La nostalgia ¿es un error?

“Nada más lejos de mi realidad.

¿Detective? Ni en lo sueños más disparatados. Lo único que pudo haberme servido de pista sobre la vida que me esperaba fue una molesta capacidad de observación. Digo molesta porque solo me percataba de lo malo. Un don, decía mi madre. Una condena, pensaba yo. Con seis años predije la separación de los padres de mi amigo Emilio Déniz. Con ocho, la enfermedad mortal que se iba  a llevar por delante a Julián, el hamaquero de Playa Chica. Con nueve, los problemas de dinero del tendero de la esquina, quien una noche de abril se colgaría de un árbol del parque Doramas. Lo del suicidio, claro, no pude predecirlo, si no me hubiera hecho vidente  y no detective, pero que andaba mal de perras lo tuve claro desde el principio.”

(El detective nostálgico, José Correa. Colección Novela Negra, Alba, (2017)

Ricardo Blanco, como sus lectores, se ha hecho mayor. Los años no pasan en balde, que se dice, aunque en El detective nostálgico, novena entrega de una serie que, afortunadamente goza aún de excelente salud, Blanco se ha puesto más filósofo –que no sé yo si sabio– sin perder su guasón sentido del humor.

El humor es clave en las novelas de Ricardo Blanco, un personaje creado por José Correa, que es un escritor que se mueve como pez en el agua por Las Palmas de Gran Canarias y capital de provincias que es indivisible en las historias del ahora (y siempre)  detective. Un detective nostálgico y mucho más cínico que en entregas anteriores. Una especie de chandleriano Philip Marlowe solo que con acento canario,

Ricardo Blanco investiga las miserias de la sociedad en la que se mueve y se adentra, y adentra al lector, en los callejones de los barrios altos y bajos de una ciudad en la que ricos y pobres tampoco hablan tan raro.

Lo que se dice y cómo se dice es seña de identidad en las novelas de la serie. Narrada en primera  persona por el mismo protagonista, Ricardo Blanco no ha perdido ni un gramo de guasa en El detective nostálgico, aunque su más que irónica cínica mirada del mundo se ha vuelto, eso sí, más reflexiva.

Muerto Colacho, abuelo del protagonista y “la única persona que podía asegurar que yo existía, que no era producto de la imaginación de otro”, escribe José Correa en la novela, El detective nostálgico supone una original vuelca de tuerca sobre el personaje porque el caso no le llega en esta ocasión por encargo sino accidente. Además, el objeto de la investigación es el propio detective privado, que se pone a trabajar para descubrir quién y por qué le disparó nada más iniciado el libro.

La mayor parte de la novela se desarrolla en las cuatro paredes del piso de Ricardo Blanco, herido por una de las balas, y contra viento y marea comienza una pesquisa mucha más doméstica que las desarrolladas en anteriores entregas, pero por ello mucho más interesante para hacerse una idea de quién es este hombre, este detective nostálgico.

La serie de Ricardo Blanco comenzó hace más de quince años y en todo este tiempo, en esas nueve novelas escritas desde entonces, el personaje ha envejecido para terminar siendo hombre en una ciudad que cambia todos los días.

Sí, Ricardo Blanco se ha vuelto nostálgico. Y parece que se entiende mejor. Saber dotarlo de tal sustancia y que ya forme parte de la familia es oficio de su creador, José Correa, todo un escritor.

Saludos, oh yeah, desde este lado del ordenador.

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