Tope Hooper, un artista de los 80

Ha muerto Tobe Hooper, un cineasta que dicho así no llamará la atención de casi nadie que no esté iniciado en el cine fantástico y de terror de los ochenta, que fue una buena añada de directores, guionistas y actores antes de que el género se convirtiera en el circo que es hoy, días infames para fabular a través del horror en los miedos que nos aquejan como sociedad y, dejen que me apure, civilización.

Desgraciadamente, el terror ya no necesita de criaturas de ultratumba, venganzas del más allá y familias trogloditas con instintos asesinos para hacernos temblar en la butaca. El terror, de hecho, se ha instalado en occidente y se emite en directo en nuestros televisiones.

Con el miedo inoculado en nuestras venas, el género ha salvado la cabeza con nuevas fórmulas que me cuesta entender que se empeñen en mostrar tan creíbles. Es difícil, cosas de la edad, que me conmocione ante lo que veo, por lo que echo de menos aquella emoción ante lo imprevisto. O lo insólito porque el terror, como dijo aquel, se ha instalado ya entre nosotros. Y lo que cuenta es el susto y no la creación de atmósferas. Lo inmediato por encima de la construcción del relato.

Tobe Hooper se hizo un hueco en el género por una película primeriza, La matanza de Tejas, que no ha perdido todavía su poder de hacernos pasar miedo. Es probable que sea, como apuntan unos, porque fue rodada con cuatro pavos y con actores más o menos aficionados, lo que le da cierta pátina de macabro realismo.

Película de alcantarilla, tras su estreno generó una corriente de seguidores que lo elevaron a la categoría de culto en unos tiempos donde muchas películas del género fueron etiquetadas así, de culto. Contó además con una fotografía que desmejoró cuando se hinchó a 35 mm aunque ese carácter granulado de la imagen le da, si cabe, mayor entidad como un filme que raya lo documental y que muestra cómo unos chicos son asesinados por una familia de carniceros caníbales que vive en un lugar perdido de Tejas.

Terror rural y con desagradable acento gastronómico, La matanza de Tejas puede verse hoy como un musical en el que prima por encima de otros instrumentos de matarife el sonido de la sierra mecánica que en manos de Leatherface, probablemente el miembro más terrorífico del clan de garrulos, adquiere la dimensión de solista. Y la imagen más socorrida de una película que, como toda buena película de terror, no invita a demasiados visionados porque el espectador lo pasa mal.

El mismo Hooper potenciaría el espíritu de esta película en una segunda parte que pasó sin pena ni gloria aunque el cineasta contó con más presupuesto y actores de peso, entre ellos Dennis Hooper, para rodar la que probablemente sea una de las versiones más delirantes sobre tan extraña como carníviora familia.

Para conocer las interioridades de esta película les animo a que consulten el imprescindible volumen Sesión sangrienta, de Jason Zineman, una apasionante historia del cine de terror de los años 80 escrito con las mismas claves periodísticas que otro gran libro imprescindible sobre elcine de los setenta, Moteros tranquilos, toros salvajes, de Peter Biskind.

En esta obra, Zineman dice que lo que caracteriza La matanza de Tejas de otras películas es “la pasión pura” que sentía Hooper por el género. Y este capítulo, como el resto de la obra, merece ser leído porque aclara muchas cosas sobre ese fenómeno por el miedo que prendió en muchos jóvenes cineastas norteamericanos empeñados aquellos años en revelarnos las pesadillas que habitaban en sus cabezas enfermas. Monstruos y pesadillas que, curiosamente, retroalimentaba su país.

Es verdad que en contra de otros cineasta de su más o menos generación Tobe Hooper no fue uno de sus representantes más aplaudidos aunque tuvo un tosco talento que explotó en la mayoría de sus películas, todas ellas de terror.

En Trampa mortal contaba cómo el dueño de un motel de carretera (Neville Brand) da de comer a su mascota, un caimán que tiene en la piscina, con los huéspedes que ocasionalmente se alojan en su establecimiento y en El misterio de Salem Lot, una miniserie que adaptaba la novela del mismo título de Stephen King, centraba la epidemia de vampiros que se propaga por una pequeña ciudad estadounidense en un señor de la noche con pintas del Nosferatu de Murnau.

No gustó este terrorífico homenaje a los seguidores de la novela pero a mi, personalmente, me parece una digna película de miedo donde incluso hasta David Soul, el Hutch de los televisivos detectives Starky y Hutch, está bien.

La filmografía de Hooper cuenta también con una de terror para adolescente que mantiene el tipo, La casa de los horrores, y con una nueva revisión de los vampiros en su incomprendida Lifeforce, basada vagamente en una novela del escritor ocultista y tan querido en esta casa escobillonera como es Colin Wilson.

Más tarde rodó una nueva versión de una película de los años cincuenta, Invasores de Marte, aunque su estilo había quedado seriamente dañado tras rodar Polstergeist a las órdenes como productor de Steven Spielberg. Con todo, Poltergeist cuenta con escenas que todavía hacen sudar la gota gorda como la del muñeco con pinta de payaso que se encuentra debajo de la cama.

Que esta película fue un éxito, nadie lo pone en duda, y menos la taquilla, e hizo célebre el ya están aquí que más tarde sería utilizado millones de veces en contextos bien diferentes.

Las últimas aportaciones al cine de género que realizó el cineasta no respondieron sin embargo a las expectativas que muchos aficionados que habían crecido con su cine tenían depositado en él. Y no porque se volviera blando, precisamente, sino porque ya no aportaba mucho al género que tanto contribuyó a construir.

Con todo, el cineasta continuó en activo pero sus películas ya no se adaptaban a los nuevos tiempos, lo que hizo que la mayoría de ellas no se estrenaran y pasarán directamente al mercado del vídeo.

Tobe Hooper falleció este sábado, 26 de agosto, en su Austin, natal, Tejas, ese estado que dio título a una de las película de referencia de un género que, como se dijo al principio, hoy va por otros derroteros.

Nadie puede negarle, sin embargo, que gracias a su talento, a su capacidad para crear atmósferas, sentara cátedra y todavía aún hoy se le imite porque dejó huella.

Entre otras cosas, Tobe Hooper deja como legado a un matarife con cara de piel humana que dio origen a otros monstruos, con independencia de que estos vinieran del territorio de los sueños, celebraran Hallowen o pasearan enmascarados por campamentos de verano.

Solo sé, y ya es mucho para alguien que no sabe nada, que con Tobe Hooper desaparece un clásico reciente del género que provoca inquietud y de paso reparte buenos sustos. Y que su cine, por personal, ya es eterno.

Como sus vampiros.

Saludos, gimamos, gumamos, gimamos, desde este lado del ordenador.

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