César González-Ruano, en blanco y negro, un retrato literario de Marino Gómez-Santos

La editorial sevillana Renacimiento está realizando un gran esfuerzo en recuperar materiales del pasado muy atractivos en su colección Biblioteca de la memoria. El año pasado puso en circulación César González-Ruano, en blanco y negro, escrito por el periodista Marino Gómez-Santos, un retrato muy cercano al polémico periodista y escritor madrileño que puso su pluma al servicio de una literatura periodística que sorprende todavía por su agudeza.

Personaje cuestionado por cómo se aprovechó de las circunstancia en el París ocupado, y relegado a un discreto olvido por ser un escritor de derechas y encima monárquico, la recuperación de César González-Ruano se invita a hacerla sin prejuicios ideológicos y a estudiarla por su contrastable calidad literaria.

Se recomienda por ello dejar de lado juicios políticos (los morales son otra cosa) en torno a la producción como columnista y como escritor de un personaje cuanto menos raro en el universo literario nacional. En este aspecto, el retrato que ofrece Marino González-Santos que vuelca sus recuerdo sobre quien fue su amigo y mentor durante sus primeros años como periodista en Madrid, resulta tan interesante no solo para el conocedor en la agitada vida y obra de César González-Ruano sino también en su trabajo ya que se explican aquí muchas de las constantes que marcaron no solo su devenir creativo sino también existencial.

A medio camino de la biografía aunque se escore más hacia el perfil de un personaje, estos textos que evocan una amistad en la que hay más de respeto al talento del retratado que a su vida como hombre de a pie, no caen en la hagiografía y sí en el testimonio en primera persona de alguien que lo conoció como se puede conocer a otra persona a la que se le perdona (nunca justifica) sus equivocaciones, pero lo que importa y vuelca en estos recuerdos Gómez-Santos es más el proceso creativo de César González-Ruano que su amplísimo muestrario de anécdotas.

Se cruzan en el libro otros personajes que formaron parte de una época, los cuarenta y cincuenta del pasado siglo, que nadaba entre dos aguas, la del periodismo y la literaria.

No rehuye de todas formas el autor de la obra en contar algunos de los momentos en los que presenció el chispeante pero también demoledor sentido del humor de César González-Ruano, por lo que se consigue un retrato más luminoso que de sombras en torno a un escritor y periodista que conoció la bohemia, viajó, se dejó deslumbrar en los años treinta por el embrujo nazi y fue, desde sus orígenes, una especie de decadentista francés con traducción española. Algo de hidalgo escondía también un hombre al que le acompañaron los excesos y el fácil desprecio hacia los que no formaban parte de su estrecho círculo de amistades.

La prodigiosa memoria de Marino Gómez-Santos, fallecido a la edad de 90 años en 2020, pone color a muchos de los momentos en los que anduvo al lado de González-Ruano, y hace hincapié no demasiado extenso en la amistad que mantuvo el decadente hidalgo español con uno de los toros bravos de las letras españolas, Camilo José Cela. También la tertulia que se formó en el Café Gijón, que el mismo Marino Gómez-Santos describió en un libro, y cómo se perdió ese cónclave de escritores e intelectuales por una cuestión que subió de tono. La tertulia de González-Ruano se trasladaría posteriormente al Café Teide.

Para hacerse una idea del personaje lo mejor es recurrir a la voz de Charito González-Ruano, hija del escritor, quien describe a su padre según recoge la pluma de Marino Gómez-Santos:

“Mi padre era muy vocacional. Eso lo sabe todo el mundo, ahí está su obra para demostrarlo. ¿Qué te voy a decir a ti que has vivido tan cerca de él y has tenido ocasiones de ver con qué ilusión trabajaba? Una vez me preguntó: ‘Asquerosita: ¿Has leído mi artículo de ayer? ¿Has sabido que me han dado un premio?’. La verdad es que yo entonces le hacía poco caso y se me quejaba: ‘No me admiras nada’. Un día llegó a decirme que no podía tolerar que si su mejer le decía, por ejemplo, que Eugenio Montes tenía más talento que él, le pegaría una bofetada. Ahora, que si le engañaba físicamente, no le daría mayor importancia. A veces decía cosas sorprendentes como: ‘Tú suponte que no soy tu padre… ¿Te fugarías conmigo?’. Me decía esto como en broma, pero yo le respondí: ‘No, yo no me fugaría contigo. Me gustaría más ser hija de un tendero de ultramarinos que me quisiera mucho, preferible a un hombre importante como tú a quien veo tan poco y me hace tan poco caso…’ Se enfadó. ‘No me digas esas tonterías porque te quiero muchísimo, pero es que no hemos tenido ocasión de tratarnos y ahora, de repente, me encuentro con una mujer hecha y derecha y, claro, me sorprende mucho”.

En el libro, Mariano Gómez-Santos cuenta cómo era la casa de González-Ruano y como colgaban de sus paredes algunos cuadros de Óscar Domínguez. También la relación con su esposa, la escritora Esperanza Ruiz-Crespo y la unión sentimental que mantuvo con Mary de Navascués, relatos que afortunadamente no caen en lo rosa sino que forman parte del extravagante devenir sentimental de un hombre que parece que estuvo demasiado apegado a sí mismo.

El tono resulta así entretenido y en ocasiones incluso chispeante. Madrid aparece en muchas ocasiones en estas páginas como apareció en la producción literaria y periodística de González-Ruano, uno de los venerables de la villa y corte y ciudad a la que cantó, como decía “con estrofas de percal”.

Saludos, a leer, que son dos días, desde este lado del ordenador

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