Suave caricia. Las muchas vidas de Amory Clay, una novela de William Boyd

“Ahora que lo pienso, hubo un error el día que nací. Ahora no parece importante, pero el 7 de marzo de 1908 –hace mucho tiempo, casi setenta años atrás– mi madre se enfadó mucho. No obstante, fuera como fuese, yo nací y mi padre, siguiendo las estrictas órdenes de mi madre, insertó un anuncio en el Times. Yo era la primogénita, así

que el mundo –los lectores del Times de Londres– tenía que ser debidamente informado. «El 7 de marzo de 1908, Beverley y Wilfreda Clay tuvieron un hijo varón, Amory.»

¿Por qué puso «hijo varón»? ¿Para fastidiar a su esposa, mi madre? ¿O fue el perverso deseo de que yo no fuera una niña, el hecho de que no quisiera tener una hija?

Me pregunto si fue por eso que más tarde intentó matarme. Cuando me encontré ese recorte reseco y amarillento escondido en un álbum, hacía décadas que mi padre había muerto. Demasiado tarde para preguntarle. Otro error.”

(Suave caricia. Las muchas vidas de Amory Clay. William Boyd. Traducción: Damià Alou. Alfaguara, Penguin Random House Grupo Editorial, 2015)

A pesar de que me su mejor novela me sigue pareciendo Un buen hombre en África, obra en la que creí descubrir a un notable seguidor de Graham Greene solo que aliñado con gotas de divertido e inteligente humor británico, no suele decepcionarme las novelas y cuentos que he leído hasta la fecha de William Boyd. Y cuando se escribe decepción me refiero incluso a su colaboración en el universo literario de James Bond con Solo, su más que correcta aportación al universo literario creado por Ian Fleming.

El caso es que William Boyd, que se trata de un escritor clásico, que huye de experimentalismos y cuyas mejores historias suele ambientar en la primera y convulsa mitad del siglo XX, me sorprende con cada libro que presenta, aunque en algunos de ellos se aprecie que explota un territorio que ya ha sido explorado por el mismo autor, solo que con nuevas perspectivas.

Esa es la sensación que saco de Suave caricia: las muchas vidas de Amory Clay, historia en la que cuenta la vida de la fotógrafo documental Amory Clay, y que  incluye algunas de las imágenes que sacó a lo largo de su carrera. La gracia, o broma literaria si quieren, es que Amory Clay es fruto de la imaginación de William Boyd, y su vida, su buena vida, la feliz y la amarga crónica de una mujer durante gran parte del siglo XX ya que está presente con su cámara en algunas de las crisis y guerras que jalonaron su historia, pero también tomando el pulso a su familia y la recreación en la belleza de las pequeñas cosas que son, generalmente, los buenos momentos.

La novela toma forma a través de varios de los diarios que escribe Amory Clay en 1977 así como al tiempo presente de su personaje, lo que permite a Boyd narrar el día a día de Clay y definir a un personaje que en sus últimos días vive recluida en una cabaña aislada en una isla de las Hébridas, y en la que pasa el tiempo bebiendo demasiado whisky y socializando solamente con el médico y el hotelero de este reducido espacio geográfico.

Amory Clay es producto de una familia semi-aristocrática, fruto de un padre, Beverley, novelista fracasado y escritor de cuentos sobrenaturales al borde del colapso nervioso tras combatir en la Gran Guerra; su madre, Wilfreda, una mujer distanciada y solo preocupado porque los suyos no susciten escándalos, y dos hermanos. La existencia familiar de Amory Clay se quiebra cuando su padre intenta matarse con ella arrojando el coche que conduce a un lago, lo que genera que Amory Clay –al salir ilesa del accidente– termine por desconfiar de los hombres que ama.

Pese a esta sospecha, la novela describe las historias de amor que mantiene Clay con algunos hombres en esta novela. Todos ellos, personajes vulnerables, heridos. También muy egoístas pero tiernos cuando hacen el amor, la suave caricia que forma parte del itinerario sentimental de la protagonista.

La novela se lee de un tirón, pese a su generoso número de páginas, porque Amory Clay vive una vida en la que parece que no existe la palabra aburrimiento. En su vida adulta conoce el submundo de los clubes de striptease de Berlín de los años 20, es golpeada salvajemente durante los disturbios fascistas de Londres en los 30 por las hordas lideradas por Oswald Mosley y viaja hasta Francia en la Segunda Guerra Mundial y Vietnam en los años sesenta porque con sangre, sudor y lágrimas está consagrada a su oficio: la fotografía.

A lo largo de todo este itinerario, Clay conocerá a un puñado de hombres (un editor, un soldado, un escritor, un fotógrafo) a los que ama, forja amistades, se enfrenta a grandes cuestiones de fe y aprende a traicionar cuando siente que la traicionan.

Todas estas experiencias procura reflejarlas con su cámara y resultan creíbles al lector porque su personaje, que al principio solo es barro, se transforma en un cuerpo dotado de carne y alma. Además, y a diferencia de otros escritores contemporáneos, William Boyd sabe contar buenas historias con muy pocas pretensiones. Lo que es un valor en estos tiempos de egos tan revueltos.

En el libro, la voz narrativa de Amory Clay nunca flaquea. Y todo pese a que  a veces resulte complicada y contradictoria e impulsiva en otras. Estos rasgos de su carácter contribuyen sin embargo a armar su carácter, a que sea real porque está tallada con tan milimétricas imperfecciones.

Si se conocen otros trabajos de Boyd, Suave caricia: las muchas vidas de Amory Clay recordará el tono de Las nuevas confesiones y Las aventuras de un hombre cualquiera, títulos en los que proponía también autobiografías ficticias de un cineasta y de un novelista, ambos masculinos. Ahora, al narrar la vida de Amory Clay, escribe sobre un buen pedazo del siglo XX desde la perspectiva de una mujer cuyo relato resulta más fuerte y menos cínico que el que proponía del director de cine y del escritor.

De hecho, parece que su habitual mezcla de artificio y naturalismo ha llegado a un grado de perfección en Suave caricia que convierte este libro en uno de los mejores trabajos que su autor ha publicado hasta la fecha. Y remarca este efecto, nada gratuito, la inclusión en sus páginas de una serie de fotografías supuestamente tomadas por Amory Clay, y que funcionan como ilustraciones en las que, curiosamente, cuando aparece la protagonista, la imagen se hace borrosa, casi como si fuera voluntad de Boyd que sea el lector quien imagine a su formidable heroína.

No es capricho ni baladí, porque entre otros transfondo de la novela, William Boyd reflexiona sobre la capacidad de invención, la de reconstruir pero también deconstruir la realidad a través de la ficción. Incluso el título del libro está tomado de una novela inventada que fue escrita por uno de los amantes de Amory Clay:

Dure lo que dure vuestra estancia en este pequeño planeta, tanto da lo que ocurra en ella, lo más importante es sentir –de vez en cuando– la suave caricia de la vida.

Jean-Baptiste Charbonneau, Avis de passage (1957)

Suave caricia es, en definitiva, una novela con capas. O un fascinante juego de espejos sobre la vida.

Saludos, cantamos, desde este lado del ordenador.

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