Perfidia, una novela de James Ellroy

“- Yo soy inspector –dijo Dudley–. Bill Parker es un chupatintas. Yo necesito un criminalista brillante, y lo necesito a largo plazo; Bill Parker, no. Yo soy inmune a las normas frívolas; Bill Parker vive atado a ellas. Sospecho que, en ese sentido, usted y yo nos parecemos mucho.

- Gracias a él conservo mi puesto y mi madre no ha acabado en la cárcel –dijo Ashida–. De momento, garantiza nuestra libertad.

Dudley le tocó el brazo.

- Dígalo, muchacho. Sé que está pensándolo. <<¿Qué puede hacer usted por mi?>>”

(Perfidia, James Ellroy. Traducción: Carlos Milla Soler. Literatura Random House, 2015)

La primera novela de James Ellroy que cayó en mis manos fue La Dalia Negra, un libro que devoré  en un viaje mientras me preguntaba de dónde salía aquel tipo. Un tipo en el que creí atisbar ecos de un bronco David Goodis.

De vuelta a la provincia, los ecos se quedaron en eso, voces que se disolvían en el vacío cuando me enfrenté a L. A. Confidential y más tarde a El gran desierto y Jazz Blanco, a mi juicio novelas que no alcanzan el furor ni la sangre de sus dos obras anteriores, pero en las que aparecían como protagonistas o secundarios algunos de aquellos personajes para recordarnos que, las ahora cuatro novelas, formaban un grandioso fresco sobre una ciudad en la que sus presuntos ángeles custodios –entiéndase la policía– son en verdad agentes corruptos y generadores de corrupción.

La literatura de James Ellroy ha sido calificada desde entonces como ladrido de un perro rabioso, chifladura de un enfermo mental, quisquillosa voz de la conciencia e incluso como el hombre que puso patas arriba la recuperación del género, al que trascendió no solo a través de bastardos que trataron de imitarlo sino también en lo policíaco, ya que si bien muchos de los personajes de sus historias son aparentemente defensores de la ley, lo que le importa a Ellroy es mostrar descarnadamente cómo transforma la corrupción a su legión de antihéroes.

Una corrupción –la corrupción es el gran tema en torno al cual giran sus novelas– tanto física (drooogas, alcooohol, seeexo feeebril) como espiritual (saltarse las reglas, el asesinato) y medio para justificar un fin: ganar dinero porque el dinero es poder.

El caso es que James Ellroy escribió un fresco muy vivo –y realista por su maldad, una maldad en la que a veces asoma la ternura– de una ciudad, Los Ángeles, que  tras finalizar la II Guerra Mundial observa como transita por sus calles agentes de la ley que aprovechan la placa para ejercer su ley, taimados leguleyos, mafiosos, periodistas bajo cuerda, prostitutas, traficantes, alcahuetes y estrellas de Hollywood que, vistos a través de la acerada mirada del escritor, forman parte de la misma basura.

Imagino que con ganas de volver a ubicarse en las listas de los libros más vendidos, y tras su titánico y anfetamínico cuadro sobre los años sesenta, Ellroy regresa a su escenario original, Los Ángeles, reuniendo al personal de sus primeras cuatro novelas angelinas para narrarnos ahora qué hacían cuando despertaron la mañana en que la aviación  japonesa  bombardeó la base naval de Pearl Harbor.

Perfidia ofrece, en este sentido, una buena oportunidad para conocer cómo se desenvolvían parte de los personajes que recordamos ya maduros en L.A. Confidential, La Dalia Negra, El gran desierto y Jazz blanco, solo que ahora son más jóvenes pero igual de enfermos, manipuladores y violentos.

Perfidia es la primera entrega de una serie que constará de otras tres novelas en las que el escritor pretende narrar cómo cambió a toda una nación, pero en concreto a una ciudad como Los Ángeles, California, la irrupción de una Guerra que hasta ese momento fragmentaba las maltratadas tierras de Europa.

Se trata así de una novela de retaguardia en la que pesa, y bastante, el fondo bélico, pero que no olvida el crimen, en esta ocasión el que liquida a una familia japonesa presuntamente quintacolumnista y, sobre todo, la corrupción que alimenta y al parecer da razón de ser al corazón de esa ciudad.

Una ciudad sumida en la oscuridad por la guerra, paranóica ante la amenaza de ataques de submarinos japoneses, y ocupada por el ejército.

Sin embargo, si hay un personaje central en esta compleja novela coral es el duro pero también tierno Dudley Smith, una de las creaciones más logradas de Ellroy, y de quien conocemos algo de su pasado en Irlanda, lo que opina de Ciudadano Kane y el amor que siente por su hija ilegítima, Beth, un personaje que existió realmente y que alcanzó una popularidad no deseada cuando apareció su cadáver troceado en un descampado de Hollywood. Beth no es otra que Elizabeth Short, la famosa Dalia Negra, víctima de uno de los crímenes más horrendos de cuantos han sucedido en la Meca del Cine y que nunca se resolvió.

Hay mas protagonistas en esta novela repleta de hombres y mujeres de acero como William H. Parker, Hideo Ashida, policía de origen japonés e inclinaciones homosexuales, Kay Lake, Claire de Haven, musa de la comunidad izquierdista de Hollywood, que se cruzan con hombres y mujeres cuyos nombres nos suenan: la actriz Bette Davis, con la que Dudley Smith mantiene un tórrido romance; Joan Crawford, Harry Cohn, Mickey Cohen, Ben Siegel y otros que en manos de James Ellroy se convierten en personajes de su ficción.

Se trata Perfidia de una novela que recupera a un escritor que sabe manejarse muy bien por la geografía angelina de los años cuarenta. Y si el lector se muestra cómplice de su propuesta, las más de setecientas páginas de la novela le sabrán a poco. Cosas de la corrupción o, mejor dicho, de la tentación en caer en la corrupción.

Como en otros títulos de Ellroy, Perfidia implica sin embargo una digestión dolorosa ya que cuesta seguir su complicada trama policial aunque lo de menos, en las novelas de este escritor, suela ser los misterios por resolver. Casos que se olvidan tras la afortunada y amplia galería de personajes con los que suele apuntalar sus novelas.

Todos ellos, los cínicos y duros, los débiles y cobardes, hacen que el lector deba dar un paso al frente para que caiga sin red en el universo oscuro, tenebroso y violento de una cabeza que no entiende el espectáculo sino es provocándolo e ir de políticamente incorrecto. Un feroz individualista que viste camisas floreadas.

En las novelas de James Ellroy lo que funcionan son sus retratos humanos y las dobleces humanas que los caracterizan. También el paisaje urbano en el que los ubica: una jungla en la que nadie, nadie, es inocente y en las que el Mal –Ellroy no deja de ser un moralista pese a su crudeza– casi nunca paga.

Saludos, aún noqueado, desde este lado del ordenador.

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