Manuel de Paz: “Del seno de Añaza salieron los que restauraron la masonería en Gran Canaria”

La Logia de Añaza nº 270 se constituyó el 8 de agosto de 1895 bajo los auspicios del Grande de Oriente Ibérico y desarrolló una intensa y desinteresada actividad cultural que fue interrumpida por el Alzamiento en julio de 1936.

La Logia Añaza nº270 cumple el próximo año el 125 aniversario de su fundación y sobre su historia e influencia habla el catedrático de Historia de América de la Universidad de La Laguna, Manuel de Paz Sánchez (Santa Cruz de La Palma, 1953), el primer historiador que comenzó a estudiar la masonería en Canarias, quien señala entre otros ilustres miembros que la formaron a Luis Rodríguez Figueroa.

- La Logia de Añaza, nº 270 celebra el próximo año el 125 aniversario de su fundación. ¿Qué significó su actividad para la sociedad tinerfeña de aquel entonces?

“En efecto. Se fundó el 8 de agosto de 1895, pero bajo los auspicios del Grande Oriente Ibérico, con lo que su primer número, en el registro de esta obediencia, fue el 125, precisamente. Fue, desde luego, uno de los talleres masónicos más importantes de Canarias durante toda la historia de la masonería en las islas. Desde su fundación hasta su cierre, al producirse el Alzamiento en julio de 1936, el edificio de Añaza tuvo un papel destacado en la historia cultural de Tenerife. Se trata de una entidad y de un edificio del que cualquier ciudad europea o, en fin, de cualquier otro continente podría sentirse orgullosa. Recuerdo que, cuando envié hace años (en la década de los ochenta del siglo pasado) una fotografía del templo a una academia masónica de Brasil, su director me escribió para alabar el excelente edificio masónico de la capital tinerfeña. Justamente en Brasil, donde hay decenas de edificios y construcciones masónicas de importancia”.

- ¿Quiénes la formaron, qué condición social tenían la mayoría de sus miembros?

“A esta logia pertenecieron intelectuales y mártires de la guerra civil como el propio Luis Rodríguez Figueroa; políticos destacados; grandes profesionales de diversas especialidades: médicos, profesores, arquitectos; técnicos de diversos campos profesionales, etc. Y, por supuesto, artistas como el escultor Guzmán Compañ Zamorano, a quien se debe la espléndida fachada del edificio, cada vez más deteriorada en nuestro tiempo. O el pintor José Aguiar, que en el fondo siempre fue un poco masón, a pesar de sus convicciones ideológicas, de sus sombras y de sus amistades peligrosas. La mayoría de los miembros del taller, a lo largo de sus cuatro décadas de historia estuvo integrada, sobre todo, por profesionales de diferentes campos. Tanto los “obreros” más modestos como los de la esfera intelectual, digamos, por ejemplo, el propio Melitón Gutiérrez Castro, un federalista que tampoco sabemos con certeza cuándo murió, tuvieron su protagonismo en la historia de la logia. En unos casos breve y apasionada, como el de este singular escritor de origen toledano; en otras prolongada, sacrificada y persistente. Era un colectivo complejo, abierto a las nuevas tendencias ideológicas. Amado Zurita (1862-1930), director de Telégrafos, escribió a principios de la década de 1920 un interesante estudio sobre la mujer que se publicó en Madrid, y estaba muy orgulloso de llenar los salones de la logia de jóvenes a las que se adoctrinaba en las ideas liberales de la época y en conceptos realmente innovadores para aquellos tiempos respecto a la mujer. Era partidario de la supresión del denominado “Rito de Adopción” y de conceder a la mujer todos los derechos masónicos, a la par que a los hombres. No todo fueron aciertos, visto en conjunto, pero no hay duda que tuvieron un protagonismo relevante en la historia cultural e intelectual de la capital tinerfeña y de Canarias, durante el primer tercio del siglo XX. No se les ha reconocido ni de lejos su contribución y su sacrificio”.

- ¿A quiénes destacaría de los integrantes de Añaza?

