¡¡¡Detengan a esa mujer!!!

No solo de Patricia Highsmith vive el lector de la turbia literatura criminal. Hay otras señoras que lidiaron con género tan aparentemente masculino y que publicaron y alcanzaron el reconocimiento que se le debía en lo que fue su época dorada –los cuarenta– y, dicho sea de paso, en territorio entonces solo abonado para hombres.

Pero ellas están ahí, y metieron la cabeza como pudieron hasta alcanzar una notoriedad que, paradójicamente, casi nadie admite en la actualidad. Su éxito logró, sin embargo, que algunas de sus obras se tradujeran al español tras haber sido adaptadas al cine.

La lista de estas mujeres es larga, pero solo citamos unos pocos nombres para que los interesados, a todos aquellos a los que pueda morder la curiosidad, se hagan rápidamente con cualquiera de sus novelas.

Ahí van las tres escogidas:

Margaret Millar

Vera Caspary

y Dorothy B. Hughes

Y no, no nos hemos olvidado de las damas del crimen, pero en este artículo que solo quiere ser orientador nos centramos en las mujeres que se sumergieron en las aguas, ya se ha dicho, turbias de la literatura criminal. Esa que se escora más hacia lo social, presta atención a los personajes –paradójicamente perdedores y masculinos– y olvida el profiláctico crimen de salón.

La labor que Margaret Miller hizo al género ha quedado oculta por la sombra alargada de quien fue su marido, Kenneth Millar alias Ross McDonald, pero deberían de buscarla para que se hagan una idea de cómo hay que tratar a los protagonistas de una novela y de cómo sus acciones equivocadas les conducen a la perdición. Atención a una de sus obras: Pagarás con maldad. El título, como se observa, lo dice todo.

A Vera Caspary habría que hacerle un monumento. Un monumento por su novela más popular y que dio nombre a una de las mejores películas negras de Otto Preminger, el cineasta irascible. ¿Título?, Laura, por el amor de Dios. Un personaje al que la actriz Gene Tierney contribuyó a hacer eterno.

La tercera de la lista, y no por último la peor de ellas, es Dorothy B. Hughes. Una mujer de armas tomar, nacida en una familia de clase media y en un ambiente bastante progresista para su época. Estudiante de periodismo, en la década de los cuarenta comenzó a escribir novelas criminales en las que pronto se distinguió por sus afilados y crudos relatos protagonizados por perdedores algo románticos. El caso es que estos libros alcanzaron notable éxito de público, algunos de los cuales fueron adaptados al cine.

Entre otras versiones se encuentran títulos como En un lugar solitario, Persecución en la noche y El gorrión caído.

En un lugar solitario se ha convertido en un clásico del cine negro y en una de las mejores películas de su director Nicholas Ray, y de sus dos actores protagonistas: Humphrey Bogart y Gloria Graham.

Persecución en la noche es además de una novela a reivindicar un título clave en la filmografía como cineasta de Robert Montgomery, un actor a quien debemos una deliciosa extravagancia con cámara subjetiva que responde al nombre de La dama del lago. En esta ocasión, rodó una convincente y sobre todo muy lírica versión de la novela de Hughes que todavía resplandece.

La tercera adaptación, El gorrión caído, es una desoladora huida hacia delante que realizó Richard Wallace y que contó con una de las grandes estrellas del Hollywood de aquellos años, John Garfield, quien en el filme interpreta a un ex combatiente del batallón Lincoln en la Guerra de España, razón que obligó a que su estreno en España  se retrasase hasta la muerte del general Franco.

¿Hay puntos en común en estas tres novelas?

La respuesta es afirmativa. El inconfundible sello Hughes. Tan inconfundible que todavía se mantiene sin que apenas haya hecho mella en ellas el paso del tiempo. Respiran, como respiran las novelas de la señora Millar y Caspary. Solos tres mujeres, entre otras tantas mujeres, que aportaron una lúcida mirada a las turbias aguas del género criminal.

Saludos, se ha dicho, desde este lado del ordenador.

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