El espectáculo debe continuar

Tras la ausencia por causas todavía misteriosas, como son muchos de los temas que aborda en sus novelas, de Javier Sierra, la mañana del lunes 4 de mayo contó con la presencia del segundo escritor más popular por mediático de los invitados este año a la Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife que clausura esta tarde noche su XXVII edición en el Parque García Sanabria.

¿Su nombre?

Fernando Sánchez Dragó.

El encuentro con el autor de obras como Gárgoris y Habidis. Una Historia Mágica de España tuvo lugar a las 11 de la mañana y contó con una concurrida asistencia de público reunidos ahí –bajo la sombra de la carpa– para escuchar a un escritor que, como señaló durante su intervención, ha construido una literatura en torno a sí mismo.

Con él como protagonista.

Egografía, creo que la definió.

Con independencia de su producción literaria, barroca, florida y en muchos casos pesada a mi juicio, ya que no he podido finalizar un libro de Dragó por mucha buena fe que he puesto en el intento, el escritor sí que se crece como personaje en sus apariciones en la pequeña pantalla y en directo frente al público por su gusto en encender la llama de la polémica. También por no ocultar su radical revés ideológico y la constancia en mantener un discurso repleto de palabras que suenan y resuenan como si dijera verdades como puños.

Así que al margen de que sus novelas y ensayos me resulten francamente criticables e indiferentes, no sucede así cuando Dragó da la cara ante unos espectadores que, como le dijeron algunos cuando lo vieron físicamente esta mañana en el García Sanabria, “parece usted más alto cuando sale en la tele.”

La canción de Roldán. Crimen y castigo, que se trata del libro más difícil  de su carrera –confesó Sánchez Dragó– es una novela y no una biografía ni un largo trabajo periodístico, en el que narra la caída de Luis Roldán, quien fue el primer civil que actuó como Director General de la Guardia Civil y a la vez, también, la difícil empresa que acometió el escritor durante la redacción de una obra que, intuyo al modo de A sangre fría de Truman Capote, hizo que conociera al mismo Roldán y tuviera incluso la oportunidad de leer sus diarios para articular un retrato –a medio camino de la novela picaresca, dijo– sobre un hombre que desde entonces representa lo que podríamos denominar como el icono más visible de la corrupción en España.

Y Fernando Sánchez Dragó sabe explicar todo este relato en apenas una hora escasa, trufada por las intervenciones de un público que primero inquieto ante esa figura que ha engrandecido la pequeña pantalla, y más tarde relajado porque el escritor no se come a nadie, puso atención porque, curtido vendedor, Dragó ofreció el resumen de un libro que invita a viajar a uno de los periodos más oscuros de la democracia española.

Un largo parlamento en el que pensé que a este escritor, más que leerlo, merece la pena escuchar pese a que no se esté demasiado de acuerdo con lo que dice, aunque cómo lo dice seduzca y cautive.

Me pregunto si ese es el precio que debe de pagar por ser mediático. Un rostro medianamente popular no ya solo entre los culturetas sino también entre los que no lo son. Es decir, todos aquellos que se acercan a su obra porque lo han visto en esa caja que no tiene nada de tonta por mucho que algún listillo piense lo contrario.

Fernando Sánchez Dragó da espectáculo. Y contribuye a ello una madurez muy bien llevada así como un vozarrón que obliga a despertar incluso al que está a punto de cerrar los ojos.

Otra cosa es, claro está, cuando intento sumergirme como lector en sus libros y descubro que me agrada más cuando asume su papel de periodista o promociona su trabajo de viva y en ocasiones ronca voz.

Esa voz, reitero, que obliga a despertar incluso al que está a punto de cerrar los ojos no sé ahora bien si porque te asalta el sueño.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

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