Aquellos españoles que se fueron a Hollywood

La vida de la actriz Conchita Montenegro es resumida en la novela Mi pecado del escritor Javier Moro, quien dedica la mayor parte de sus páginas y en un ingenioso flash back narrativo, a la experiencia de la actriz en Holywood durante los años 30 del pasado siglo XX. El relato de sus andanzas y también de sus amores en la Meca del Cine resulta de lo más atractivo en un libro escrito con estilo neutro, en el que apenas hay descripciones y mucho menos indagación psicológica de los personajes, ya que tiene como fin el de contar a modo de biografía novelada la vida de una mujer española que estuvo adelantada a su tiempo.

La fauna de españoles que se reunió en Hollywood en los años treinta no da para una sola historia sino para muchas. Javier Moro intenta recrear cómo fue aquel universo con acento castizo (reuniones en las playas californianas para comer la tradicional tortilla española) y la amistad que algunos de ellos mantuvieron con actores que representaban la aristocracia del cine norteamericano como Charles Chaplin, íntimo amigo del cineasta y escritor Edgar Neville y Ramón Novarro y Greta Garbo de la misma Conchita Montenegro que tuvo tiempo, además, de enamorarse del actor británico Leslie Howard.

Mi pecado se lee con velocidad aunque no se encuentre literatura en sus páginas. Es un producto literario diseñado para vender en el que además de narrar las peripecias de la estrella española en la capital del cine se detiene para ilustrar al lector sobre su relación con Howard y otros actores y ejecutivos de aquellos años así como su regreso a España finalizada la Guerra Civil, país destrozado anímica como físicamente y en el que además de rodar un puñado de películas terminó finalmente retirándose de la interpretación tras casarse con el diplomático franquista Ricardo Jiménez Arnau, aliadófilo y responsable en parte –lo resalta la novela– de que Francisco Franco se entrevistara con Leslie Howard en Madrid, a quien admiraba después de verlo actuar en Lo que el viento se llevó, película curiosamente prohibida en la España de aquellos años por presión de la Alemania nazi.

Deja un regusto amargo Mi pecado en la memoria lectora. Se aprenden cosas, la mayoría de ellas anécdotas, muchas de ellas teñidas de color rosa, pero no se aprecia interés en profundizar en la psicología de una mujer que tuvo que ser alguien realmente especial no solo en Hollywood, donde apareció como un torbellino cien por cien español, sino tras su vuelta a España, país que en plena postguerra no estaba dispuesto a lidiar con una señora que además de conducir y pilotar avionetas, defendió con uñas y dientes a lo largo de su vida su independencia.

El libro de Javier Moro se permite un tímido acercamiento psicológico cuando retrata la relación de la actriz con sus dos hermanas, pero no va más allá de la envidia que suscita en una el triunfo arrollador de la primera o la indiferencia que le provoca su éxito a una tercera que se queda en España al cuidado de su madre cuando Conchita Montenegro decide marcharse a Hollywood.

Con todo y pese al regusto amargo que produce su lectura por liviana y floja, Mi pecado abre una veta que, espero, insistan otros escritores más preparados para explorar la presencia que toda aquella tropa de españoles y mayoritariamente gente de derechas, practicó en Hollywood. Ciudad que se abrió al talento extranjero en aquellos años hasta que volvió a ser el pueblo de provincias de sus orígenes con el estalló la II Guerra Mundial y el Gobierno federal ordenó la repatriación de muchos de aquellos artistas extranjeros que, como Enrique Jardiel Poncela o el ya mencionado Edgar Neville, probaron con un arte que estaba alcanzando aquellos años todo su esplendor.

Jardiel Poncela resumiría su etapa en Hollywood escribiendo que en aquel lugar: “me he pasado la mitad del tiempo tumbado sobre la arena y mirando las estrellas, y la otro mitad tumbado sobre las estrellas y mirando la arena”.

La vida de Conchita Montenegro según Javier Moro fue algo así, aunque carece de la chispa y el sentido del humor del celebrado inventor del cine en verso y de los celuloides rancios.

Saludos, entonces el cine era otra cosa, desde este lado del odenador.

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