Un ‘Réquiem habanero por Fidel’
Llega a mis manos Réquiem habanero por Fidel, una novela escrita por J. J. Armas Marcelo y que publica Alfaguara. Apenas la he mirado, aunque el volumen espera paciente el turno de lecturas si logro quitarme de encima el hechizo al que estoy siendo sometido con Pero hermoso, de Geoff Dyer, uno de esos libros que lees despacio porque disfrutas tanto con lo que cuenta y escuchas –es inevitable acompañar su lectura mientras suena de fondo los discos de los músicos de jazz que retrata su autor en el libro– porque necesitas prolongar la fascinación que te envuelve el tiempo que sea necesario. El tiempo que sea posible.
Descanso de tan grato momento con El reino de los cielos, de Silvia García, y novela por la que obtuvo el Premio Benito Pérez Armas 2012; así como con la relectura, mucho más sosegada que la primera vez, de Melmouth, el errabundo, de Charles Maturin, que cuenta con una excelente traducción de Francisco Torres Oliver, probablemente una de las personas que más sabe de literatura gótica en este país que se hunde en arenas movedizas.
Réquiem habanero por Fidel cuenta la historia de Walter Cepeda, coronel retirado de la Seguridad del Estado que “recibe una llamada telefónica de su hija exiliada en Barcelona que le anuncia la muerte de Fidel Castro. Revolucionario convencido, Walter pertenece a un mundo que se está desmoronando desde hace tiempo, que ha abandonado todo idealismo para caer en la pobreza, el aislamiento y la corrupción. La noticia desata en él un torrente de recuerdos. A oscuras, en la más grande soledad y con la banda sonora enloquecedora de los ladridos de una perra llamada María Callas, el viejo coronel hace balance de los sueños y los fracasos propios y ajenos hasta componer el epitafio de una época heroica y definitivamente perdida”.
El libro será presentado el 16 de mayo por el también escritor Santiago Gil en la sala de Ámbito Cultural, en Las Palmas de Gran Canaria.
No es nuevo un relato sobre cómo puede afectar a algunos el fallecimiento –muchos desean verlo ya como la crónica definitiva de una muerte cien veces anunciada– del líder de lo que se conoció como revolución cubana. Pienso en Las palabras y los muertos (Editorial Seix Barral, Colombia, 2007), del escritor cubano Amir Valle, y en la que uno de los hombres más cercanos al comandante en jefe, ¡ordene!, rememora ante el cadáver de Castro más de cuarenta años de historia cubana. Desde que, siendo un niño, se unió a los rebeldes en las montañas y se ganó la confianza del Fidel hasta convertirse en su sombra.
También hay mucho de ficción en esas monumentales memorias que escribió en el exilio el periodista del gobierno cubano, Norberto Fuentes, con su La autobiografía de Fidel Castro (Editorial Destino, 2006), un ciclópeo y desconcertante trabajo que, entre lo que cuenta que es verdad, recurre a los espléndidos trabajos que el catedrático de Historia de América de la Universidad de La Laguna, Manuel de Paz, dedicó en su momento a las relaciones diplomáticas entre España y Cuba a finales de los años cincuenta y principio de los sesenta en Zona rebelde. La diplomacia española ante la revolución cubana (1957-1960) (Centro Cultura Popular Canaria, 1997) y Zona de Guerra. España y la revolución cubana (1960-1962) (Centro Cultura Popular Canaria-Librería Universal, 2001).
No sé si hay más volúmenes en los que se recree que hay dentro de la cabeza del líder cubano en sus horas finales si omito las numerosas biografías sesgadas que se han publicado sobre este personaje. Así como desconozco otros relatos y novelas en las que se fabule sobre lo que pasará en Cuba cuando se anuncie el fallecimiento del hasta ayer líder máximo de la revolución cubana. Por eso confieso mi entusiasmo en ponerme a leer cuanto antes este nuevo libro de Armas Marcelo, un escritor que dedica esta novela a uno de los grandes de la literatura no solo cubana sino escrita en español, Guillermo Cabrera Infante (“tremendo tipo que nunca se movió de La Habana. In memoriam); y a su mujer, Miriam Gómez (la belleza, que lo acompañó por todo el mundo).
Saludos, ¿hasta la victoria, siempre?, desde este lado del ordenador.