Mi amigo Guy de Mauppasant

Si hay dos tipos a los que les soporto que me cuenten todas sus alegrías y penas son Anton Chéjov y Guy de Maupassant. Al primero lo descubrí con edad ya tardía y al segundo en una adolescencia por la que asomaba en ese entonces la casi siempre incierta juventud. 

Alianza Editorial publicó hace años la mayoría de los relatos de Maupassant agrupados por temáticas diversas: fantásticos, de terror, bélicos, eróticos… El escritor tanteó casi todos los géneros y supo imprimirle a cada uno de esos géneros su firma. Una personalidad que lo hace único e inquietantemente actual aunque pasen los años y el mundo esté un poco más loco de lo que acostumbra a estar.

En estos días salpicados de pequeñas traiciones y egos más que revueltos volver a Maupassant ha supuesto como encontrarme con un viejo y apreciado amigo que siempre está ahí. Para las duras y para las maduras.

Su relatos, descarnados y agudos sobre la sociedad de su tiempo, son magistrales lecciones de vida y literatura –en apenas unas pocas páginas– mayúscula.

Releo Bola de sebo, El horla, La chica de Paul, La casa Tellier, Una partida de campo, Mademoiselle Fifi, entre otros y me percato que su efecto continúa siendo el mismo. Que me conmueve igual o más que cuando descubrí esas historias por primera vez.

Releeo cuentos que había olvidado y otros a los que regreso como quien regresa a la casa del amigo.

Y Maupassant ocupa ahora el espacio de una biblioteca de la que nunca tuvo que marcharse…

Claro que ¿por qué lo dejé irse?

Lo dejé marchar para que despertara en otros sus adormecidas conciencias. Pero esa es otra historia y su final… su final no tiene nada que ver con Maupassant.

Solo sé que releerlo hace que recupere la sonrisa y otras que me asalte una desconcertante tristeza. E inquietud pero también gozo por la plenitud de sensaciones que me invaden a través de sus relatos.

Siento una vez más ese temblor que, a veces, te recorre cuando repasas a uno de esos escritores que, con independencia del momento en que existieron, continúan estando vivos dentro de tu cabeza.

Y uno de ellos es mi amigo.

Mi bello amigo Guy de Maupassant.

Saludos, imposible dar más, desde este lado del ordenador.

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