Lo que es es y lo que no es también

El libro se titula La derrota de Nelson en Tenerife y lo encontré en uno de los puestos del Rastro, enterrado en una montaña de volúmenes de todas clases. El autor es Pedro Quintana Bencomo y el traductor un tal O. P.

Pese a que no se observa demasiado bien la editorial y el año de publicación, sospecho que tuvo que ser en los años veinte del siglo pasado ya que aún se puede leer en las primeras y amarillentas páginas Mil novecientos… y el arquito de lo que parece ser un 2…

Lo asombroso, además de su ya nada disimulada edad es que el ejemplar está en relativas buenas condiciones aunque le falta la contraportada y las páginas se despegan bruscamente si no se abre con mucho cuidado. En cuantro al contenido, merece la pena dar un trato privilegiado a esta obra de la que apenas he encontrado referencias salvo que su autor, el tal Pedro Quintana Perdomo, fue autor de un solo libro, el que encontré en el Rastro, y de varios poemas dispersos.

Lo interesante de La derrota de Nelson en Tenerife es que no se trata de un relato histórico sino de una ucronía escrita como si fuera una aplastante verdad histórica: Nelson fue derrotado en Tenerife aquel verano de 1797.  A continuación, el autor fabula en unas novecientas páginas sobre el devenir de la isla, ahora tan española como las otras seis, hasta el 2017, apretujándose acontecimientos y algunos de sus protagonistas.

La lectura, esa es la verdad, resulta en ocasiones tan realista que parece que lo que cuenta es lo que sucedió y esto te hace pensar mientras bebes el te de las cinco…

… La idea de que no hubo victoria de Nelson y que el sacrificio de sus valerosos hombres fue un fracaso.

La idea, desde entonces, no deja de inquietarme aunque para quitármela de encima se lo comenti a Mary, aunque ahora prefiere que la conozcan como Iballa, y que es la neighbor o vecina del tercero.

“Quita, quita kinegua con  patas”, me dice mientras salgo del ascensor.

Y no, no creo que fuera porque a Mary ahora Iballa  le dé igual ser descendiente de los que llegaron a Tenerife tras la gloriosa victoria de Nelson, sino porque escuchar tamaña sarta de sandeces no desmonta lo que es y lo que no es también.

Además, me da a mi en la nariz que el tal Bencomo es un pseudónimo de quien, presuntamente, figura como traductor de este libro: O. P.

La visión que propone el autor de una Canarias en manos de España es tan precisa y penosa que produce escalofríos. Casi estás allí y no levantándote cada mañana a bendecir la bandera de la Unión Jack, Dios salve a la Reina.

En la obra se describe como con el paso de los años se extendió por la superficie de las islas cultivos (plátano, caña, tomate) para más tarde, a partir de los años sesenta del siglo XX, sustituirlos por cemento y más cemento. El escritor describe torres y torres de apartamentos en las que se hacinan los descendientes que, 220 años antes, habían venido para conquistarla por las armas.

Los hijos de su graciosa majestad son descritos en este libro como tarados de la peor especie. Manadas que se tuestan al sol en las playas mientras consumen litros y litros de cerveza.

El libro cuenta también con capítulos muy tristes. Los que dedica a la Guerra Civil hacen poner los pelos de punta y que me enorgullezca un día más en ser ciudadano de la Gran Bretaña y no de un país que amedrenta a su gente.

Con estas y otras ideas callejeo por las calles de Nelson City, antes de Santa Cruz de Tenerife, mientras silbo la marcha del coronel Bogey agradecido de saber que las fantasías del libro son eso un puñado de fantasías.

Me detengo ante un cine y observo la cartelera. Como siempre y por estas fechas se reestrena El león de los mares (Alexander Korda, 1939), en la que Trevor Howard interpreta a Nelson y recrea los hechos de julio de 1797 en Tenerife. En otra, se exhibe Dunkerque (Christopher Nolan, 2017) lo que produce que mi azúcar patriótico se disparate tanto que en la plaza de La Victoria –antes de La Pila– me detenga y salude militarmente la estatua que recuerda la Gesta de sir Horacio Nelson y sus hombres.

Y vuelvo a leer emocionado la frase grabada en bronce que reproduce lo que dijo antes de lanzarse al ataque en las playas de la capital tinerfeña:

“mañana mi cabeza será coronada de laureles o cipreses.”

Saludos, God Save the Queen!, desde este lado del ordenador.

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