Un paseo por el Museo Rodin, Tenerife

Ahí estaba, contemplando la copia de la copia de la copia de El pensador de Auguste Rodin. Siempre que estudió esta estatua, se trate de una copia de una copia de una copia o del original, me pregunto qué demonios estará pensando ese coloso. Porque, medito, dentro de su cabeza de bronce tendrá que haber un cerebro también de bronce que contribuya a que piense el pensador de Rodin.

Y que piense, si piensa, en el pequeñito revuelo que provocó su museo en Santa Cruz de Tenerife en unos y no en otros, aunque se esforzaron los primeros en que se comprometieran los otros con más que penosos resultados.

Paseo por las salas de este museo de réplicas, que dirían los unos, los que criticaron con la boca pequeña y sin dar la cara para animar (salvando su anonimato, un anonimato no solo de cobardes sino de cretinos) al primer director de arte de TEA Tenerife Espacio de las Artes, Javier González de Durana, para que escribiera un artículo cuyos argumentos (consistentes, no vayas a decir que no) resultaban los mismos que leí cuando la polémica sobre si debía de contar la capital tinerfeña con un museo Rodin se despertó en estas tierra dispersas. Aunque ese despertar se quedara restringido a nada. O a conversaciones indignadas de culturetas en almuerzos y cenas. Todo en pequeño comité, sin que nadie se atreviera a escribir algo en contra porque, ay, Rodin, los periódicos de la provincia de Santa Cruz de Tenerife tenían orden de no publicar nada sobre el asunto siempre y cuando ese mismo asunto pusiera en cuestión que el museo Rodin siguiera adelante.

Tan adelante que recuperaría uno de los pulmones verdes de la pequeña capital de provincias en la que vivo. Invito de hecho a los ofendidos, a los humillados y ofendidos a que paseen por un parque que desde hace años permanece abandonado. Abandonado de la mano de los dioses.

Ahora estoy frente a una réplica de una réplica de una réplica de la estatua de Balzac e, ironías de la vida, pienso que, efectivamente, toda aquella polémica que no trascendió a los medios y que ni siquiera dio el salto a las redes sociales, fue una comedia humana. Ese chiste al que últimamente me tiene acostumbrado los que se creen que son la élite cultural de un archipiélago que, seas de la élite o no, muere en soledad.

Me asomo a uno de los ventanales del ahora museo Rodin de Santa Cruz de Tenerife y contemplo el barranco de Santos por donde corre el agua de una lluvia torrencial que desde hace unos días cae sobre la ciudad. Giro la cabeza y detengo la mirada en una réplica de una réplica de una réplica de El beso, y más allá de La puerta del infierno, y recuerdo la advertencia que según el Dante, me gusta escribirlo con el artículo, el Dante, sitúa en esa entrada al averno: abandonad toda esperanza.

Hombre, me dice alguien que también estuvo en contra de este museo Rodin, el de las réplicas, de las réplicas y las réplicas, y es que el dinero que se invirtió finalmente en él se podía haber dedicado a recuperar el Museo de Bellas Artes de la capital. A contratar personal. Curiosamente, se me acerca un bedel del Rodin para invitarme a que cruce a otra sala, donde observaré otras piezas que son réplicas de réplicas y replicas… Y me pregunto, antes de cruzar el umbral, donde estará aquel tipo que me llamó por teléfono cuando se anunció públicamente hace unos años que la capital de provincias en la que vivo iba a contar con su Museo Rodin. Un museo de réplicas y réplicas y réplicas.

La voz de aquel tipo que ya no sé donde se encuentra (¿acabaría devorado finalmente por su propia estupidez?, es lo más probable, pienso luego existo) estaba como estrangulada y se quejaba de que nadie escribiera en contra de ese museo, el de Rodin, diciendo que sería un desastre para la capital de provincias en la que vivo.

Escríbalo usted mismo, le insté, pero solo hubo silencio. Al final me dijo con esa voz estrangulada de adulto que no rompe un plato que no podía, que no podía escribir nada porque trabajaba para una administración pública y que si lo hacía, escribir y encima se lo publicaba uno de esos periódicos locales que, presuntamente, vedaban cualquier noticia negativa sobre la iniciativa Rodin, podía afectarle a su trabajo. Un trabajo cómodo y bien cebado de dinero.

Crucé las salas del museo Rodin, todo repleto de réplicas y de réplicas y réplicas y regresé a la que acogía El pensador, también en bronce, del escultor francés que desgració la vida de Camille Claudel y no tuve más remedio que sacudir la cabeza.

Cuando salí a la calle lucía por fortuna el sol, el sol evaporaba los charcos que se habían formado en los paseos y jardines del que antaño fue parque cultural, después solo parque Viera y Clavijo de la capital tinerfeña, y los lagartos asomaban la cabeza de entre las piedras para recibir algunos de los rayos del astro rey. Aspiré el olor de la hierba húmeda, rachas que entraron en mis pulmones como agua de mayo.

Rambla abajo fue cuando dejé de pensar en El pensador de Rodin. O en la réplica, de la réplica y la réplica de esa estatua de bronce.

“Uno de pollo”.- demandé cuando me senté ante la barra del Imperial- Y un café con leche.

Santa Cruz de Tenerife, efectivamente, agonizaba en soledad.

Saludos, existo, desde este lado del ordenador

4 Responses to “Un paseo por el Museo Rodin, Tenerife”

  1. Anonimazo sin cara ni nombre Says:

    Señor García, déjeme recomendarle un capítulo de esa fabulosa serie que es “Los Simpson”, uno que se llama “El monorraíl”. Verá que divertido si cuando digan Springfield usted piensa en Santa Cruz, y cuando digan Monorraíl usted piensa en el Museo Rodin.

    Saludos

  2. admin Says:

    Buenos días, ¡¡¡ sí, sí que he visto ese episodio de Los Simpson!!!

  3. Arancha martin Says:

    Existe alguna estatua del pensador aquí y ahora en Tenerife. He visto un cartel de Patrimonio, que tiene Rodin, Avalo y Moore
    Gracias de antemano

  4. admin Says:

    Buenos días, de Rodin que sepamos no hay nada por las calles de Santa Cruz de Tenerife. Por el contrario sí que hay un Moore por las Ramblas y varios Ávalos, aunque es probable que estos pronto desaparezcan del paisaje urbano de la ciudad

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