El club de la lucha

“Está escrito que hay cuatro tipos de hombres. El primero dice: ‘Lo mío es mío y lo tuyo es tuyo’. Es la tribu de las clases medias, Sodoma, según la llaman algunos. El  segundo grupo, formado por la gente vulgar y humilde, dice: ‘Lo mío es tuyo y lo tuyo es mío’. Un tercer grupo, los piadosos, dicen: ‘Lo mío es tuyo y lo tuyo también es tuyo’. Por último, otros dicen: ‘Lo mío es mío y lo tuyo también es mío’; son los  malvados. Así está escrito. Los eruditos dicen que el primer hombre del grupo de lo mío-mío y lo tuyo-tuyo fue Caín, que mató a su hermano Abel y fundó la primera ciudad. Por tanto, aunque esta visión es muy común en nuestros días, se la rechaza y se la considera propia de Sodoma. La tercera opinión, la de los piadosos, también es rechazada, porque aquellos que no poseen bienes terrenales entregan lo poco que tienen para demostrar que sólo persiguen la virtud. Es una singular forma de hipocresía que podríamos denominar ‘la  arrogancia de los débiles’ y que, por sobre todas las cosas, es estúpida. La cuarta modalidad, que corresponde a los grandes terratenientes y usureros, es abominable y detestada. Sólo queda la segunda, ‘lo tuyo es mío y lo mío es tuyo’, que es la nuestra.”

(Espartaco, Arthur Koestler. Traducción de María Eugenia Ciocchini e introducción de Manuel Vázquez Montalbán. Círculo de Lectores)

Existen novelas que deberían de leer, o releer según lo casos, los que defienden ideas maravillosas que se enferman por estúpida ortodoxia.  Una de ellas es Los Gladiadores o Espartaco (según las traducciones), de Arthur Koestler, intelectual comunista que en la década de los treinta renunció a la idea porque el fantasma que recorría Europa tenía la cara de Satín, un tipo que pensaba que la muerte de un millón de personas era solo una estadística.

Primera novela de una trilogía que posteriormente aglutinaría El cero y el infinito y Llegada y salida, para Koestler la historia es una máquina y el individuo un engranaje.

En la novela, ese individuo son los gladiadores, rebeldes que han hecho de la muerte un oficio y que encabezan una rebelión de esclavos que choca con Roma, ciudad con la que libran batallas contra sus legiones.

Entre los esclavos aparece un tracio, Espartaco, y frente a él Graco, un senador romano corrupto y especulador.

Espartaco es la ética revolucionaria. Ética que se pudre cuando dirije sus esfuerzos en construir el Estado del Sol entre un grupo dividido y heterogéneo de tribus.

El Estado del Sol es una sociedad basada en la justicia y la buena voluntad, les dice Espartaco, aunque muchos no se acostumbran o no entienden porque hay que dar la vida por lo que predica

Espartaco, que cuenta también con otra novela escrita por Howard Fast y que inspiró la película dirigida por Stanley Kubrick, narra las contradicciones que confunden al líder. Actúa a veces como tirano “por el bien de todos”, aunque todos no sean los que lo siguen ciegamente.

Paralelamente, Koestler describe un atractivo y realista retrato de Roma, una sociedad satisfecha y corrupta que sus castas mantienen gracias a una inhumana explotación en la que lo esclavos ocupan el último peldaño.

No son ciudadanos.

Los protagonistas romanos de la novela hacen negocios en las letrinas, y los poderosos (Craso y Pompeyo) compran ejércitos para engrandecer e intervenir en las fronteras de una república que todavía no sospecha lo que llegará a ser cuando se convierta en imperio.

Mientras tanto, y tras frustrarse la creación del Estado del Sol, Espartaco recorre la península italiana en dirección al norte con la esperanza de penetrar en los territorios salvajes, libres aún del yugo romano.

Esta larga marcha, como ironiza Manuel Vázquez Montalbán en el prólogo, es difícil no solo por el hostigamiento al que es sometido por las legiones sino por las divisiones internas que desangran a los hombres y mujeres de Espartaco, y lo que hace éste para cauterizar la herida.

Narrada con estilo directo y en ocasiones demoledor, Espartaco es una notable y necesaria novela para los tiempos que corren. Contiene crítica, a veces ruda y otra vez sutil; alecciona y está perfectamente articulada para ilustrar nuestro presente.

Un presente en el que supuestamente no existe la esclavitud aunque el sistema avanza y retrocede porque su maquinaria se mueve. ¿Pero quién la mueve?, ¿quién forma parte de ese ejército de personas que sostiene una sociedad satisfecha, corrupta y caprichosa?

Saludos, un, dos, tres, desde este lado del ordenador.

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