Stefan Zweig, carta a un desconocido

Los libros que había en la biblioteca de mi padre de Stefan Zweig no eran sus biografías sino las novelas y cuentos que escribió a lo largo de su vida. Había también un ejemplar de Brasil, que dedicó al país que lo acogió los últimos días y etapa en la que presta atención Adiós a Europa (Maria Schrader), que presenta a un Stefan Zweig (Josef Hader) tal y como siempre me lo imaginé desde que leí La piedad peligrosa o Novela de ajedrez.

Adiós a Europa cuenta como el escritor, ya con sesenta años, no tiene fuerzas para volver a empezar tras ser expulsado de su país. No queda nada de la cultivada Europa que conoció.

Llegué a las biografías de Stefan Zweig por mediación de un amigo que me prestó Fouché, el genio tenebroso, y leyéndola descubrí que más que biografías lo que hacía era retratar a un personaje con sobresaliente pulso literario. Que uno se metía dentro del personaje y observaba sus estrategias primero con asombro y más tarde con desconcertante fascinación…

El retrato del ministro de Policía revolucionario, más tarde a las órdenes de Napoleón y al servicio de la corona es una obra maestra de aguda penetración psicológica así como de biografía novelada, un género en el que brilló con luz propia y en el que dejó libros como María Antonieta, Erasmo de Rotterdam y las historias que reúne en los volúmenes Momentos estelares de la humanidad y La lucha contra el demonio, Hölderlin, Kleist, Nietzsche.

Pero Stefan Zweig no fue solo un escritor de biografías sino también un excelente cuentista y novelista. Tengo delante Amok y Los ojos del hermano eterno en una edición de Apolo firmadas por mi padre en el año de 1943, y pensaba en ellas mientras veía Adiós a Europa, que recrea el tedio de un escritor que terminó envenenándose junto a su mujer en Petrópolis, Brasil, esa tierra en la que vio el futuro del mundo y cuya generosidad tanto agradeció.

Hace ya muchos años y paseando por una avenida de Bahía me encontré con un pequeño busto de Stefan Zweig. Fue un momento extraño y que recobré por la película, como es el de imaginar lo que se siente cuando ya no se pertenece a ningún sitio.

El epílogo de Adiós a Europa muestra con conmovedora elegancia el final del escritor junto a su mujer. Nos ahorra el momento de su muerte y muestra el después. Observamos a los cadáveres por el cristal de un armario que se ha dejado abierto en el dormitorio mientras en la habitación contigua policías, amigos, servicio investiga o lamenta lo sucedido en diferentes idiomas, y en el que predomina el portugués y el alemán.

Varias personas traducen a otros los que se dice en esa habitación. Suena un teléfono mientras la cámara, que imperceptiblemente se mueve, muestra a una empleada de la casa  de rodillas y junto a la cama en la que yacen los cadáveres para rezar una oración.

Adiós a Europa.

Saludos, julio, desde este lado del ordenador.

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