Don Carlos Dickens y yo

Hace años leí la primera novela de Charles John Huffam Dickens (Landport, Portsmouth, Inglaterra, 7 de febrero de 1812-Gads Hill Place, 9 de junio de 1870) que cayó en mis manos: David Copperfield aunque es verdad que me quemé las pestañas mucho tiempo antes viendo adaptaciones de sus novelas en el cine y en televisión, alguna de ellas con el formato de serie. Recuerdo por ejemplo Casa desolada y otra que prestaba atención a la agitada vida que mantuvo el escritor. No obstante, donde Dickens crece son en sus libros. Sean novelas, cuentos… Hace poco obtuve por uno de esos caprichos del destino una de sus primeras obras, un trabajo de encargo que lleva por título Memorias de Joseph Grimaldi (Páginas de Espuma, 2011) en la que respira el mejor Dickens como periodista y como escritor…

Cuando llegan las navidades no dejo de leer su Cuento de Navidad como no dejo de ver Qué bello es vivir de otro grande, Frank Capra,y película esta última que no tiene nada que ver con el escritor pero que se ha convertido en una cita obligada durante esas fechas como lo son las películas de romanos cuando llega la Santa Semana Santa.

Pero me voy por las ramas y lo que quiero, lo que deseo, lo que me apetece en este momento es hablar de Carlos Dickens y yo. Y de cómo descubrí la obra de un escritor que me cambió la vida y me animó a seguir leyéndola porque con cada libro que caía en mis manos me daba cuenta que tenía mucho que ver con el otro. Y el otro.

Tras la fabulosa David Copperfield (cuidado con Uriah Heep), llegó Grandes esperanzas, Oliver Twist, que vi primero en su formato musical. Un musical pegadizo y extremadamente dickensiano con el probablemente mejor Faguin de la Historia del Cine, Ron Moody, con permiso de mi venerado Alec Guinness e Historia de dos ciudades, entre otros.

Que la producción literaria de Charles Dickens continúa viva lo pone de manifiesto que sus novelas y cuentos no dejan de reeditarse. Solo un inconveniente que sigue provocando equívocos: no es un escritor para niños aunque cuente con algún libro que sí escribió pensando en ellos. Su obra mayor es para públicos que han logrado cierta serenidad en su existencia pero que no han perdido la facultad de conmoverse, incluso llorar cuando lee las novelas más sentimentales de un escritor que, se reitera, se burla del paso de tiempo.

Su obra sigue viva. Late con el corazón de un chaval de quince años, casi parece que se mofa del paso implacable de los años.

Si tengo no obstante una obra presente de Dickens en mi cabeza es y seguirá siendo David Copperfield. Cosa de que fue la primera; la que me abrió la puerta a su fascinante universo que puebla de tan variopintos personajes. Gracias a don Carlos me adentré, además, en el trabajo de otro escritor coetáneo suyo, Wilkie Collins. Así que, como ven, le debo no una ni dos sino muchas cosas a este extraordinario escritor para el que no pasa, digo, el tiempo.

Saludos, un grillo en el hogar, desde este lado del ordenador

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