George Sanders: “Os dejo con vuestras preocupaciones en esta dulce cloaca”

Lo conocerán por las películas que protagonizó, interpretando casi siempre papeles de villano que le hacía imposible la vida al héroe de turno, y trabajos en los que solía sobresalir no solo por elegancia y estilo, sino también porque pese a todo ese cinismo que destilaba en las películas terminaba por seducir como un felino tanto a hombres como a mujeres. Este semi dios de la interpretación se llamó George Henry Sanders (San Petersburgo, Imperio ruso; 3 de julio de 1906 – Castelldefels, España; 25 de abril de 1972), actor y escritor (cuenta con varias novelas de detectives muy estimables, alguna de ellas publicas en España en la legendaria colección Austral de Espasa Calpe) que se caracterizó siempre por una cultura gigantesca y un afilado sentido de la ironía que hubiera hecho reír a carcajadas al mismísimo Oscar Wilde.

Son muchas las películas donde lo pueden ver como secundario de lujo. Ahí está, y ahí roba planos como quien no quiere la cosa, en Los contrabandistas de Monnfleet (Fritz Lang, 1955); Ambiciosa (Otto Preminger, John M. Sthal, 1947) e Ivanhoe (Richard Thorpe, 1952) pero también de bueno en obras redondas del cine fantástico y de ciencia ficción como El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960) y en Soberbia (Albert Lewin, 1942), en la que se pone en la piel del vitalista pintor Paul Gauguin). Por último y si ven la versión original de El libro de la selva (Wolfgang Reitherman, 1967) ese clasicazo inolvidable de la Disney, la aterciopelada voz de Sanders es la que hace hablar a Shere Khan, el astuto tigre de Bengala que va tras los huesos de Mowgli.

Autor de una autobiografía que, si nadie me corrige, pide a gritos que se publique en español, escribe el actor en estas irreverentes memorias perlas tan cultivadas como:

“En pantalla soy usualmente un cínico de modales exquisitos, cruel con las mujeres e inmune a sus insinuaciones y caprichos. Esa es mi máscara, y me ha servido bien durante 25 años. Pero en realidad soy un sentimental, sobre todo en lo que respecta a mí mismo; siempre al borde de las lágrimas por las emociones más ridículas e invariablemente víctima de la inhumanidad que despliegan a veces las mujeres con los hombres. Es comprensible que haya adoptado esta máscara para proteger mi naturaleza ultrasensible. Y por fortuna no solo me ha protegido sino que me ha dado de comer. Si te cuento todo esto es para que entiendas que aunque en el cine soy invariablemente un hijo de perra, en la vida real soy un chico encantador”.

O la hoy más que políticamente incorrecta:

“Las mujeres son como las enfermedades infecciosas. Una recaída es siempre de enorme gravedad. Mi boda con la enloquecida bruja de Zsa Zsa fue un craso error. Me avergüenza decirlo, porque no se debe golpear a las mujeres, pero yo sí lo hice. En defensa propia, claro está…”.

Lo curioso del caso es que la misma Zsa Zsa Gabor recordaría a su ex con estas palabras:

“George fue para mí un hermano, un hijo, un amante, incluso un abuelo. Era irritante y encantador. Inteligente y educado. Un canalla y un caballero. Un hombre que sabía cómo tratar a las mujeres, y cómo torturarlas. Un príncipe desdeñoso, indiferente, remoto y elegantemente despectivo”.

Y esto es solo un aperitivo de lo que escribe y de cómo lo escribe en Memorias de un farsante profesional.

Harto de todo y de todos, lo que incluye también harto de sí mismo, George Sanders acabó con su vida en un hotel de Castelldefels el 25 de abril de 1972. Dejó una nota que refleja muy bien cómo se la gastaba. Yo la interpreto como una broma, la última ironía de uno, si no el mejor, villano de la Historia del Cine:

“Querido mundo: me marcho. He vivido demasiado tiempo, prolongarlo sería un aburrimiento. Os dejo con vuestras preocupaciones en esta dulce cloaca. Buena suerte”.

En las imagen que acompañan este comentario se puede ver a George Sanders en una de sus películas que, pienso, representa muy bien su impresionante trabajo en el cine:

Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950), donde encarna al ya legendario y probablemente modelo de crítico afilado Addsison DeWitt, quien pasea por toda la películas soltando pullas que descongelan a cualquiera mientras coge del brazo a una por entonces desconocida rubia peligrosa, Marilyn Monroe

Saludos, damas y caballeros, desde este lado del ordenador.

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