Castillos de fuego, una novela de Ignacio Martínez de Pisón

Ignacio Martínez de Pisón es un escritor de cabecera. En nuestro caso, lo hemos ido siguiendo desde que prácticamente comenzó su carrera literaria pero son sus novelas digamos que de temática histórica las que más nos han convencido de la calidad siempre ascendente de su trayectoria.

Llegamos a sus libros a través de un ensayo novelado titulado Enterrar a los muertos, en el que se investigaba los pasos de José Robles, amigo y traductor al español de la obra del escritor norteamericano John Dos Passos, y que fue asesinado durante la Guerra Civil por orden de una organización política de la que no revelaremos su nombre con la idea de que lo descubra el lector que llegue al libro.

Tras esta apasionante investigación en la que se derrumba mitos y se aniquila con el poder de la verdad muchas leyendas, otros libros del escritor son Dientes de leche y El día de mañana, entre otros. Se tratan de dos obras que si tienen algo en común es el escenario en el que las desarrollan. El marco temporal comienza en la dura postguerra para ir en ascenso con el único fin de narrar cómo el paso del tiempo termina por erosionar nuestras esperanzas y nuestros fines. Aprovecha el autor también para proponer interesantes estudios sobre el mal, al mal en su estado más primario.

Castillos de fuego
es un ambicioso fresco sobre la postguerra española y una novela coral que si tiene algún protagonista es la ciudad de Madrid, donde se mueve un microcosmo de personajes de carne y hueso y en donde no existe, como en la vida misma, ni el bien ni el mal sino personas que por una u otra razón terminaron por abrazar el amor y el odio en tiempos revueltos.

Si tiene algún problema Castillos de fuego este podría ser el de su extensión, casi 700 páginas apretadas en las que se cruzan los personajes que la protagonizan pero es verdad que por una vez el grueso del libro sabe a poco no solo al convencerse de la tarea titánica que emprende Martínez de Pisón para mostrarnos cómo se vivía en aquella España de grises que todavía tenía demasiado abiertas las cicatrices de las Guerra Cilvil, una guerra que no es “la nuestra” como se han empeñados unos y otros, con independencia de signo ideológico, que siga siendo.

Castillos de fuego está estructurada en cinco partes cronológicas. La primera abarca desde noviembre de 1939 a junio de 1940; la segunda de julio a diciembre de 1941 y las tercera, cuarta y quinta de abril a octubre de 1942, septiembre de 1943 a marzo de 1944 y de febrero a septiembre de 1945. Siguiendo esta línea temporal, el escritor desarrolla la obra en uno de los periodos más duros de la postguerra española, postguerra que coincidió con la II Guerra Mundial. Y es la guerra que se libra en Europa un leiv motiv que parece ruido de fondo en este libro, y que como tal afecta a la vida de unos personajes que son fruto de la imaginación del autor como otros que son reales, con sus nombres y apellidos.

Este arco temporal permite al escritor contar la posición de España ante el conflicto que devastaba las tierras de Europa. Así, durante los primeros años cuarenta, la España de Franco se declara abiertamente pro alemana aunque mantenga la posición de no beligerancia con los países enemigos al III Reich y a la Italia fascista. Esta posición irá ladeándose en favor de los aliados cuando la guerra comienza a torcerse para la hasta ese momento potentísima maquinaria bélica alemana. Este cambio de bando afectará a muchos de los jerarcas y jerarquillas de la Falange que, siendo próximos al pensamiento nacional socialista, comenzaron a ser depurados a medida que la gran batalla en Europa se resolvía en favor de los aliados.

Al margen del peso de la política internacional, que es muy importante en el libro como lo fue en la realidad, Ignacio Martínez de Pisón cuenta la historia también de la resistencia que los miembros del Partido Comunista Español mantuvieron con el nuevo régimen impuesto por Franco y los militares. Estos hombres, que hacen su guerra en el campo y en la ciudad, terminarán siendo aniquilados no solo gracias a la labor que desarrollan inspectores de la brigada político y social de la policía de aquel entonces, y uno de cuyos mejores hombres en la novela, Valentín, fue comunista en su juventud, sino por el propio PCE que fue capaz de terminar con la vida de algunos de sus mejores camaradas cuando los acusó de traidores y de trabajar al servicio de Franco.

Paralelamente, y he aquí lo mejor de este amplio y documentado retrato de la postguerra en Madrid, Ignacio Martínez de Pisó despliega un gran número de protagonistas que viven sus propias historias, unos buscándose la vida en el mercado negro y otros intentando medrar en el nuevo sistema. En esta sección destacan los movimientos y las luchas de poder que se produjeron dentro del movimiento y cómo unos fueron aupados a lo más alto como sucedió con Arrese mientras la II Guerra Mundial parecía decantarse en favor de Alemania y como esos mismos hombres, caso de Arrese, cayeron en desgracia cuando a partir de 1943 se vio claro que Hitler no iba a ganar el conflicto.

Las mejores páginas de Castillos de fuego cuentan, a mi juicio, con el aliento del mejor Zunzunegui de sus novelas madrileñas, muchas de ellas escritas durante la postguerra. Y también mucho del Galdós de Los episodios nacionales. Hay otras referencias que entroncan con la mejor literatura que se ha escrito en este país en un periodo tan doloroso de su historia y pone de manifiesto el gran escritor “realista” que sigue siendo Martínez de Pisón, un escritor que se supera novela tras novela.

Saludos, cómo vuelan las páginas del calendario, desde este lado del ordenador

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