El mercenario que coleccionaba obras de arte, una novela de Wendy Guerra

Tras la lectura de Hija de revolucionarios (Anagrama, 2018) de Laurence Debray, unas memorias escritas por la descendiente del intelectual marxista francés Régis Debray, ya comentábamos el curioso proceso que están viviendo muchos de los nietos de las revoluciones socialistas, la mayoría de ellos proyectos fracasados que han terminado por encapsularse en dictaduras cuyos seniles dirigentes probablemente acabarán devorados por esos mismos nietos, una masa crítica y rebelde fascinada por el oropel del sistema capitalista y que necesita de otras ideologías más allá de las derechas y de las izquierdas.

Wendy Guerra es una escritora cubana que irrumpió en la escena internacional con una novela muy rabiosa y sincera con la Revolución castrista, de la que es nieta, y ha continuado una carrera en la que se mezcla novela histórica con otras de marcado acento individual e individualista.

En su nueva novela, El mercenario que coleccionaba obras de arte (Alfaguara, 2019), esta misma cuestión es planteada a través de dos voces narrativas que terminan por confundirse en una sola: la de un veterano mercenario de la derecha y una joven no se sabe muy bien si agente de los servicios secretos cubanos.

El primero le irá revelando sus trabajos como soldado de fortuna en diferentes países y del papel destacado que jugó al servicio de las oligarquías en Nicaragua durante la revolución sandinista mientras que la supuesta agente al servicio del castrismo describe las contradicciones que vive su país y ella como persona.

El personaje del mercenario no es una invención de la escritora, así al menos lo asegura. Se hace llamar Adrián Falcón en la novela aunque a lo largo de sus años en activo usó otros como El Parse, Garfio o Strelkinov. Pero que sea real o no es lo de menos en un libro presuntamente de no ficción, un género que como se sabe alcanzó la categoría de obra maestra con la publicación de A sangre fría, de Truman Capote, realidad e imaginación que no termina de funcionar bien en El mercenario que coleccionaba obras de arte.

Quien supuestamente se hace llamar Adrián Falcón asegura en el relato haber pertenecido a una organización de soldados de fortuna conocida como La Hermandad, y cómo realizó numerosos trabajos para desestabilizar el mundo bajo influencia comunista. No hay revelaciones que griten una exclusiva pero sí que resulta interesante conocer las actividades de un personaje como éste, un trabajo en el que Wendy Guerra no sale muy bien parada porque apenas termina por seducir al lector más bregado en cuestiones latinoamericanas y eso que el personaje, un villano con todas las de la ley, aunque villano con matices, reunía los elementos para hacerlo atractivo.

Este retrato, sin embargo, queda bastante borroso y planea la sensación de que el tal Adrián Falcón no es real, que se trata de un personaje de ficción, una invención de la escritora que se dejó guardada demasiada munición cuando acabó de escribir la novela.
Igual de borroso resulta el dibujo de la protagonista femenina aunque sus contradicciones y caprichos sí que recogen con acierto un carácter que oscila entre la realidad y la irrealidad. Es interesante el intento de que ambos, hombre y mujer, funcionen al modo de Scheherezade. Cuentan sus historia mientras hacen el amor en una habitación de un hotel de lujo en París o desayunan, almuerzan o cenan en restaurantes de cinco tenedores.

La mujer, que podría ser la hija del veterano y ahora retirado mercenario ya no cree en otra cosa que no sea la de vivir. Y vivir implica despojarse de cualquier lucha de ideas del pasado. Las derechas y las izquierdas son lo mismo. Como dijo Guillermo Cabrera Infante: “el comunismo es el fascismo de los pobres”.

El mercenario que coleccionaba obras de arte no es una novela redonda, de hecho da la sensación de que le sobran demasiadas páginas de las más de 360 que contiene.

El título obedece, por otra parte, a la afición que tiene el protagonista masculino de coleccionar arte pero esta paradoja, un asesino con sensibilidad, no está bien descrita por lo que no hace posible encontrar respuestas en dos personajes, hombre y mujer, que funcionan en la novela además de interrogantes como las dos caras de una misma moneda: América.

Saludos, pensando que no veía…, desde este lado del ordenador

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