Castilla también existe

“No debe extrañar que cada vez más el grito al que se defiende la obra política de las Comunidades sea el de libertad. La primera, de la que surge el movimiento, es la de no verse sometidos a gravámenes odiosos para sostener los caprichos, errores y dispendios del césar. A partir de esa libertad, de índole fiscal, vienen todas las otras: la de no estar sujetos al abuso de los grandes señores, la de determinar a través de los representantes del pueblo la voluntad del reino. A ellas invitan los comuneros a los castellanos y en su nombre defienden el derecho a enfrentarse con las armas a aquellos que sostienen la servidumbre y los privilegios, en cuyos brazos se ha arrojado ya el emperador”.

(Castellano, Lorenzo Silva. Colección Áncora y Delfín, ediciones Destino 2021)

Reflejo de la situación que está viviendo España, herida de gravedad por la Covid-19, la caída en picado de la economía, un gobierno incapaz no ya de dar sino de proponer soluciones y unos nacionalismos regionales cada días más agresivos en sus reivindicaciones materiales y espirituales, se están publicando en las últimas semanas como reacción ante estos fenómenos una serie de libros que reivindican sin timidez a la capital de España y las dos Castillas que funcionan más que como novelas, como soportes teóricos e intelectuales de una idea ajena a la descomposición de un modelo de Estado y de país.

La publicación de volúmenes como Madrid, de Andrés Trapiello, un apasionado y muy sentido homenaje a la capital de España pero que no aporta demasiadas cosas nuevas y, más recientemente, de Castellano, de Lorenzo Silva, obliga a una reflexión sobre el por qué de la publicación de unos libros que, a su modo y manera, defienden unas identidades de ciudades y comunidades autónomas en las que el discurso localista comienza a ganar espacio. El asunto debe resultar rentable porque cada vez más se editan obras con estas características, también otras muchas sobre España en su conjunto, textos que proponen una nueva y orgullosa interpretación de este país. Se cuestiona ahora la leyenda negra (a la que se acusa de propaganda de los enemigos de España), se reivindica su pasado militar y salen a la luz nombres de soldados y marinos que hasta el día de ayer casi nadie conocía.

Esta explosión de orgullo nacional y de orgullos nacionalistas se vio de manera palpable en las elecciones a la Comunidad de Madrid. Proceso electoral que estuvo marcado no solo por el insulto contra el contrincante sino también por una defensa de lo que es ser madrileño. Un espécimen que para unos es una u otra cosa.

Ya comentaremos en otra ocasión nuestra opinión de Madrid, de Trapiello. O mejor de su Madrid. Hoy toca centrarnos en Castellano, que es el libro que ha escrito Lorenzo Silva para recordarnos que tras la muerte de los Reyes Católicos, la enajenación de la reina Juana y la posterior llegada del aún joven rey Carlos I, gran parte de Castilla se levantó en armas cuando entendió que el nuevo monarca no velaba ni protegía sus intereses. Esta revuelta fue un maldito dolor de cabeza para el rey ya que se trató de un levantamiento popular cuyas lecturas continúan siendo contradictorias.

Castellano no está escrito como una novela histórica porque, como explica su autor “prefiero entresacar de sus peripecias lo que más me conmueve, dejando que sean quienes deben,los historiadores, y con los medios que procede emplear, la documentación y su crítica científica y fundada, los que perfilen el atestado que de ellos debe guardarse, sin que las frívolas ocurrencias de un armador de ficciones traten de suplantarlo”. Trata además de poner en limpio “ideas que me acompañan desde hace años, y que empezaron a acuciarme de una manera imprevista cuando, siendo yo forastero en tierra ajena, aunque no del todo, empecé a percibir en mi mismo esa identidad que nunca había tenido presente”.

¿Quiere Castellano recordar a castellanos y españoles que Castilla es una tierra con señas de identidad tan propias como las del resto de comunidades que forman este país? Leyendo el libro se concluye que sí, y que incluso por defenderlas costó la muerte de muchos de sus vecinos. En el caso de este libro, los partidarios de Padilla, Bravo y Maldonado.

Sin ser novela ni ensayo sino más bien reportaje, Castellano cuenta paralelamente el laborioso proceso que hizo Lorenzo Silva para documentarse sobre este momento de la historia de Castilla y de una España que entonces no existía. Es decir, el relato del declive de un reino que dio paso a un imperio.

El objetivo del escritor funciona, y así lo destaca, como una catarsis al mismo tiempo que pretende que la obra haga entender que pese a que “Castilla y los castellanos han sido vistos como abusivos dominadores” la realidad es otra ya que perdió “su alma” el día que los rebeldes resultaron aplastados por las tropas de Carlos I. Desde entonces, Castilla “ha languidecido en tierras empobrecidas, ciudades despobladas y pendones descoloridos”.

Si un problema tiene Castellano, y cuya gravedad debe juzgar aquel que se enfrente a sus páginas, es que no termina de ser ni un libro de historia ni una novela. Siquiera un ensayo. Todo en él es un híbrido.

No es novela, aunque se diga que sí lo es pero sin serlo. Tampoco un ensayo. Podría, en todo caso, entenderse como se ha dicho un amplio reportaje sobre un tiempo ya pasado que cuenta con añadidos en tiempo presente en los que Lorenzo Silva es quien sirve de hilo conductor entre pasado y presente. Narra con la agilidad que lo caracteriza un momento de la Historia de España y avisa por dónde irá el imperio de Carlos I y la realidad de un país con identidad tan objetivamente anárquica.

Entiendo que entre los fines de Castellano está el de hacer entender que Castilla también existe y que posee señas de identidad propias como el resto de los pueblos de España. Eso sin olvidar que su Historia, como la de otros pueblo, tiene sus héroes y traidores.

Saludos, Castilla también existe, desde este lado del ordenador

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