“Personalmente me atrae la figura de Luis Rodríguez Figueroa, un personaje singular al que he dedicado cinco libros y todavía espero redactar alguno más. Se trata de antologías de textos suyos, principalmente, con estudios preliminares y notas. Escribía de todo: poesía, ensayo, artículos políticos. Era un personaje increíble. Cada vez que paso por la Plaza de los Patos me acuerdo de un poema suyo. De su ternura con la familia; de su pasión por la vida; de cómo lo mataron miserablemente; en fin… Vale, no era García Lorca, pero Valbuena Prat le dedicó algunas frases muy elogiosas antes de que desapareciera. Y, en su poema “Homilía rural” se adelantó en más de dos décadas a poetas de renombre internacional que, obviamente, también se interrogaron sobre la esencia de la naturaleza y de la vida: “¿Sabes lo que es un árbol? ¿Tú no puedes/ aclarar en tu rudo pensamiento / la síntesis virtual que en sí contiene?”; y acaba con esta súplica al leñador: “¡Quiebra el hacha!” Un mensaje que, en términos de protección de la madre Naturaleza está de plena actualidad, hoy más que nunca. No era un vanguardista. Era un modernista al que le tocó vivir una época terrible. Sin duda, el mejor abogado de Canarias, defensor de los pobres”.

- ¿Por qué 270?

Es el número de registro que le correspondió a la logia cuando cambió de potencia auspiciadora. Esto lo explico en mi Historia de la francmasonería en Canarias, a partir de la página 555, es decir, en el libro nacido de mi tesis doctoral y publicado en 1984 (la primera edición). El cambio de auspicios sucedió en 1903, cuando ya el taller había conseguido levantar el espléndido edificio de la calle San Lucas, pero aún le faltaban muchos retoques, entre otros los de la fachada, que se realizó en 1922-1923, bajo la dirección del ya mencionado Guzmán Compañ. Lo curioso, además, es que la logia como organismo consiguió sobrevivir a la crisis de 1895-1898, que trajo la independencia de Cuba y Filipinas, y, en fin, la pérdida de los restos del antiguo imperio español. Es un caso singular en toda España, en esta época en la que tantas logias tuvieron que abatir columnas o, digamos, pasaron a “durmientes” durante varios años, incluidos algunos talleres canarios de la época, como es el caso de la palmera Abora, otra logia isleña muy importante en la historia masónica de Canarias”.

- Usted que ha estudiado a la masonería en Canarias, ¿qué significa para las islas su implantación?, ¿fue alta su influencia?

“Para los que iniciamos el estudio de la masonería en los años setenta del siglo pasado, que desembocó en el llamado Grupo de Zaragoza por el congreso que allí organizó el profesor José Antonio Ferrer Benimeli a principios de la década de 1980, del que surgió el Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española (CEHME), y, desde luego, para mí como canario, la importancia de nuestra masonería venía dada por dos factores principales. Primero: porque la masa documental de los talleres canarios, que pasó a Salamanca, donde se custodia en el actual Centro Documental de la Memoria Histórica de aquella ciudad, ha permitido escribir, reflexionar y analizar no solamente la historia de la masonería en Canarias, sino, desde luego, en buena parte de España, ya que en la Península Ibérica se perdió muchísimo material. La documentación canaria se conserva bastante bien en Salamanca, salvo unos pocos miles de documentos que siguieron escondidos en Canarias y que, actualmente, están depositados en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, pues los masones canarios, en general, conservaron bastante bien sus papeles. En segundo lugar, porque la masonería canaria se nutrió de masones de todo el mundo, dada su situación estratégica. Desde el punto de vista cultural e intelectual, los masones isleños contribuyeron al gran cambio de conciencia social que se produjo durante el último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX, y crearon redes internacionales de indudable importancia. Algunos de sus integrantes y otros hijos de Canarias tuvieron, además, un indudable protagonismo masónico fuera del Archipiélago. Hay casos, como por ejemplo el de Adolfo Cabrera Pinto, cuya pertenencia a la masonería era desconocida hasta hace pocas fechas. Yo creo, en síntesis, que hay un núcleo de intelectuales y esforzados ciudadanos que, durante décadas, contribuyeron a generar una conciencia de civismo y de formación ciudadana que desgraciadamente fue truncada con brutalidad por la guerra civil”.

- ¿Qué le parece el estado en el que se encuentra en la actualidad el templo masónico de la calle de San Lucas, en la capital tinerfeña?

“Espantoso y lamentable. Lo que no se ama acaba perdiéndose. Dan ganas de echarse a llorar. Lo último ha sido la destrucción del rostro de una de las esfinges de la entrada”.

- ¿Y el templo qué servicios al margen de los estrictamente masónicos prestó? Tengo entendido que se impartían clases en algunas de sus habitaciones.

