Se hace camino al andar

Un ir y venir de gente. Probablemente porque coincide en el parque García Sanabria de Santa Cruz de Tenerife la Feria de Flores, Plantas y Artesanía Tradicional Canaria con la del Libro en un recién estrenado mayo de 2015 que se caracteriza por un cielo azul que quema la vista y bajo lo que se dice un sol de justicia.

Y el García Sanabria, que es el pulmón verde más veterano de esta capital de provincias, recibe a los paseantes en un ambiente de fiesta en el que se mezcla la afición por la botánica y el amor a las letras y pone de manifiesto, una vez más, que el lugar natural para la fiesta con los libros debe ser esta pequeña pero recoleta zona ajardinada de la ciudad.

El ritmo es febril y como suele suceder, uno se encuentra ahí, en sus avenidas ahora más estrechas por las casetas, con gente con la que hacía años no veía. El peatón deja por lo tanto de ser peatón en el García Sanabria y se convierte en un ciudadano que lleva libros, flores y plantas y piezas de artesanía.

Yo solo sé que la bolsa que tengo bajo el brazo está a punto de romperse por el peso que sostiene y que tras la charla con el escritor Pedro Herrasti, nos tomamos unas cañas en el kiosco Numancia donde hacemos tertulia con un grupo de amigos.

Más tarde, acompaño a Herrasti por las calles de la capital tinerfeña para que observe la fachada del antiguo templo masónico, la plaza de España, que apenas reconoce el escritor, quien residió aquí en 1995; la Noria, el Mercado Nuestra Señora de África y TEA, mientras perdemos el tiempo hablando de esas cosas que tanto nos gusta a los raros: historia y libros.

Libros e historia.

Historia y libros.

Esta mañana, de un sábado igual de caluroso que la tarde del viernes, vuelvo a pasear por el Parque y el trasiego de paseantes es casi el mismo de ayer. Y la bolsa que agarro entre los dedos, que es la misma bolsa, termina por romperse cuando cruzo frente a la fuente que preside la estatua de la mujer de carnes generosas y que no una, sino tres personas se inclinan para ayudarme a recoger los libros que se han desperdigado por el suelo, y que alguien, otro paseante desconocido, me entrega una bolsa de plástico y que antes de que tenga tiempo de darle las gracias se desvanece entre los que van de un lado a otro mientras yo mismo me confundo también entre los que suben y bajan con la feliz e inquietante sensación de que dejo atrás el disfraz de peatón de todos los días para convertirme en un ciudadano más que carga con libros, flores, plantas y artesanía.

Y esto, pienso, con todos sus defectos, debe ser la Feria.

Una Feria del Libro.

Saludos, nos vemos ahí, desde este lado del ordenador.

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