La memoria y el lenguaje

Por Cecilia Domínguez Luis (*)

Memoria y lenguaje son los pilares sobre los que Andrea Abreu construye su novela Panza de burro, publicada recientemente por Ed. Barret, con prólogo y edición a cargo de la escritora Sabina Urraca.

Una primera novela en la que su autora vuelca sus arraigos y desarraigos – «lo viví como una fluidera», dice en una entrevista- que marcan su vida en una época, la infancia, y un lugar, un pueblo del norte de Tenerife, de calles empinadas de huertas, cuevas y barrancos, con el mar a lo lejos, invitador.

La historia, contada en primera persona, transcurre durante un verano, una estación que para muchos niños y niñas supone el descubrimiento de otras realidades y de sí mismos, empezando por sus propios cuerpos.

Es, en este caso, Isora, la amiga de la protagonista quien actúa como una especie de guía en el descubrimiento de esa nueva realidad que, a su vez, ella va conociendo y en la que no faltan el sexo, la dureza de la vida, la capacidad o no de resistir.

Andrea nos introduce en la vida de un pueblo al que llegan y donde se detienen los alisios, ocasionando esa Panza de burro que da título a la novela. Un espacio rural, con un paisaje y un paisanaje que la escritora va describiendo, con detalle, a lo largo de los capítulos de esta novela, todos ellos con un título bastante significativo. Y lo hace con un realismo sin concesiones, de tal manera que entendemos que el paisaje, las casas, las cuevas, la niebla, los escasos días claros, el mar a lo lejos, no solo forman parte del escenario, sino que son también testigos y cómplices, a veces delatores.

Porque Panza de burro es también la historia de un pueblo, con sus prejuicios y su intolerancia, con su maledicencia, pero también con su solidaridad en momentos difíciles. Un pueblo con casas rurales “para turistas” que producen en la protagonista una mezcla de atracción y rechazo, porque no se puede acceder a ellas a no ser, como ocurre en el caso de su madre, para limpiarlas. Y aquí nos damos cuenta de cómo Andrea, toca, con la mirada tan directa como puede ser la de una niña, el problema social de la diferencia de clases.

Las relaciones entre Isora y la protagonista se van estrechando y si ya, desde el primer capítulo, que titula tan echadita palante, tan sin miedo, hace patente su admiración por ella, a lo largo de la historia se crea una suerte de dependencia, sobre todo para la narradora de esta historia, para quien la presencia de Isora se hace cada vez más necesaria- ver a Isora llegar me hacía sentir tranquila- dice en uno de los capítulos. Es como si la llegada de su amiga la reconciliase con la realidad y consigo misma.

Los juegos de las protagonistas, como muchas de sus conversaciones, son, primordialmente, iniciáticos. Las relaciones que se establecen entre las Barbies y los Ken, van más allá del puro juego infantil y los muñecos llegan a convertirse en trasuntos de personajes reales que las niñas, en su deambular por el pueblo han descubierto. La brutalidad casi salvaje de los Ken- y también de las Barbies (Los ken eran brutos y morenos y las barbies eran flacas, muy flacas…..y se tumbaban encima de los ken y los ken se tumbaban encima de ellas y piquipiquipiqui, machacábamos sus cuerpecitos de plástico y decíamos que estaban queriéndose como Gimena y Óscar…) es la de los adultos y también la de los chicos, uno de los cuales hace que la protagonista descubra algo parecido al sexo y que le deja una sensación extraña que la lleva a alejarse de su amiga: Iso, me voy, dijo. Iso, me voy.

Porque, a pesar de que ya había descubierto su cuerpo -desde chiquitas nos gustaba estregarnos….Usábamos las trabas de la ropa pa frotarnos por encima del chándal – esto era distinto y oír las risas de Isora y Mencey bajando por la ladera la hizo sentirse extraña. Por eso prefiere alejarse, aunque ella sabe que será por poco tiempo. Sin embargo, cuando la vuelve a encontrar ya no es lo mismo. Era ella pero parecía otra persona. Una persona más grande, con muchos años más…

No será esta la única extrañeza, el único descubrimiento del dolor y de la ausencia, pero todo forma parte de esa historia que Andrea necesita contar, casi diría que le urge hacerlo Y lo hace de forma directa, explícita, casi descarnada, que no puede dejarnos indiferentes, creando una atmósfera que va in crescendo y que te mantiene atrapada en la lectura.

Al principio hablé de memoria y lenguaje, y es este último un nuevo personaje, un protagonista esencial en sus manifestaciones, propias de una modalidad singular como lo es la canaria. Andrea escribe fonéticamente, es decir, tal y como suenan las palabras, y con un vocabulario muy propio de nuestra lengua: jeringada, matraquilla, juroniando, guiris, el canto arriba, palante, vulcán. Palabras que se mezclan con otras propias de la época de la niñez de la protagonista como mp3, mésinye, cíber… Una nueva apuesta arriesgada como todas las de esta escritora que ya lo demostró en su poesía, sobre todo en el fanzine Primavera que sangra donde aborda de forma valiente el tema de la menstruación.

Como ella misma afirma en su entrevista «para mí escribir en canario es un acto político, dentro de una realidad que obvia lo canario, que niega nuestra cultura».

Y es que Andrea sabe que la lengua es el distintivo más definidor de nuestra identidad, que nos define como parte de un espacio, no solo geográfico sino social y personal.

Panza de burro es una novela que parte de un estado de ánimo, de una urgencia por escribir ese espacio vital que es la infancia, porque en ella están los cimientos sobre los que nos asentamos, pero que, con frecuencia se relega a una amnesia, a veces protectora. En contra de ese olvido y, con todas sus consecuencias, Andrea Abreu en su original y audaz Panza de burro, nos acerca a esa niñez, con sus heridas, sus desencuentros su alegría y su dolor, pero también con el convencimiento de que ese periodo contribuye, en gran medida, para bien o para mal, a hacer de nosotros la persona que hoy somos.

Démosle, pues, la bienvenida.

(*) Cecilia Domínguez Luis es poeta y escritora

Saludos, viento, desde este lado del ordenador

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