La mirada perversa de Tod Browning

La primera vez que vi Freaks (1932) fue en casa de un amigo y rodeado de otros amigos. Creo que fue un sábado así que nadie quería ver una película y sí prepararse para salir de fiesta. El problema era que yo no había visto Freaks y que llevaba un tiempo con muchas ganas de verla por lo que salir de jolgorio no me convencía demasiado salvo después de haber visto aquel largometraje del que tanto había leído.

Sobre la mesa había un par de litronas y un plato de papas fritas de bolsa. Los ceniceros estaban repletos de colillas apagadas lo que explicaba que la atmósfera estuviera repleta de humo. Alguien sugirió abrir la ventana pero era tanto el frío que hacía que el resto nos negamos al unísono con un naaa que pareció flotar en el ambiente enrarecido.

Y en eso comenzó Freaks. Y si bien costaba entender algo de lo que decían en la película por las conversaciones que se tejían a mi alrededor pronto se fueron apagando como se apaga la luz de una vela, reinando un fascinante silencio en todo el grupo, grupo que tenía la mirada pendiente en el televisor, viendo aquella película en blanco y negro.

Cuando terminó la sesión el silencio reinante continuaba instalado en aquella habitación de piso de estudiantes. Nadie pudo decir nada salvo sacudir la cabeza y comentar que mejor, mejor salimos otro día, ¿verdad?

Nacido Charles Albert Browning, Jr. (Louisville, Kentucky, EE. UU.; 12 de julio de 1880 – Hollywood, California, EE. UU.; 6 de octubre de 1962) pero conocido como Tod Browning, la vida del cineasta resulta casi igual de apasionante que sus perturbadoras películas. Es probable que muchos no tengan ni idea de quien hablo pero les invito a que vean su obra maestra, Freaks, para que se inicien en el trabajo de un cineasta producto de su tiempo, los felices años treinta, una década realmente interesante dentro del cine norteamericano por excéntrica y salvaje. Sobre todo en el terreno fantástico aunque la onda expansiva alcanzó al resto de los géneros. Los treinta, sobre todo hasta su primera mitad, resultan un periodo extremadamente libertario en el cine estadounidense, un cine sin compromisos, abierto y políticamente incorrecto para los tiempos que vivimos, estos de post-corona virus.

Tod Browning practicó toda clase de oficios antes de llegar a Hollywood, uno de ellos fue en un circo así que el circo es bastante recurrente en su cine. O al menos en dos de sus más grandes películas: Freaks y Garras humanas (1927), en esta última oficia como actor Lon Chaney padre, una estrella rompe taquillas de su tiempo y con quien trabajaría en ocho ocasiones.

Drácula y Freaks son dos de las películas más reconocidas de Browning . Drácula porque contó con Bela Lugosi encarnando al rey de los vampiros aunque el filme se ha quedado bastante anclado con el paso de los años. Freaks (1931) porque todavía sigue conmoviendo, perturbando… Basada en un relato corto de Tod Robbins, un escritor de relatos y novelitas de todo a un euro, Freaks aún continúa desarmando porque además de enseñarnos que los monstruos no son los seres deformes sinos los humanos que presumen de ser gente normal y corriente, narra una trágica historia de amor y venganza que vence el paso del tiempo.

Y sí, el filme hace justicia a la tropa de criaturas extrañas que reúne y explota el circo en el que han hecho familia, una justicia que, ya lo verán si se atreven a visionarla, no deja de merecerse la bella Cleopatra, la trapecista que osó desafiar a las bestias. Bestias en su sentido figurado, claro está.

El cineasta, que cuenta con una interesante producción de cine silente en su filmografía, rodó unas pocas más películas sonoras adscritas al género. Destacaría entre otras Muñecos infernales (1936) pero le falta sin embargo el músculo de Freaks para convertirse en un clásico.

Ahora, mientras escribo esto, recuerdo cómo aquellos amigos con los que la vi la primera vez se quedaron con la vista clavada en el televisor una vez finalizado el largometraje. De pronto veíamos sin ver el aluvión de comerciales hasta que alguien apagó el aparato con el mando a distancia. Me di cuenta entonces observando el reflejo de todos nosotros en la pantalla apagada del televisor que más que vivos lo que parecíamos eran fantasmas. Gente, o gentuza como prefieran, convertidos en espectros sin rostros.

Saludos, se acabó el juego, desde este lado del ordenador

Que éramos –somos– solo sombras.

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