Un viaje a ninguna parte

El programa para la promoción y difusión de cortometrajes canarios Canarias en corto celebra este año su 14 edición, una iniciativa que ya cuenta con suficientes ediciones para que sus resultados sean analizados. También la de mejorar y tener claro qué es lo que pretende. Cuáles son sus objetivos.

Alcanzada la mayoría de edad, Canarias en corto no termina sin embargo de brindar una mirada objetiva sobre este formato en Canarias aunque cuenta con ediciones precedentes que, como la 14, sorprenden para bien y para mal.

El teatro La Granja situado en las Casa de la Cultura en Santa Cruz de Tenerife acogió el pasado 14 de febrero el estreno de las siete piezas que componen este año el catálogo Canarias en corto. Se tratan de una serie de películas rodadas el año pasado pero que comienzan su vida cinematográfica en 2020.

Las butacas del teatro La Granja estaban relativamente ocupadas por un público predispuesto a ver lo que le echaran y, la verdad, había que tener cuerpo y alma para contemplar lo que allí se mostró. Y no por la calidad de los cortos seleccionados, siete, como siete son –o eran, que ya no sé– las islas Canarias, todos ellos elogiables en cuanto a técnica y profesionalidad pero muy irregulares en sus apuestas por contar algo.

En este aspecto y salvo alguna honrosa excepción, los trabajos del catálogo 2020 coinciden por resultar atípicos. Junto a la acostumbrada tendencia de sorprender con aparentes ejercicios cinematográficos “de autor”, esta edición no termina de tomar el pulso del cortometraje en Canarias porque olvida, a veces, que se trata precisamente de mostrar de qué va –o creía que iba– Canarias en corto.

Un error a corregir en próximas ediciones es conocer y entender qué es lo que pretende ser esta iniciativa. No se dice por los estilos y géneros en los que puedan encasillarse los cortos que, afortunadamente, suelen ser variado pero sí para evitar lo que ha pasado con el catálogo 2020: de los siete cortometrajes seleccionados cinco, y se dice pronto cinco, están rodados en geografías que no tienen nada que ver con Canarias. No critico que estas cinco piezas (Fuera de juego, Las Grietas, Grieta, Selfie y Los espacios confinados) se hayan realizado fuera y si bien reconozco su diversidad y que estén bien resueltos técnicamente es evidente que están muy alejados de este territorio lo que les resta compromiso y genera desconcierto. Más si tenemos en cuenta que este catálogo es una iniciativa del Gobierno de Canarias para promocionar cortos canarios y si bien –debe de constar– no se tenga la urgencia de que sean rodados aquí que cinco, de un paquete de siete, no tengan nada que ver con las islas me parece insólito y de paso una cachetada a los que realizan cortos aquí, con actores de aquí para contar unas historias que se desarrollen o no aquí.

Los cinco cortos de fuera se dejan ver. Uno está rodado en un pequeño pueblo chileno, otro en Barcelona y otro más en Madrid pero salvo que haya algún canario por ahí, que debe de haberlo, poco de aquí tienen estas cinco piezas. Una de ellas, Selfie, fue rodada en una ciudad estadounidense y la firma la única mujer del catálogo de este año, Nayra Sanz Fuentes.

En conjunto, el resultado final de Canarias en corto 2020 resulta bastante desigual y no por las temáticas, afortunadamente dispares como ha venido ocurriendo en otras ediciones.

Al margen de que algunos de los cortos cuenten con buenos actores y técnicamente resulten sobresalientes, se producen en ocasiones coincidencias en títulos y en contar con oficio historias familiares. En dos de los cortos, Grietas, de Alberto Gross Molo y Las grietas, de Valentino Raffaele Sandoli, los más formales en cuanto a sus pretensiones de narrar una historia se refiere, uno se queda con la idea de que más que cortos son parte de un proyecto mayor, un largometraje.

En otros casos se busca la complicidad del espectador. En Selfie, por ejemplo, se observa una plaza en plano fijo y se escucha una voz en off y en inglés, por cierto. La propuesta, que resulta atrevida termina por agotarse a los pocos minutos.

La sesión se inició con los dos únicos cortos rodados y protagonizados por actores de las islas: Zapato roto y Océano, de Domingo de Luis y Fernando García-Moreno, respectivamente.

Se tratan de dos trabajos con finales abiertos. El primero con un tono rural interesante cuya historia no termina de estar bien atada y el segundo, bajo paisaje urbano, cuenta cómo pasa la vida una joven anclada en la nada cotidiana.

Entiendo Los espacios confinados como un reto fallido y de alto contenido canario (esto es una broma). Lo firma un tal Razzak^Ukrainitz, quien plantea una reflexión animada de dos de las tres grandes religiones monoteístas del planeta: la judía y la musulmana. Se mezcla imagen real con la dibujada y en ella no hay individuos sino masas. Quizá sea la cinta que más me agradó de este catálogo porque no es fácil lo que aspira a mostrar un cineasta que termina por perderse en ese gigantesco laberinto.

Fuera de campo de Pablo Vilas Delgado es un bonita película sobre lo que rodea a un partido de fútbol de cuarta regional en cualquier aldea remota de Chile. Llama la atención, primero porque no hay voz explicativa en off y segundo porque parece que el relato fluye espontáneamente. Nada nuevo bajo el sol, aunque quizá si se hubiese hecho en Canarias sería otra cosa siendo lo mismo. El corto se sigue con interés pero se hace largo y repetitivo por su aire pastoril.

A modo de conclusión Canarias en corto 2020 tiene miga, aunque sea una miga con tropezones. Y sí, se trata de uno de los catálogos más cuquis y popis pero también distantes y ajenos de los que se han visto hasta la fecha. Un viaje, en definitiva, a ninguna parte por lo que se agradecería menos “profundidad” y más claridad en futuras ediciones.

Saludos, todo cambia para que no cambie nada, desde este lado del ordenador

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