Robin Williams, el hombre desenfocado
No puedo repetir como un mantra oh capitán, capitán porque no fui miembro del club de Los poetas muertos. No obstante, la ausencia de Robin Williams en esta vida que a veces se torna un complicado camino de espinas, la siento como la pérdida de un tipo al que conocí a través del cine.
No están aún muy claras las causas de su muerte. Alguien afirma que un suicidio, lo que lamentaría si tengo en cuenta que gran parte de su trabajo consistió, precisamente, en hacer de comediante. En hacernos reír mientras la procesión le iba por dentro.
Repaso su filmografía y destaco algunos títulos de su carrera. Es decir, que me sigue conmoviendo por El rey pescador (Terry Gilliam, 1991) aunque el protagonismo de esta cinta extraña se lo llevara el incombustible de Jeff Bridges. Y me gusta como hace de esa especie de Robinson Crusoe perdido en el fantástico mundo de Jumanji (Joe Johnston, 1995) aunque creo que abusó a lo largo de su trayectoria profesional interpretando grandes que no han dejado de ser niños como en Hook y Jack, dos trabajos muy pequeños en las filmografías de sus realizadores, Steven Spielberg y Francis Ford Coppola, respectivamente.
Como travestida Señora Doubtfire (Chris Columbus, 1993) aún continúa despertando algunas de mis pesadillas. Todo es exceso simplón en esta comedia para la familia a la que no contribuyó para nada las toneladas de maquillaje que lleva encima.
No le hacía falta.
Un atrevido paso hacia delante en su filmografía es Insomnia (Christopher Nolan, 2002), un policíaco que transcurre en Alaska y en donde Williams demostró que además de hacer reír también podía hacer llorar y provocar, si no miedo, sí que cierta inquietud.
Su carrera en el cine es extensa pero la mayoría de los trabajos que protagonizó son de compromiso y alimenticios.
Toys (Barry Levinson, 1992) es una grandiosa excentricidad y Más allá de los sueños (Vincent Ward, 1998) no está basada, precisamente, en una de las mejores novelas de Richard Matheson.
Good morning, Vietnam, también de Levinson, cuenta con una banda sonora tan buena que hace olvidar la película mientras que El indomable Will Hunting (Gus Van Sant, 1997) resulta un eficaz trabajo con el que Williams contribuyó a respaldar la carrera de sus hasta entonces desconocidos guionistas y actores: Ben Affleck y Matt Damon.
Acostumbrado a que lo transformaran en la sección de maquillaje, Williams hace de un convincente y divertido Teddy Roosvelt en las tres entregas de Noche en el museo, así como de otro presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Dwight Eisenhower, en El mayordomo (Lee Daniels, 2013), que no es otra cosa que uno de esos largometrajes que demuestran lo bien que saben contar su historia los de ese país. Aunque resulte sesgada, manipulada y objetivamente redentora.
La noticia de su muerte, sea por las razones que sean, me hizo recordar esta mañana todas estas cintas que ahora refresco recurriendo a la red. También las sensaciones que lograron despertar dentro de mi conciencia como espectador últimamente cansado de tanto timo.
Y me esfuerzo por verlo en Desmontando a Harry (Woody Allen, 1997), en la que Robin Williams termina siendo el hombre desenfocado.
Una imagen borrosa que define la trayectoria profesional de este actor extremadamente velludo y en ocasiones histrión.
Pero un tipo al que reconocías incluso cuando andaba por la película travestido de señora o de presidente, de niño grande e incluso de médico.
Robin Williams, el comediante.
Robin Williams, el hombre desenfocado.
Saludos, carpe diem, desde este lado del ordenador.
Agosto 14th, 2014 at 12:58
Lauren Bacall, espérame en el cielo…