“Cierto. Se daban clases en el propio edificio. Fundaron una escuela laica que pervivió durante varios años. En 1909 se inauguró la denominada “Escuela de Añaza”. Las clases nocturnas eran gratuitas; las diurnas conllevaban una lógica prestación económica, entre otras razones para pagar a los educadores. Tenían un programa de estudios bastante moderno y en boga con las corrientes progresistas de la docencia durante aquellos años”.

- ¿Qué periodo destacaría de máximo esplendor de la masonería en Canarias?

“Hay dos momentos cruciales, en mi opinión. Uno de ellos fue la década de 1870, prácticamente en toda Canarias. Había logias en Gran Canaria, Tenerife, La Palma, Lanzarote, y miembros nacidos en las restantes islas que trabajaban en los talleres de las islas mencionadas. No duró mucho, debido a la crisis de las logias españolas pertenecientes a la obediencia del Grande Oriente Lusitano Unido. Posteriormente, yo creo que la fundación de Añaza no tardó en vertebrar también a la masonería insular. Se crearon organismos capitulares y filosóficos, es decir, de los grados superiores del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, que es el que siempre se desarrolló en Canarias. Y del seno de Añaza salieron los masones que luego restauraron la masonería en Gran Canaria. Durante la II República recogieron algunos de estos frutos, pero también se dieron luchas y divisiones profundas. No obstante, creo que determinados personajes, diputados y cargos políticos locales, desarrollaron una destacada labor en las Cortes y en Canarias. Me refiero a Luis Rodríguez Figueroa, por ejemplo. Pero también a otros varios como Rubens Marichal, Alonso Pérez Díaz, Juan Rodríguez Doreste (que pudo celebrar la restauración de la democracia), entre otros. Y, desde luego, numerosos creadores, artistas, profesionales de todos los ámbitos, como antes dije”.

- ¿Fue cruenta la represión a los masones en Canarias al proclamarse la Guerra Civil?

“Desde el punto de vista de las muertes físicas podría decirse que no, aunque, por supuesto, hay algunos casos de masones que son asesinados o ejecutados por su condición de miembros de la Orden del Gran Arquitecto y por otras causas, conjuntamente o no. Por ejemplo, hay militares como Alberto Hernández Suárez, miembro de la logia Andamana de Las Palmas de Gran Canaria que fue fusilado el 3 de octubre de 1936, ya que se negó a sumarse al Alzamiento. Pero, aparte de algunos casos, no muchos, la represión se cebó sobre todos ellos, ya que fueron sometidos a privaciones de libertad, interdicción civil, denostados públicamente, expropiados de sus recursos, etc. Así, por ejemplo, Juan Rodríguez López, teniente coronel de Infantería, médico y propietario; un hombre cabal que gozaba de un gran prestigio social en Tenerife y que tuvo una actuación masónica más bien escasa. Tal como escribí en mis Militares masones de España (2004), citando fuentes de la época, “ofreció al Generalísimo el Campamento de Tiro de Tenerife”, que poseía en propiedad con su hermano Álvaro y que estaba valorado en una fortuna para la época. No obstante, le sancionaron con 25000 pesetas, le inhabilitaron, le hicieron la vida imposible, todo ello a pesar de los abundantes donativos que no bajaron de otras 70000 pesetas. Según fe pública del notario Martínez Fuset, que le apoyó en sus pesquisas judiciales, hizo entrega al propio Franco del Campo de Tiro de Santa Cruz de Tenerife. En teoría se le alzaron las restricciones que pesaban sobre él, entre otras las de ejercer plenamente su profesión de médico, adquirir bienes, etc. En todos o en casi todos los casos, simplemente destruyeron sus vidas desde el punto de vista social”.

- Si se recupera el templo, ¿cómo le gustaría que funcionara?, ¿qué tipo de servicios debería de prestar a la ciudadanía?

“Estaría bien que hicieran un Museo con un centro de investigación anexo. Un monumento a la tolerancia y no, por supuesto, un espacio privativo de una organización determinada, sea masónica o no. Se trata, a estas alturas, de un bien público, y yo creo que debe estar al servicio de la comunidad. Pienso que los viejos masones se sentirían muy orgullosos de ello”.

La construcción del templo masónico de la calle de San Lucas en Santa Cruz de Tenerife (en la imagen, la fachada de 1929) se prolongó durante más de veinte años, aunque fue inaugurado a principios del siglo XX. El profesor Adolfo Cabrera-Pinto (1855-1926) fue, entre otros, un reconocido masón tinerfeño, dice Manuel de Paz.

Saludos, discreto no secreto, desde este lado del ordenador

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