Línea de fuego, una novela de Arturo Pérez Reverte

“Pues que con esa edad estés aquí, en vez de haciéndote fotos o soltando mítines en cines y teatros… En vez de ir por ahí del brazo de un diputado, o de un patriota de los que se dedican al estraperlo en la retaguardia, o de uno de esos intelectuales cuyo antifascismo consiste en llevar pistola en los restaurantes y denunciar a quienes criticaron sus novelas o no aplaudieron sus poesías… Todo eso dice mucho de ti.”

(Línea de fuego, Arturo Pérez-Reverte, Alfaguara, 2020)

Arturo Pérez-Reverte ha escrito una monumental epopeya sobre la batalla más sangrienta de la Guerra Civil, El Ebro, en Línea de fuego (Alfaguara, 2020) que, pese a su extensión y desarrollarse en un mismo y ficticio escenario: Castellets del Segre, significa un importante punto y aparte en la carrera del también periodista. Por un lado porque propone una muy personal Iliada a la española, un novelón (más de seiscientas páginas) en la que narra con nervio cómo se libraron los combates en esa guerra cuyas heridas no han podido cicatrizar y, por otro, su carácter colectivo, de preocuparse por brindar una visión “realista” de esas dos España a través de una serie de personajes a los que solo conoces por su dinamismo en el campo de batalla aunque de alguno sí que se revele de dónde procede y el porqué está ahí.

En el lado republicano además de una miliciana del servicio de comunicaciones, actúan mineros asturianos, soldados de las brigadas internacionales y jóvenes de la conocida como Quinta del Biberón; militares y comisarios políticos que forman parte de todo un ejército que ha apostado por un golpe de mano que los primeros días de la batalla hicieron retroceder a las sorprendidas tropas nacionales. El contragolpe y el dominio del aire hará que en apenas unos días los rebeldes recuperen el territorio ocupado y arrollen con furia desatada al enemigo hasta la otra orilla del Ebro.

En este escenario, en concreto en la línea de fuego en la que se desarrolla la novela, se despliega una obra colosal que no deja respiro desde la primera a la última página, más de seiscientas en las que Pérez-Reverte describe con colores vivamente periodísticos cómo tuvo que ser el combate cuerpo a cuerpo así como las dudas, los miedos y también el coraje de los protagonistas de esta ópera con música de guerra pese a que al escritor no le interesa tanto el conflicto político que separa a los dos ejércitos en lid sino el hombre y la mujer que luchó a un lado y al otro no solo en esta batalla sino también en aquella guerra.

Y el resultado es, como en otras novelas del escritor, una reivindicación del español de a pie, a quien describe con un alto sentido del honor defienda la bandera que defienda. Aparecen, es verdad, elementos equivocados en los dos bandos, asesinos que solo se alimentan de venganza pero en conjunto el retrato que ofrece de fachistas y rojos es bastante positivo. Gente de bien, además de excelentes soldados.

En el lado nacional, Arturo Pérez Reverte sitúa a un grupo de legionarios al mando de un alférez con un sagrado sentido del honor, requetés catalanes y falangistas, la mayoría con camisa azul porque se la obligaron a poner para ir al frente y que apenas conocen quién fue José Antonio Primo de Rivera, solo que su ideario político y social resulta sospechosamente parecido al que defienden los rojos en la otra orilla. En este lado, actúa también uno de Albacete que hace uña y carne con un soldado marroquí mientras las balas, los cañonazos destrozan todo a su paso.

Se agradece que el escritor procure en todo momento mantener la distancia, no caer en maniqueísmos y prácticamente lo consigue porque, como se dijo, a Arturo Pérez Reverte no le interesan las ideas de sus protagonistas sino el hombre y la mujer que llevan dentro. Su dibujo de una España recia y bastante tosca por primitiva se mantiene así a lo largo de toda la novela pero sin que chirríe. El lector debe asumirlo ya que si no fuera así lo mejor es que no lea Línea de fuego porque no se trata de una novela sobre la Guerra Civil sino sobre los hombres y las mujeres que lucharon, cada uno de ellos por su España, en la trinchera. Cuerpo a tierra. Mascando el miedo y buscando valor para enfrentarse a la muerte. Tan caprichosa en la guerra como en la paz. Solo que más violenta e inesperada y que segó a lo mejor de la juventud española de aquellos años donde cada parte dejó de negociar para resolver sus conflictos a tiro limpio.

Como si se tratara de una película, de hecho no deja de pasar por la cabeza la posibilidad de que con dinero termine llevándose algún día al cine o convirtiéndose en serie de televisión, Línea de fuego es una novela de acción en su sentido más puro, lo que la hace más vulnerable a la repetición aunque son tantas las escaramuzas, los combates en el pueblo y en sus alrededores que llega un momento que, la verdad, no importa demasiado. Ello se debe a que el escritor tiene la capacidad de trasladarte al campo de batalla, a sufrir con los personajes los vaivenes y el horror de la guerra.

Como no podía ser de otra manera, la novela aprovecha también para denunciar la España cuartelera por la que luchaban los nacionales y el cinismo político de la republicana ya que en retaguardia miraba a otro lado mientras sus mejores hombres y mujeres morían en los campos de batalla. Fachistas y rojos, unos y otros en el frente, parece que quiere decir Pérez Reverte, eran lo mismo: hombres de bien a los que una idea o haberle tocado la guerra en un lado o en el otro, determinó su destino.

Si algún mérito tiene entonces esta novela, esta especie de ebroiada es que un soldado fuera rojo o fachista era lo mismo. El miedo y el valor no entiende de ideas sino de lo que esconde cada uno cuando lucha por su vida.

Es probable que a partir de la publicación de Línea de fuego se publiquen otras novelas que describan con paisajes y personajes de ficción (es lo que hace Pérez-Reverte) nuevas novelas que narren desde tierra, desde la trinchera, aquella guerra. Quizá entonces, quién sabe, los que están empeñados en despertar el fantasma guerracivilista se den cuenta que en el campo de batalla el enemigo podía ser tu padre, tu hermano, tu amigo y quien ordena que se maten un militar de alta graduación o un político para quien esos hombres y mujeres que peleaban con uñas y dientes solo eran carne de cañón. Una fría estadística que desconocía los nombres y apellidos de ese puñado de soldados, de ese puñado de valientes.

Saludos, hazañas bélicas, desde este lado del ordenador

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