Una ciudad sin memoria

La capital tinerfeña es una ciudad sin memoria, casi parece como si quisiera borrar de su recuerdo sus humildísimos orígenes: pueblo de pescadores pobre pobrísimo que se ganó a pulso que los naturales de la que fue villa resultaran conocidos como chicharreros por aquello del chicharro.

Sin embargo, y en su largo y complejo proceso para convertirse en capital de la isla y del archipiélago, hay una serie de acontecimientos y sobre todo de personajes públicos que contra viento y marea elevaron su categoría tras dejar de ser lo que fue, el puerto de La Laguna, para transformarse en lo que es, una ciudad, una capital a la que no le gusta y por eso prefiere desconocer su pasado.

Entiendo ese vacío si se trata de evocar que fue aquí y más tarde en Gran Canaria, de donde salió el general Francisco Franco para desarreglar aquella desarreglada España republicana pero no cuando se trata de enaltecer a algunos de sus ciudadanos como es el caso de José Murphy, a quien se le recuerda en la calle donde nació, de San Francisco esquina con San Martín, con una placa que el paso de los años ha ido decolorando lo que hace prácticamente imposible leer lo que allí se dice.

A mi José Murphy siempre me cayó bien, incluso cuando era un pibe y de su nombre solo me sonaba el apellido por irlandés. Además, y con justicia, se le conoce como “el padre de Santa Cruz de Tenerife” ya que gracias a sus gestiones logró que aquel pueblo de pescadores se convirtiera en capital de la isla y del archipiélago aunque como suele pasar tanto en las buenas como en las malas familias, nuestro personaje murió en el exilio completamente arruinado.

Murphy, que nació el mismo día que quien ahora les escribe, cuenta con una excelente biografía escrita por Marcos Guimerá Peraza, a quien conocí y quien se merece otra placa en la fachada de su casa para recordar que allí nació uno de los grandes cronistas de Santa Cruz de Tenerife.

Soy consciente que todas estas palabras, que la redacción de este artículo, caerá en saco roto porque como ya dije al inicio vivo en una ciudad que no quiere tener memoria, pero que no se da cuenta que sin memoria es imposible mirar hacia adelante… Ello explica que salvo recordatorios escritos en piedra o mármol y colocados en las fachadas de muy pocos edificios se recuerde a “nuestros ilustres”.

No sé como será en otras islas y en otras ciudades y pueblos de Tenerife, pero creo sinceramente que la cosa mejora porque salvo mi ciudad, al resto de las poblaciones canarias sí que le importa convivir con su pasado.

Nunca, que sepa, salvo recibir el nombre de alguna de las calles de la capital, se informa al paseante –al ciudadano de dentro como de fuera– no donde nacieron sino donde residieron algunos de los miembros de, vamos a poner un ejemplo, Gaceta de Arte, como Eduardo Westerdhal y Domingo Pérez Minik. Hay otros personajes, alguno de ellos por los que confieso particular querencia como Sabino Berthelot que tampoco consta en placa alguna y así otros y otros tantos y tantos protagonistas de la vida política, social y cultural de una ciudad que con el paso de los años fue convirtiéndose en algo más que aquel originario poblacho de pescadores cuyo aire afortunadamente aún se puede respirar en San Andrés. Es decir, su marcada herencia marinera de la que ya no queda nada, por desgracia, en el caso urbano, salvo esa atractiva escultura obra de Javier Murcia Trujillo que está situada frente al mercado de Nuestra Señora de África y en la que se reivindica con cierta heroicidad el sacrificado trabajo de aquellos pescadores que fueron los primeros chicharreros de lo que deberíamos todos, con independencia del sitio o isla que sea, sentirnos orgullosos.

En los últimos tiempos es verdad que hubo intentos para que la ciudad tomara conciencia que tiene un pasado aunque por desgracia se abusa en demasía de la derrota que sufrió Horacio Nelson siendo contralmirante frente a las costas santacruceras en aquel verano de 1797 y también que aquí nació Gaceta de Arte, revista que nos trajo a André Breton y unos amigos para respaldar lo que Pérez Minik llamó la facción surrealista de Tenerife, pero la capital carece de muchos más recordatorios, placas en las que se recuerden a sus ciudadanos más ilustres para que uno (el chicharrero y el que nos visita) sepa que esas calles y plazas que recorre fueron posibles gracias a gente como ellos y que como tal, están fundidas al fuego lento de esa memoria que se quiere olvidar.

De momento, y hasta que no se adecente la placa que indica que en esta casa nació José Murphy, me duele pensar que mi ciudad siga siendo indiferente con su memoria. Está bien trufar el parque García Sanabria con bustos dedicados a doña Leonor, madre de José Martí, como de Nijota, entre otros, aunque la tendencia es que sean más los militares a los que se recuerde no solo con estatuas sino también con el nombre de las calles… Lo que si uno se detiene y se pone a pensar, delata el espíritu de una capital de provincias que como dijo Ignacio Aldecoa, es “la más peninsular de España”. Ojo al dato, y a la tremenda ironía con la que el escritor vasco reflejó sus impresiones de una ciudad que como se dijo al inicio de estas letras algo improvisadas no tiene memoria pero sí un pasado que unos pocos no nos cansamos por reivindicar.

Saludos, de espaldas al mar, desde este lado del ordenador

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