La fiesta española, una novela de Henri-Françoise Rey

Escritor, filósofo y músico de jazz, parece ser que tocaba el piano y que no lo hacía nada mal, Henri-François Rey es un caso bastante atípico de lo que se considera ser un narrador de izquierdas. Atípico porque llevó su credo tanto al campo de la acción como al literario ya que luchó contra los nazis en la Francia ocupada mientras ejercía un periodismo militante que le complicó la vida.

La fiesta española es probablemente una de sus novelas más conocidas en España por varias razones. Una de ellas es porque tal y como indica el título se desarrolla en España, en concreto durante la Guerra Civil aunque el conflicto queda en segundo plano porque al escritor le interesa más la historia de amor entre un ruso nacionalizado belga que se enrola en las Brigadas Internacionales con una joven periodista norteamericana en las tierras de un país que se desangra en los campos de batalla.

Pese al compromiso político que definió al escritor a lo largo de su vida, no deja de sorprender la contención ideológica que marca la obra donde no quedan demasiado bien ni las Brigadas Internacionales ni los comunistas y mucho menos los anarquistas, a quienes Henri-François Rey describe como salvajes y por salvajes, cobardes que ejercen la “justicia revolucionaria” siempre en retaguardia.
No es sin embargo la Guerra de España ni las ideas que anegaron con sangre su geografía los protagonistas de esta, se reitera, más que bélica, una historia de amor. Una historia de amor que cuaja en el fragor de la violencia desatada pero que serena el cuerpo y el espíritu del brigadista y la reportera hasta el punto que el primero será capaz de desertar para vivir el amor con el que ha encontrado la paz. Para conseguirlo, deberá de cruzar los Pirineos para llegar a Francia.

Lo insólito, lo que convierte a Henri-François Rey en un escritor a tener en cuenta es por su notable capacidad literaria para narrar con convicción los sentimientos que unen a los dos protagonistas del libro, un amor que pese a la distancia social que los separa, los une en el peor escenario posible como es el de una guerra. Y más el de una guerra civil como fue la de España.

Viviendo en los tiempos actuales, empañados por el miedo que ha desatado la crisis de la Covid-19, recomendaría la lectura de La fiesta española a los que desde las tribunas políticas más que hacer política se dedican a insultar a sus adversarios con toda clase de calificativos miserables. Casi como si creyeran de veras que tienen autoridad moral para denigrar al contrincante no con argumentos sino con salidas de tono.

Las reflexiones que el escritor brinda sobre aquella España en guerra no han perdido con el paso de los años la actualidad con las que fueron escritas entonces. Los diálogos sirven para subrayar la desgracia de un pueblo demasiado confuso en su extraordinaria complejidad y en donde el individuo está por encima –siempre– de lo colectivo.

“- Y, sin embargo, no es difícil organizarse, ¡caray!”
- En España, sí- dijo Georgenko.
- Son unos engreídos.
- Engreídos, pero chalados. Tengo la impresión de que aquí cada uno persigue su sueño, el suyo, no el del vecino… Y los sueños no concuerdan nunca.
- Pero ¿y la revolución?
-Marx lo había previsto todo, excepto la existencia de los españoles- dijo Georgenko.
Se levantó a su vez, y apoyó una mano en el hombro de Nancini.
- Por si puede tranquilizarte, te diré que en las líneas enemigas debe de ocurrir lo mismo, porque nuestros adversarios también son españoles.

- Sí, pero ellos avanzan”.

Tras salir de Madrid, casi rodeado por las fuerzas rebeldes y dirigirse en el automóvil de un periodista que ayuda a la pareja y con la que mantiene una extraña conversación a medida que se aproximan a Barcelona, La fiesta española retrata con estilo cortante y muy alejado del aliento épico, la realidad de aquella guerra vista a través de los ojos de un hombre capaz de sacrificarlo todo por amor. El amor verdadero, el que deja huella y que encarna la joven periodista norteamericana que también tira a la hoguera su futuro profesional para seguir al hombre que ama. Los dos pertenecen a una misma unidad que hasta entonces permanecía a la deriva.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador

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