Cierra la librería El Atril

Algo se muere en el alma de un pueblo y de una ciudad cuando cierra una librería.

En los últimos años han cerrado varias librerías en la pequeña capital de provincias en la que vivo. Algunas muy emblemáticas, sobre todo aquellas que crecieron prácticamente conmigo. De hecho, y mientras visitaba la mayoría de ellas para consultar novedades o buscar un título en concreto, gasté demasiado tiempo de una vida que ahora tengo la sensación que se agota, que ya no puedo detener el tiempo como antes, que mi condición de inmortal desaparece a medida que pasan los años, se blanquea el poco pelo que tengo encima de la cabeza y se sustituye la sensación que sentía entonces de entusiasmo por la certeza de que ha comenzado en mi reloj interno la cuenta atrás para la eternidad.

Nací y crecí en una ciudad, Santa Cruz de Tenerife, que disfrutó durante mucho tiempo de excelentes librerías. El panorama actual es hoy bastante desolador si lo comparo con el de ese pasado que ya no volverá y es por eso que se me agria tanto el día cuando me entero (ayer mismamente y leyendo una entrada de Facebook que firma Pompeyo Pérez Díaz) que ha cerrado otra librería en la capital tinerfeña.

En esta ocasión se trata de la librería El Atril, localizada en la calle de Suárez Guerra y casi justo delante de otra librería que hace unos años abrió sus puertas, Islátika.

Especializada en la venta de libros canarios y en rescatar del polvo del olvido volúmenes de nuestra historia como archipiélago muy difíciles de encontrar sobre todo tras el cierre, sin dar explicaciones, de la Librería del Cabildo de Tenerife, ubicada en uno de los lados del antiguo Teatro Baudet, al frente de El Atril estaba Alberto Díaz Gómez, quien tira ahora la toalla porque, demonios, son malos tiempos para la lírica.

Pero que no cunda el pánico porque me llegan noticias esperanzadoras y una de ellas dice que, probablemente, El Atril podría volver a abrir solo que con otros responsables y otra política para promocionar la librería. Ojalá sea cierto porque, como dije al inicio de estas líneas, algo se muere en el alma de un pueblo, de una ciudad, cuando cierra una de sus librerías.

Saludos, gracias por los trabajos prestados, desde este lado del ordenador

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