Simplemente Judy

Tuve la suerte de ver El mago de Oz en el Cinema Victoria, un cine que hoy es garaje y que se encontraba casi al ladito del teatro Baudet, hoy en ruinas. Ambos en la avenida de las Islas Canarias, antes del general Mola, en Santa Cruz de Tenerife.

Debe ser El mago de Oz (Victor Fleming, 1939) de las primera películas que vi solo, sin acompañantes, en un cine y todavía no me explico que hacía exhibiéndose aunque fueran otros tiempos donde pensar en ordenadores, teléfonos portátiles, video llamadas e internet era cosa de ciencia ficción. En aquellos lejanísimos años a los ordenadores se les llamaba además computadores y quien les escribe no vio ninguno hasta que en otro cine hoy desaparecido, el teatro San Martín, vio Scanner, donde aparecía un aparato que llamaban así: computador.

En fin. La cuestión es que me metí a ver El mago de Oz sin saber de qué iba la condenada película. Igual me la recomendó alguien pero se me ha borrado del disco duro. El caso es que allí estaba, en el patio de butacas cuándo comenzó la sesión y oh, oh, peligro, la película era en blanco y negro y oh, oh, peligro, me había metido en un musical.

Pensé en levantarme pero me quedé porque de pronto aparecía un huracán y se llevaba todo por los aires. Todo, todito, todo. Entre otros a la protagonista y su perrito que llegaban arrastrados por las corrientes a… vaya, vaya, vaya, un mundo a colores. Y qué colores.

En su recorrido por aquella geografía Dorothy y Totó, que hacía se llamaba la pareja protagonista, se encontraban con un león, un hombre de hojalata y otro de paja disfrazados y había un camino de baldosas amarillas y enanos. También una bruja que cuando aparecía me hacía cerrar los ojos y por fin el palacio del misterioso señor Oz que se encontraba en la legendaria ciudad Esmeralda.

No hay adjetivos suficientes para que cuente lo que aquel largometraje supuso para aquel infante. Digo poco si digo que se quedó clavado en la butaca fascinado, tarareando las canciones. Desde ese día si ya me gustaban los arcoíris a partir de entonces mucho más…

Dorothy era Judy Garland, aunque en verdad se llamaba Frances Ethel Gumm (Grand Rapids, Minnesota; 10 de junio de 1922-Londres; 22 de junio de 1969) y quiero imaginar que mucho de ese personaje llevó dentro la actriz y cantante que tuvo una vida tan rota. Y miserable. Siento arcadas pensando en lo que tuvo que sufrir aquella niña y luego mujer a la que acostumbraron a empastillarse para rodar hasta el infinito.

La carrera de Judy (no he visto la película sobre su vida que protagoniza Rene Zellweger) sumó otras películas pero ninguna alcanzó la popularidad de Oz, una novela escrita L. Frank Baum. Junto a la estrella de cine adolescente Mickey Rooney protagonizó varios musicales y compartió cartel con Gene Kelly en la actrobática El pirata. También fue clave en Ha nacido una estrella, junto a James Mason y más tarde en un insólito y pequeño papel dramático en Vencedores y vencidos, que a mi me sigue pareciendo una de las mejores películas como director de Stanley Kramer, la otra es El mundo está loco, loco, loco…

Pero si me dieran a elegir entre todas las de la filmografía de Garland me quedaría sin dudarlo un segundo con El mago de Oz, filme que tengo en dvd pero que no he vuelto a ver desde que lo adquirí.

¿Razones? Tengo reservas y algo de miedo. Y no es porque piense que la película con ojos expertos no será la misma sino por la bruja, papel que interpretaba Margaret Hamilton. ¡¡¡Todavía me da muy mal rollo!!!

Me conmueve Judy Garland y disfruto con sus canciones aunque las de su hija Liza Minnelli sonaron más en una época de mi vida, sobre todo las que interpreta en Cabaret y New York, New York… Con todo, siempre guardé especial cariño por Judy Garland, aunque más que por ella por su interpretación de Dorothy, que es irrepetible, de una inocencia que desarma y que creo que le salió más de dentro que de fuera. Eso que los cursis llaman un trabajo hecho con las tripas y no con la cabeza.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que vi en aquel cine de reestreno El mago de Oz, pero lo que supuso para mi memoria de espectador todavía conserva su impacto. Por eso, y a modo de final, solo me queda darle una y mil veces las gracias a Judy Garland por indicarme con sus canciones cuál fue y sigue siendo el camino de baldosas amarillas.

Saludos, pasan los días, desde este lado del ordenador

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