Los buscadores de agua, una novela de Juan Farias

Novela publicada en 1965 y finalista del Nadal, Los buscadores de agua de Juan Farias recuerda mucho a ese clásico de literatura canaria del siglo XX que es Guad, de Alfonso García Ramos, porque ambos relatos tratan de la extracción del agua en las galerías que horadan el corazón de las montañas de Tenerife y La Palma. También porque sus protagonistas vienen de fuera, peninsulares que desembarcan en un territorio insular profundamente empobrecido y hasta hostil con el que viene de fuera. No obstante y al margen de estas cercanías, resulta inevitable pensar cuánto influyó en Alfonso García Ramos la lectura de esta novela de Juan Farias. Al menos temáticamente porque ambos libros son radicalmente diferentes en planteamientos e ideas. Los buscadores de agua está escrita por alguien que vino de fuera, y se preocupa más por dar consistencia a su personaje principal que en retratar la Canarias de aquellos año, lo que sí hace García Ramos en Guad.

Pese a ello, Los buscadores de agua está impregnada de los aires grises de su época, unos años sesenta en el que falta de casi todo en un archipiélago hasta el que se desplaza un gallego sencillo y trabajador que termina en La Palma para trabajar primero en una galería de agua y más tarde dinamitando un terreno de lava para plantar vides, lo que desencadena la segunda tragedia de una novela con hondo calado trágico y ciertos apuntes naturalistas.

Juan Farias fue un escritor que alcanzó merecida fama en España por especializarse en literatura infantil, género al que dio algunas de sus más grandes novelas pero eso no le resta importancia a las historias que escribió para un lector adulto en las que se revela como un autor de contundente pesimismo. En Los buscadores de agua el retrato que hace de la capital tinerfeña y de varias localidades de La Palma es demoledor aunque centra su mirada en un pequeño universo en el que se mueven además del protagonista una serie de secundarios como son sus compañeros de explotación de la mina, la dueña de la pensión en la que reside y el hombre que ha contratado sus servicios. La muerte de uno de sus compañeros hará que la Guardia Civil sospeche de él como posible autor de su asesinato, aunque su compañero falleciera por enfermedad en el bosque, bosque cuyas alimañas ha devorado prácticamente su cadáver cuando él da noticia de su muerte.

Se trata Los buscadores de agua de una novela dura, sin concesiones, que no deja demasiado bien a su protagonista quien, acosado por el miedo, termina por abandonar un archipiélago que no lo ha tratado demasiado bien. Su regreso a la península en un barco en el que viaja en tercera clase acompañado, entre otros del pasaje, por una prostituta que tiene la esperanza de rehacer su vida en tierra extraña y donde nadie conozca su pasado, deja abiertas varias ventanas y plantea otras tantas dudas. Por un lado, la sociedad de las islas, la isla, que se refleja como un pueblo grande, infierno chico. Un lugar en el que es costumbre señalar a casi todo el mundo. Por otro, la pobreza y el paisaje agreste de una geografía que nació de la lava.

Escrita en primera persona, el lector conoce los pensamientos, el desaliento y el desarraigo que sufre. El hombre que deja su tierra natal, un pueblo de Galicia, para venir al sur se puede entender así como un viaje iniciático que marcará su vida. El oficio de volar las entrañas de la tierra para encontrar agua y más tarde la de explosionar una ladera volcánica pone en permanente estado de alerta a un personaje que ahoga sus terror ante la muerte con vasos de vino y peleas esporádicas con sus hermanos de fatigas, todos ellos aquejados del mismo mal, de esa extraña enfermedad que da vivir en una tierra de–así lo escribe Juan Farias– locos.

No creo que la lectura de una novela de este calibre deje indiferente a nadie por lo que sería más que recomendable recuperarla con el fin de que algunos entendieran la fatigosa tarea que lleva el hecho insular. Por otro lado, resulta harto curioso que dos de las más grandes novelas del último tercio del siglo XX estén centradas, como se dijo, en la extracción del agua en laberínticas galerías que recorren el corazón de las montañas canarias y en el retrato desolador de un archipiélago sediento, muy pobre en recursos y en esperanza.

Y con miedo, un miedo silencioso por vivir bajo la sombra de los volcanes que duermen hasta que la naturaleza los despierte de tan cómodo letargo.

Saludos, la esperanza me mantiene, desde este lado del ordenador

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