Réquiem por Philip Kerr

El pasado 22 de febrero había cumplido 62 años y continuaba al pie del cañón, escribiendo novelas de género –esas que desprecia tanto la crítica casposa como sus lectores mal acostumbrados– entre las que destacaban la que protagonizaba el policía y más tarde detective Bernie Gunther primero durante la Alemania nazi y después, camuflado con otro nombre, en un mundo devastado tras la II Guerra Mundial.

Su nombre era Philip Kerr y muere demasiado joven como para justificar mi enfado.

Recuerdo que llegué a su obra por Una investigación filosófica, que no tiene nada que ver con la saga Gunther, y profundicé en ella gracias a su trilogía berlinesa (en la que Gunther sí que tiene mucho que ver, de hecho es su protagonista) y otras novelas en la que el escritor demostraba su talento para la novela popular, esa que despreciativamente se dice que se compra en los kioscos de los aeropuertos.

Cultivó además del policíaco –una de sus últimas series se desarrolla en el mundo del fútbol– la ciencia ficción y el thriller de espionajes con resultados más que aceptables aunque los puristas no opinen, quizá, lo mismo.

A mi me entretuvo Esaú, una curiosa incursión en la leyenda del abominable hombre de las nieves, y en la estupenda A tiro, donde propone una inquietante fantasía de atentados que tiene como protagonistas a J.F.K y Fidel Castro. También escribió y publicó cosas muy malas, material alimenticio con el que mantuvo cierto nivel de vida antes del éxito arrollador de las novelas dedicadas a Bernie Gunther, un personaje que ya ocupa un espacio de honor en esa amplísima galería de investigadores privados que decora el salón de la fama de la novela negra. O negra y criminal, como ustedes gusten.

Me conmueve la pronta desaparición de este escocés al que califican de hombre abierto y simpático quienes le conocieron. Como lector, solo me queda como consuelo conocer que faltan por publicar en España dos novelas más de la serie Gunther, material que iba creciendo con el paso de los años aunque se notara que el escritor estaba cansado de recrear su pasado al servicio del Mal, ese mal absoluto que encarna el nazismo por muchas vueltas y despedidas a la francesa que hiciera el protagonista en estas historias.

La muerte de Philip Kerr como la de todo escritor (de género o no) que desaparece tan pronto, demasiado pronto, la asumo como la pérdida de un buen amigo aunque me quede como recuerdo un puñado de libros que solo dejaría en el asiento de un avión para que mi sustituto de fatigas viajeras olvidara el trayecto que le espera con la lectura de relatos con tramas bien hilvanadas en la que se cuentan historias potentes, esas que enganchan y te hacen olvidar la grisura de la realidad…

Por eso aquí y ahora y con el sabor amargo de, precisamente, la realidad, solo nos queda decir gracias señor Kerr, lo vamos a echar muchísimo de menos.

Saludos, demasiado negros, desde este lado del ordenador

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