Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia

Como en ese cuento de cuyo nombre no quiero acordarme alguien me puso una bolsa marrón sobre la cabeza mientras me arrastraban al interior de un coche que olía ambientador de pino. Por las voces que se decían unos y otros entendí que debían ser tres, dos delante y uno detrás que me cogía del brazo no sé con que aviesas intenciones. El coche arrancó y uno puso la radio. Sonaba AC/DC, aunque no recuerdo la canción. Subió el sonido así que con el estruendo de la banda británica y australiana y el olor a pino me fui mareando porque el coche pensé que transitaba ahora por una carretera llena de curvas.

Hacía calor así que pedí que alguien bajara las ventanillas o pusiera el aire acondicionado pero no me hicieron caso. Comencé a sudar como un gorrino al que llevan al matadero pero aparté ese pensamiento de la cabeza con el fin de pensar en cosas más alegres.

El coche dio un frenazo brusco y sentí que se abría la puerta del piloto. Oí pasos sobre la gravilla y una conversación que quedaba amortiguada por los cristales cerrados del auto. El que estaba a mi lado, aflojó su presión del brazo y salió también al exterior, lo sentí porque un brisa caliente me dio como un tortazo en las mejillas ardientes e, imaginaba, coloradas por tanto sofoco.

Una voz de timbre grave me ordenó que bajara del coche, se abrió la puerta y unas manos me sacaron en peso mientras otro apagaba la radio. El silencio que se hizo de pronto daba miedo. Solo se oía el piar de los pájaros y el canto desgarrado de las cigarras.

Tambaleante, y entre dos, me llevaron por un estrecho sendero no sin antes quitarme la bolsa marrón que me habían puesto encima de la cabeza.

Me sorprendió comprobar que estaba amaneciendo y que nos dirigíamos a un pequeño chalet situado en medio de la nada, o de ese bosque donde los pinos que se levantaban hacia el cielo parecían desafiar a Dios y a su ejército de ángeles.

Tras abrir la puerta de la vivienda, me dejaron sentado en un sofá frente a la pantalla plana de un televisor.

“¿Quiere beber algo?”, me preguntó el que antes me había ordenado salir del coche, lo supe por el tono de voz, y pedí si era posible que me trajeran un vaso de agua.

“Tenemos refrescos”, dijo la voz. Negué muy lentamente con la cabeza. Al cabo, me trajo el vaso de agua. Estábamos en el salón, el de la voz y yo. Los otros dos habían desaparecido en las entrañas de aquel chalet. Unas escaleras al fondo de donde nos encontrábamos conducía a la segunda planta. Probablemente los dormitorios o el dormitorio. La cocina, de estilo americano, estaba justo detrás nuestro. El hombre de la voz se sacudió las manos y dijo algo así como “bueno, y ahora al tajo”. Se acercó al televisor de pantalla plana, se arrodilló delante del aparato y trasteó hasta sacar un dvd. Me miró y exclamó: “listo”.

Mientras metía el disco intenté recordar si conocía a aquel individuo de una vez anterior pero no, no tenía la más mínima idea de quién se trataba. Me llamó la atención, eso sí, un pin que tenía puesto en la solapa de la chaqueta y en el que se podía leer IC(s)DC, y debajo una cruz que, sospechosamente, parecía la gamada. El tipo, que llevaba barba de hispter de provincia debía de ser un poco más joven que yo pero no demasiado, a decir verdad. La pantalla del televisor se encendió y tragué saliva.

“Siéntese… siempre que esté preparado. ¿Está preparado? Esto que va a ver no lo ha visto nadie”.- me advirtió mientras se sentaba a mi lado. Apretó la tecla de avance rápido del reproductor y enterré las uñas en la tela del sofá.

“Todo lo que va a ver es solo para sus ojos”.

“Pero… ¿Por qué?”, atiné a preguntar.

“Pues precisamente por preguntón. Se trata, además, de órdenes..”. – y señaló con el dedo índice de la mano derecha al cielo. Me encogí de hombros e intenté relajarme.

Dio inició la sesión.

Dos horas más tarde tenía aún la boca abierta por el espanto. Los pocos pelos que tenía encima de la cabeza los tenía de punta. No eran imaginaciones, el de la voz me pasó un peine para que me arreglara un poco aquellos cabellos desordenados.

“Dios..”- me atreví a susurrar. El de la voz sonrió.

“Y eso que es la primera vez que los ha visto. Esta, si cuento la de por la mañana, es mi quinta ocasión”.

Lo soltó como quien se siente orgulloso de remover la mierda que desborda la taza de un váter. No necesariamente de Roca. Pensar en el váter y en lo que había visto me dio como arcadas. El de la voz me pidió “calma, relax…” Respiré hondo y me atreví a mirarlo a los ojos, que eran de un marrón que tiraba a negro.

“Es un horror, el horror…”.- dije.

El de la voz se encogió de hombros. Después, se quedó un rato mirando la pantalla del televisor apagada y me dijo: “Entiende ahora porque no hemos dejado que lo vea la gente”. Afirmé lentamente con la cabeza. “Usted, salvo los familiares, amigos y equipo de rodaje, es de los pocos que ha visto íntegro este truñazo…”

“¿Y él?”.- pregunté señalando al techo.

“Lo intentó pero casi le da un infarto”.

“Pobre hombre”.- dije sin mucha convicción.

El de la voz cruzó las piernas y sonrió. Sonrió, me parece ahora, para no llorar. “Lo que le voy a decir debe quedar entre nosotros”, dijo. Mi silencio sirvió de señal de consentimiento.

“Queremos que deje de escribir sobre los putos catálogos. Los del 2021 y 2022. Podíamos haberle dado una explicación, por falsa que fuera… Como la loca distribución, que cada una de las productoras de los siete cortos escogiera quién los iba a rotar por festivales pero al final… Al final el resultado de estos dos catálogos es tan espantoso que hicimos examen de conciencia y entendimos que su calidad no iba a colar. La idea, nuestra idea, era que la gente se olvidara de la colección hasta que de arriba –comentó con una mueca volviendo a señalar el techo– alguien tuvo la brillante idea de no exhibirlos, de guardarlos en un cofre de siete llaves pero no contábamos con…

Ante de terminar la frase me puse de pie. La cabeza me latía como un bombo y el corazón le seguía el ritmo con bastante entusiasmo.

“Lléveme a casa”.- solicité.- “Que en boca cerrada no entran mocas”.

Los dos que al parecer estaban arriba bajaron las escaleras y antes de que pudiera observar de quiénes se trataban el de la voz aprovechó para ponerse tras mis espaldas y taparme la cabeza con la bolsa marrón.

“Relájese y déjese llevar”.- me dijo. Alguien abrió la puerta del coche mientras caminábamos sobre la gravilla.

“¿Qué dijo antes?”, me preguntó el de la voz…

“¿Antes…?”- respondí con la cabeza todavía asaeteada por las imágenes que había visto.

“Sí, hace solo unos pocos minutos. Antes…”

Dentro ya del coche hice memoria.

“Que en boca cerrada no entran moscas”- recordé.

Y entonces volvió a sonar a todo volumen AC/DC. Y esta vez sí que reconocí la canción.

- I’m on the highway to hell / Highway to hell.- canturreé mientras el auto arrancaba.

“¿Qué?”.- dijo la voz.

Don’t Stop me”.- respondí.

Lo demás es ruido e imágenes tan tontas que parecían sacadas de una pesadilla…

Saludos, con todo mi cariño a P., desde este lado del ordenador

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