Todas las personas que mueren de amor, una novela de Víctor Álamo de la Rosa

“La tristeza no. La tristeza está hecha del dolor que hay detrás del dolor  Cuando ya no se siente. Cuando ya no se siente nada es la tristeza. Atrás de atrás de atrás, trascendido de todo cuanto duele. La tristeza, lo que aparece cuando ya no hay dolor, cuando el arrasamiento. Eso es la tristeza, hecha d amores, desamores, humores y fantasmas,  voluta hinchada, perplejo posicionamiento de la última capa del alma. La tristeza.”

(Todas las personas que mueren de amor, Víctor Álamo de la Rosa, Salto de Página, 2015)

Víctor Álamo de la Rosa cuenta con una trayectoria literaria consolidada. Creador del territorio mítico de Isla Menor, geografía que prácticamente ha monopolizado casi toda su narrativa y que es un trasunto –explica Álamo de la Rosa– de la isla de El Hierro, ha obtenido el último premio Benito Pérez Armas de Novela con Todas las personas que mueren de amor, obra que, curiosamente, no transcurre en Isla Menor sino en una realidad brumosa, que juega caprichosamente con los sueños, para narrar el relato de un desamor.

Estructurada en dos partes y un final en el que se fusiona realidad y fantasía, Todas las personas que mueren de amor es una novela que busca su tono empleando para ello varias voces narrativas, todas ellas en primera persona, pero no termina de cuajar en sus ambiciones.

Con esta estructura, la primera propone la versión de un joven profesional que piensa que ha encontrado el amor de su vida, solo que tras sufrir una enfermedad, y mientras espera ser sometido a una complejísima intervención quirúrgica, descubre que no es oro todo lo que reluce.

La novela gira, pero no plantea, la búsqueda del amor del protagonista. Un amor muy particular que en su relato se transforma en fuente de la que emanarán todos los conflictos. El narrador explica su desamor –a veces en clave poética–  en torno a la mujer que pensó era la de su vida.

Planteado así, el argumento de Todas las personas que mueren de amor no deja de tener su atractivo romántico aunque la mirada del protagonista antes-durante-después de la operación que decidirá su vida o su muerte resulta demasiado turbia al estar trufada de reproches contra esa mujer que lo cegó y que le robó el alma.

Para destacar esta actitud, Víctor Álamo de la Rosa presenta a un protagonista inmaduro cuya visión del amor declina hacia el sexo en encendidos encuentros eróticos que describe a lo largo del libro.

En este sentido, le falta a Todas las personas que mueren de amor precisamente amor y le sobra demasiado sexo.

Eso al menos es lo que evoca el protagonista de esa relación, quien dibuja a su novia, Gladys, como una vamp de andar por casa. O lo que es lo mismo, una chica caprichosa a la que le gusta el sexo.  No hay nada más profundo entre los dos, aunque el protagonista bastante ingenuo y egoísta reclama una complicidad que, por lo que explica en la novela, solo se ha dado en almuerzos y cenas; escapadas al mar y sobre todo entre sábanas revueltas.

El protagonista más que amor por Gladys lo que siente es un deseo que se convierte en adicción. Gladys, que pertenece a un mundo radicalmente diferente al suyo, sí que sabe estimularlo para el placer efímero pero no le proporciona –parece que no lo busca tampoco– tranquilidad emocional.

La primera parte de Todas las personas que mueren de amor se trata más que de una confesión de un alegato en el que su protagonista no deja de plantear un desengaño desconcierto entendemos que egoísta:

“¿Cómo después de todo lo que me había pasado, esas mujer no daba el paso de venirse conmigo y cuidarme y amarme sin reservas? Me lo preguntaba a diario, aunque ella me llamara y me enviara SMS amorosos.”

Todas las personas que mueren de amor debe ser leída entonces como una crítica que el autor  emprende contra un chico que no entiende la razón de ¿por qué las cosas le van tan mal? pero sin darse cuenta que quizá sea él el origen de todo ese mal.

El escritor retrata la visión del mundo que tiene su personaje como un territorio muy limitado en el que no asume culpabilidad alguna ante sus acciones. La situación se complica cuando al borde de la muerte ingresa en el hospital para que le extirpen otro mal que tiene la forma de un lagarto.

Mientras tanto, el narrador continúa con su victimismo y cataratas de reproches:

“Mi cabeza no podía admitir ese hecho, había que tener demasiado estómago. Mentir y engañar despiadadamente a su novio enfermo.”

Y líneas más abajo, resaltar:

“Me moría en serio.”

Al margen de la frustrada relación de pareja, lo mejor de la primera parte de esta novela se encuentra en la descripción de la vida cotidiana que desarrolla en el hospital y en cómo acomoda su existencia con la de otros enfermos igual de graves que él a la monotonía de un centro que funciona con un horario espartano y en el que salir a escondidas para fumar un cigarrillo en una habitación olvidada se convierte en algo así como un signo de libertad.

Será también en este hospital donde vea y hable con dos hijas supuestas. Las hijas que pudo tener con Gladys y la necesidad de construir una familia.

Los celos, sin embargo, contribuyen a su desgaste sentimental y minan su alterada conciencia cuando concluye que “Gladys es mala, no puede haber otra explicación.

La segunda parte de Todas las personas que mueren de amor está narrada por Gladys pero su relato es también un reproche en el que más que explicar las razones de porqué actuó así, sirve para manifestar que más que mala es una chiquilla manipuladora. Se resuelve por lo tanto la duda que tiene el protagonista masculino mientras se cincela el carácter igual de inmaduro de ella. A modo de cierre, irrumpe entonces un tercer personaje que no revelaremos pues ofrece otra mirada moral sobre la misma historia.

En la tercera parte, por último, interviene el jefe de Neurocirugía del hospital donde ha estado ingresado el joven y las niñas que son productos de la imaginación, o fantasmas según se prefiera.

Con ellos se pone candado a un relato coral que, sospecho, no es de lo último en la producción narrativa de Álamo de la Rosa así que su lectura resulta muy desconcertante y deja la sensación de que necesitaba de paciente revisión para imprimirle el sello que caracteriza su literatura. Esa literatura que en su universo de Isla Menor tanto le debe a lo que se conoce como realismo mágico.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

3 Responses to “Todas las personas que mueren de amor, una novela de Víctor Álamo de la Rosa”

  1. Irene Says:

    Nadie tiene la solución, por eso hay que luchar

  2. Elena Says:

    Soy seguidora de la obra de Víctor Álamo desde hace años, y si bien es cierto que esta novela supone una ruptura con su escenario habitual de la Isla Menor, también nos invita a reflexionar de nuevo sobre el poder sexual que ciertas mujeres ejercen sobre ciertos hombres. En este sentido, Gladys podría ser una versión moderna de la Celedonia Jesús de CAMPIRO QUE.

    El protagonista es un paciente atrapado en un hospital. Un paciente y desquerido hombre, con un alma errante y secuestrada por sus carencias afectivas, que nos relata cómo va muriendo de amor y por amor, sin que lo que ocurre en su cabeza le permita advertir que no es más que una marioneta en las caprichosas manos de una mujer.

    El hombre que nunca haya caído en las redes de una Gladys, que tire la primera piedra.

  3. admin Says:

    Con ese nombre, señora, y se olvida usté de Elena de Troya… En fin, todo muy sospechoso, sí, muy sospechoso.

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