La historia de amor que dio origen a ‘El guardián entre el centeno’

“El desgaste psíquico del soldado de infantería Jerry Salinger no se curará nunca, esa angustia no desaparece. No hay remedio para el post-traumatic stress disorder. El suicidio de Seymour Glass en Un día perfecto para el pez plátano es sin duda el suyo. A partir de mayo de 1945, Jerry, que desde ese momento se hará llamar J.D., se ha convertido en un muerto viviente. Mejor dicho, como lo describen a menudo los soldados afectados por el síndrome del veterano: no está muerto, pero ya no pertenece al mundo de los vivos. Su reclusión empieza ahí.”

(Oona y Salinger, Frédéric Beigbeder. Traducción: Francesc Rovira. Colección: Contraseñas, Editorial Anagrama, 2016)

Los que seguimos el rastro literario de Frédéric Beigbeder nos hemos llevado una grata sorpresa con su última novela. Novela que, es probable, moleste también a iniciados porque en Oona y Salinger Beigbeder cambia de registro aunque el relato conserva aún señas de identidad, elementos a través de los cuales ha construido su universo, profundamente personal si lo analizamos con risueña bondad y radicalmente ególatra si se estudia con espíritu crítico, y constante de las que ya pretendía distanciarse en la que,  a nuestro juicio, continúa siendo uno de sus mejores libros: Windows of the World, su peculiar y sentido homenaje a las víctimas del brutal atentado de las Torres Gemelas, e historia en la que el autor cortésmente cede espacios y contenidos a un hipotético padre y sus dos hijos atrapados en uno de los rascacielos antes, durante y después de producirse la tragedia.

Beigbeder vuelve a ocultarse en la oscuridad, aunque mejor es decir que casi se oculta en la oscuridad, en Oona y Salinger, libro en el que noveliza la historia de amor que mantuvo el celebrado y misántropo autor de El guardián entre el centeno con la hermosa hija del dramaturgo Eugene O’Neil, y mujer que más tarde se desposaría con Charles Chaplin, lo que según el escritor francés le rompió el corazón a Jerome Salinger ya que, entre otras cosas, el genial cineasta y actor podía haber sido el abuelo de Oona aunque, según escribe Frédéric Beigbeder, fue un matrimonio feliz, fruto del cual nacieron ocho hijos, uno de ellos Geraldine Chaplin, musa y esposa durante unos años del cineasta Carlos Saura.

Fascinante retrato de una época y una ciudad, el Nueva York de los años cuarenta, una urbe volcada en el hedonismo, el Salinger de Beigbeder es un muchacho larguirucho de apenas veinte pocos años y Oona, una chica de armas tomar, una it girl, de quince, que se conocen y se enamoran como dos adolescentes. En su historia de amor planea los desengaños y parece que se posa la sombra de la polémica pero ya se sabe que es en la polémica donde se mueve admirablemente bien Beigbeder, un escritor al que no le gusta permanecer al margen y que hace un tiempo dejó de ser el  niño terrible y mimado de las letras francesas para convertirse en el escritor preocupado, y si me apuran, obsesionado con el amor de hoy día.

Su admiración por la obra de Salinger es patente, así que la descripción en unas cuantas frases sueltas del espíritu festivo que se vivía en la ciudad de los rascacielos antes de que los Estados Unidos de Norteamérica entraran en la II Guerra Mundial resulta admirable. Más cuando todos los protagonistas de esta historia son personajes que existieron realmente. Ahí está compartiendo mesa y mantel, y también numerosos vodkas, Truman Capote, a quien Beigbeder dibuja como una reina con acento venenoso: Y Ernst Hemingway, bronco y paternal que no se cansa de dar consejos literarios a un joven Salinger que no volverá a ser el mismo tras su experiencia en el frente y origen de su única y brillante novela, de ese clásico de mitad del siglo XX que es El guardián entre el centeno, un libro de cabecera para los espíritus libres, todos aquellos que han renunciado a la dulce condena de servir al sistema…

Pero hay más asuntos en torno a los que Beigbeder reflexiona en esta novela. Propone un excéntrico ensayo sobre la relación entre adultos y menores, así como el proceso de creación literaria y la verdad y la mentira del amor por encima de todas las cosas. Ese amor que sirve como catarsis y que nos enseña a continuar en esta tragicomedia que es la vida.

Como en otros títulos del autor, Oona y Salinger está preñado de frases desconcertantes, de ideas que estimulan a coger lápiz y subrayarlas porque Beigbeder, y así lo deja caer con continuada insistencia, es un escritor que no reniega de la influencia de J. D. Salinger, ese inmenso cronista de la soledad que aparece y desaparece cuando el mismo Beigbeder irrumpe en el relato para narrarnos su intento fallido de entrevistar al escritor y de cómo conoció a Oona Chaplin, así como a la compañera sentimental que en los últimos años comparte su vida. Una vida, resume el escritor, en la que lo más importante es amar.

Saludos, llovía…, desde este lado del ordenador.

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