Parece cosa de Ultrón

La réplica, dicen que xenófoba, de Robert Downey Jr. a Birdman que es esa rocambolesca película asumida como azote de la vida es puro teatrooo, y la publicación de artículos en los que se arremete contra el cine de súper héroes parece cosa del mismísimo Ultrón, que es el villano en la segunda entrega de Los Vengadores.

Una cinta que pese a la lluvia de críticas revienta taquillas y eleva a los cielos una pequeña ciudad de Europa del Este porque la jornada laboral de estos titanes es la de arrasar el planeta para –dicen convencidos– defenderlo de los que quieren borrarlo de la faz de la galaxia. 

Ésta es una de las paradojas que alimenta este nuevo capítulo de unos héroes que nacieron en las páginas de un colorín hace ya un porrón de años y que han encontrado su lugar en el cine gracias a los efectos especiales…

… porque, que nadie se engañe, si se viene a ver estas películas es por los efectos especiales. Efectos ópticos y sonoros, ese estruendo que te perfora el tímpano mientras contemplas como se destruye todo lo que tocan los héroes.

Y sí, vamos, es lo que uno espera en esta clase de películas pero, cosas de la edad, no evita que la millonaria producción se le haga laaaarga cuando una vez que se supera el asombro digital, sabe que el corazón que lleva dentro solo late para abrumar y agitar –no emocionar– al espectador. Claro que este mismo espectador no deja de pensar qué diría de estos Vengadores si tuviera la edad de un niño…

Crecí, como imagino que crecieron muchos, leyendo aquellos chiflados tebeos que editaba sin puñetero amor al arte Vértice. Era signo de aquellos tiempos. Se trataban de ediciones  cuadradas y donde hubo color en la original norteamericana, la que circuló en España se caracterizaba por su blanco y negro, ese blanco y negro tan característico que define a un país que se nos perdió hace mucho tiempo.

Más tarde, sin embargo, aquellas revistas crecieron de tamaño pero el blanco y negro continuaba a la orden del día. 

De hecho, no llegué a enterarme que eran a todo color hasta bastantes años después, cuando la moda por los cómics –ahora los llamábamos así– se instaló en una época feliz de mi existencia, días en los hacía verdaderas locuras para no perderme las relecturas que guionistas y dibujantes realizaban de todos aquellos enmascarados que habían perdido la noción de que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad.”

Con el tiempo olvidé esas lecturas y me decanté por placeres que tenía más a mano aunque el canto de aquellas historietas permanecía –y permanece– en algún rincón de mi memoria.

Tanto, que esa misma memoria me arrastra a ver Los Vengadores, que es como una película de dibujos animados donde a veces, las prescindibles, aparecen actores de carne y hueso para soltar chascarrillos mientras envían al otro mundo a robots que forman parte del ejército de Ultrón, un villano que no es humano y cuyo padre es el mismísimo Tony Stark, ese que llaman Iron-Man y que en mis tiempos reconocíamos como el Hombre de Hierro.

Más estruendo –en las historietas el sonido se reflejaba a través de onomatopeyas de escándalo: boom, crash y la que más me gustaba, pow, pow, pow, siempre cerradas por un triple signo de exclamación– y los titanes que vuelan, y que golpean y es tanta su fuerza que el que recibe el puñetazo atraviesa paredes entre bromitas del agresor, que son los héroes, a los que ahora se suma un trío que más tarde será dos y en el que Nick Fury –en mis tiempos Nick Furia– hace un cameo como el inspirador de todo este universo dibujado en papel y ahora en cine, Stan Lee.

Y continúa la ensalada mixta de tortazos que se adereza con diálogos sin vinagre para dar forma a un tebeo, que era una forma que teníamos entonces para distinguirlo de un cómic, con forma de película que emborracha –ya digo– por esos gigantescos efectos especiales en los que ha terminado por convertirse el cine americano de los últimos años.

Al menos el que se estrena en las salas, y el que recauda dinero entre todo tipo de públicos, ese público en el que me incluyo aunque vea la película en completa soledad. En la parte de abajo de un cine de verdad y rodeado de butacas vacías.

Me pregunto, a pesar del estruendo, qué sensaciones podrían asaltarme si pasara la noche en un cine tan grande.

Imagino historias que me evaden del espectáculo que enciende la pantalla aunque capto que el mensaje que contiene Los Vengadores tiene algo de sagrado: “la vida es un juego complicado cuyas piezas mueve un ser que no habita nuestro pequeño y ridículo planeta.”

Ya en la calle, y a esa hora en la que la tarde comienza a teñirse por las sombras de la noche, una Voz me dice que Ultrón, el pobre Ultrón que solo quiere evolucionar, es el personaje más humano de la película.

- No has entendido .- respondo entonces poco convencido.

- Tate quieto. - respode la Voz mientras me pierdo con viento fresco en una capital de provincias que muere, cantó el poeta, en soledad.

Saludos, así que parece cosa de Ultrón, desde este lado del ordenador.

Escribe una respuesta