Javier Coma, un centauro del desierto

Javier Coma tiene la culpa de mi temprana afición por la novela policíaca, también que me educara leyendo a los clásicos del género más allá de los loados Dashiell Hammett y Raymond Chandler.

El entusiasmo del señor Coma por divulgar la obra de otros grandes del género en el ya referencial y clásico Diccionario de la novela negra norteamericana (Colección Contraseñas, editorial Anagrama, 1985) y el ensayo La novela negra (El viejo topo, 2001), y su defensa de los cómics estadounidenses y el cine de Hollywood enseñó a los que recurrieron a sus fuentes a protegerse de mentes hostiles, algunas con poses intelectuales bastante progres y macarras.

Muchas de aquellas historias negras hablaban de perdedores, y de cómo el sexo derrota al amor. Y de policías corruptos, detectives privados con mala hostia y periodistas que trabajan hasta el amanecer… Estuvo escrita por gente con mucho talento y furia de vivir.

Javier Coma falleció el pasado 14 de febrero a causa de un cáncer, que es una enfermedad que habita entre nosotros, y con él desaparece un desconocido que conocí a través de libros y artículos, la mayoría de ellos publicados en revistas de cómic cuando lo que estaba de moda era editar revistas de cómic.

Lo que me convenció del señor Coma no fue su forma de contar todo aquello que tanto nos gustaba, sino observar la fe que le ponía un adulto a cosas que, nos decían, era solo para niños.

Javier Coma fue uno de los primeros que escribió sobre temas que para la mayoría era cosa de niños, y recogió el testigo de otro grande, éste más aficionado a la ciencia ficción y el erotismo, que fue Luis Gasca. Ellos dos representan el discurso del aficionado en una época muy difícil, y son responsables de libros sin apenas análisis crítico pero sí contenedores de información que, en tiempos donde no existía Internet, resultaba muy agradecida y por eso valiosa.

Además de escribir, Javier Coma dirigió también colecciones. La más interesante fue la de coordinar Black de Plaza & Janés Editores, que entre 1990 y 1993 publicó 23 libros en maneables ediciones de bolsillo de, entre otros, Fredic Brown, W.R. Burnett, James M. Cain, Jim Thompson, Dorothy Hugh y Don Tracy.

Las novelas incluían una introducción de Javier Coma sobre el autor y las versiones cinematográficas de su obra. Autores como W.R. Burnett con Romelle, El último refugio y El hombre frío; y David Goodis con La calle de los perdidos y Fuego en la carne.

La colección se caracterizaba además por las portadas, que reproducían una plana de periódico con una imagen en blanco y negro de Jordi Bernet, un especialista en el género, el dibujante de Torpedo.

Torpedo fue otro amigo que me acompañó en mi adolescencia y primera juventud, aquellos tiempos donde lo que sobraban eran los cómics y lo que faltaban eran los libros.  Javier Coma llegó ahí y ocupó durante unos años su espacio.

Dirigió la Historia de los cómics, que editó en fascículos Josep Toutain y compiló nombres y más nombres de dibujantes, escritores negros y criminales y películas de aventuras, bélicas, western y cine negro.

Una hazaña que lo convirtió en un referente intelectual para contestar, ya digo, a los que se empeñan en pensar que estas cosas siguen siendo para niños.

Saludos, ¡presente!, desde este lado del ordenador.

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