Ramón J. Sender ¿contra? Billy el Niño

“Cada uno de aquellos hombres tenía en su carácter por lo menos cuatro maneras de ser que aplicaba a las circunstancias, según los casos. La del cow-boy cabalgador y jinete de llanuras capaz de caminar semanas y meses junto al rebaño, la del hombre de cantinas y reyertas limpias, la del galán o el esposo y la del asesino ocasional. Todas eran compatibles y ninguna estorbaba a la otra.

La abstinencia de amor durante largos períodos hacía de aquellos hombres, a veces, gente más dura todavía y esquinada. Sabido es que el comercio de la mujer suaviza, domestica y civiliza al macho y por eso los libertinos amorosos suelen ser gente amable en todas partes.”

(El bandido adolescente, Ramón J. Sender. Ediciones Destino, 1965)

La obra de Ramón J. Sender se quiere o se detesta pero no deja indiferente a nadie. Desgraciadamente y por obligaciones escolares, llegué a Sender porque formó parte de un plan de estudios que impartían profesores que se empeñaban en que lo leyéramos para luego cribarnos en un examen.

La reacción era lógica, que uno detestara La tesis de Nancy y Réquiem por un campesino español.

Sender no formaba parte así de mi personal galería de personajes ilustres aunque afortunadamente lo recuperé sin presiones con Imán, La aventura equinoccial de Lope de Aguirre y El bandido adolescente, tres grandes novelas de aventuras del autor de Crónica del alba.

Desde entonces, Sender es un autor al que recurro con cierta frecuencia, aunque otras de sus novelas como Carolus Rex, Túpac Amaru, Míster Witt en el cantón no me despierten el mismo entusiasmo que esas tres.

El bandido adolescente es una novela del lejano oeste donde cuenta la vida de William H. Boney, más conocido como Billy the Kid, un desperado del que se ha hecho eco el cine y la literatura pero sin la intensidad e irónica recreación de un escritor español que describe los pasos del forajido por los territorios en los que actuó.

Muchos de ellos pueblos sin nombre en el que se ha convertido en atracción mostrar el cráneo del verdadero Billy el Niño.

La novela de Sender funde la investigación periodística con lo literario en su personal retrato del Niño. Y el reportaje se transforma en una historia de salvajes en un mundo salvaje donde lo español, o la herencia de España en Nuevo Méjico era notable. Nuevo Méjico aún no formaba parte como estado de la Unión, se trataba de un semillero de blancos anglosajones con espíritu de frontera, ganaderos que actuaban como reyes; mejicanos, descendientes de españoles e indios que se mezclaban en un ambiente caótico de respeto e inquietante violencia.

Ramón J. Sender cuenta todo esto y más en una novela que revela un universo rudo y en ocasiones siniestro pero también luminoso e inocente. Un lugar perfecto en el que desafiar a la ley. Una ley que hacían y deshacían los reyes del territorio, para uno de los cuales trabajó El Niño antes de cometer su primer crimen. Aunque la palabra crimen suene irritante en unos tiempos donde: “La violencia natural triunfaba sobre la violencia legal.”

Con el paso de los años Billy the Kid se ha convertido en una leyenda y su cráneo, los cráneos con los que se tropieza Sender en su travesía, son objeto de culto en ocasiones bastante desacralizado, pero que mantienen su leyenda.

Para Sender la leyenda es la de un adolescente asesinado mientras el mundo gira y gira en nombre de la civilización.

Actúa Billy el niño como lo que es: un adolescente que mata no por el placer de matar sino para quitarse un problema o desquitarse de un insulto en unos años en los que hacerse respetar todavía era importante.

Desde que leí la novela no he vuelto a ver al Niño de otra forma en cómo me la reveló Sender. Y eso que me gusta Kris Kristofferson en Pat Garret & Billy the Kid (Sam Peckinpah, 1973) e incluso Paul Newman en El zurdo (Arthur Penn, 1958) pero ninguno es el Niño de la novela de Ramón J. Sender.

Ramón J. Sender escribió esta novela en 1964 por lo que hace cincuenta años en que salió de su cabeza. Durante un tiempo pensé que el título no era el apropiado, que echaba para detrás.

Más tarde, afortunadamente, los jugos gástricos disolvieron la idea.

El bandido adolescente.

Bandido

y

adolescente.

“Lealtad por lealtad, siempre está bien la que los amigos se guardan entre sí”

Saludos, el mar, desde este lado del ordenador.

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