las pornos, se trataban de sesiones bastante golfas en la que nos divertíamos más que viendo la película, con los chascarrillos que soltábamos. Y es que resultaba imposible ponerse a caldo entre tanta gente.

Escribo todo esto, y pese a que no se note, triste.

Esta misma tarde uno de los dueños de los tres vídeos clubes de los que soy socio me informa que tira la toalla.

Que cierra el negocio a finales de este caluroso y apestoso julio.

Una pena, y así se lo hago saber al tipo.

Mientras doy un rodeo por esta ciudad en la que cae un sol de justicia y huele a pedos de la Refinería, pienso que probablemente he visto más películas en vídeo, ahora dvd, que en Cine. Y que si hay suerte, aún serán más las que veré en el salón de mi casa que en Cine.

Por eso, algo se muere en el alma cuando me entero que cierra un vídeo club.

Lo echo de menos.

No ya por la oferta de películas que ofrece sino por las conversaciones que cojo al vuelo mientras pacientemente hago cola para pagar el alquiler de la cinta.

Fragmentos de consultas, recomendaciones y opiniones que desarman por su escueto, aplastante juicio crítico:

- Fuerte mierda.

- Total.

Pregunto a uno de los dueños del vídeo club

- ¿Te ha llegado la de Parker?

- Se acabó. Cerramos a finales de julio. Ya no traemos novedades.

Digiero la info.

Adiós, Parker.

Y vuelvo a preguntar:

- ¿Qué van a hacer con todas estas películas?

- Las vendemos.

- ¿Y las que no?

Silencio.

Y pienso gore:  “trituradas y a la basura”.

O a la puta calle.

Esa misma calle que recorro ahora y que apesta a azufre.

Tan metido voy en mi mundo que cuando voy a cruzar un paso de peatones doy un brinco cuando una furgoneta de la Policía Nacional casi parece querer arrollarme.

Miro a los ojos del policía que está detrás del volante.

Hace un gesto vago para pedirme disculpas.

Y no,

no,

esto no pasó en una película que alquilé en un vídeo club.

(*) En la imagen Nick Nolte en Aflicción (Paul Schrader, 1998)

Saludos, la vida es eterna en cinco minutos, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “Aflicción”

  1. iván Says:

    Bueno, yo creo que -en todo caso- lo que apesta no es julio, sino Santa Cruz, y desde hace mucho. Por otro lado, no sé qué problema hay en comer cotufas y beber refresco en el cine mientras no molestes al prójimo. Nada más, salvo que también a mí me da mucha pena el cierre de los videoclubs y el placer que procuraba mirar las carátulas de las películas antes de alquilarlas imaginando su contenido y el placer que nos ofrecerían en la soledad acogedora de casa y el silencio cómplice de tantas noches. El último que frecuenté como cliente fue Video Laguna, y aún lo echo de menos cuando miro la grotesca peluquería que han puesto en su lugar.

  2. admin Says:

    Ayyyyyy

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